El Legado de Fuego: Crónicas de las 7 llamas.

Capítulo 15: La que Vuela sin Alas

El viento era distinto allí. No soplaba: cortaba. Las Llanuras del Viento eran una vasta extensión de colinas doradas azotadas por ráfagas invisibles que levantaban remolinos y susurraban secretos olvidados. A lo lejos, torres naturales de piedra se alzaban como dedos señalando al cielo.

—No hay caminos —murmuró Taren, cubriéndose el rostro—. Ni animales, ni ruinas. Solo… viento.

—No viento cualquiera —dijo Naia, agachándose—. Esto está vivo. Nos está vigilando.

Lira cerró los ojos. El fuego dentro de ella danzaba, pero era inestable, aún debilitado. La energía del aire parecía burlarse de su calor, deslizándose entre sus llamas como si no lo respetara.

—Sigamos adelante —ordenó, más seria que antes—. Está cerca. Lo siento.

Tardaron horas en llegar al corazón de las llanuras: un cráter invertido, como un gigantesco cuenco rodeado de columnas flotantes. Allí, en el centro, sobre una roca suspendida en el aire, una joven meditando en posición de loto flotaba sin tocar el suelo.

Su cabello blanco flotaba alrededor como si el viento mismo la abrazara. Su túnica estaba hecha de plumas y brumas. Cuando abrió los ojos, todos lo sintieron: la Llama del Aire acababa de mirarlos.

—No es prudente interrumpir el equilibrio —dijo ella, sin moverse.

Kael alzó una ceja.

—¿Eres… la guardiana?

—Soy Aerya —respondió, descendiendo lentamente hasta posar los pies en la roca—. La que no pertenece a tierra ni cielo. La cuarta llama.

Lira dio un paso adelante.

—Soy Lira. Heredera de la Llama del Espíritu. Venimos por ti.

Aerya ladeó la cabeza.

—¿Por mí… o por lo que represento?

Taren bufó, cansado de las charlas en acertijos.

—Mira, nos hemos enfrentado a fragmentos, a monstruos, a un tipo con máscara que intenta romper el mundo en dos, y casi perdemos a Lira. Solo queremos tu ayuda.

Aerya bajó la vista. El viento alrededor comenzó a girar lentamente, formando un círculo de aire que levantó polvo y pétalos invisibles.

—Entonces… demuéstrenme que merecen el equilibrio.

De pronto, el viento estalló.

Una figura descendió de los cielos: un ave gigantesca hecha de nubes y relámpagos. Un antiguo guardián, espíritu elemental. Aerya no lo controlaba, pero lo invocaba como prueba.

—¡Kael, cubre a Lira! —gritó Taren, disparando flechas infundidas con fuego.

Naia convocó columnas de agua para bloquear los embates del ave, pero el viento deshacía sus formas. Lira lanzó una llamarada que apenas rozó al espíritu.

Fue Kael quien, con su sombra extendida, logró contener parte del ave atrapándola entre su oscuridad. Lira usó ese momento para unir fuego y viento, creando una explosión ardiente que envolvió al espíritu sin dañarlo… pero obligándolo a ceder.

El ave se desvaneció en una nube de lluvia suave.

Aerya sonrió apenas.

—No destruyeron. Controlaron. No sometieron. Equilibraron.

Caminó hacia Lira, y sin aviso, tocó su pecho.

Una corriente de aire puro, limpio, fluyó hacia el fuego herido dentro de ella. Las llamas se agitaron, luego brillaron más intensas, más claras. El fuego ahora bailaba con el viento, no contra él.

—Te acompaño, Lira. El viento me ha susurrado tu causa. Y es justa.

—¿Y los fragmentos? —preguntó Kael.

—También me los susurró. Y me dijo que no queda tiempo.

Lira extendió la mano. Aerya la tomó.

Cuatro llamas reunidas. Tres más por encontrar.

Y la sombra del Fragmento Original cada vez más cerca.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.