El Legado de Fuego: Crónicas de las 7 llamas.

Capítulo 16: El Templo de los Sellos

El viaje hacia el sur no fue fácil. Con Aerya unida al grupo, el viento los impulsaba con mayor velocidad, pero el mundo parecía estar cambiando bajo sus pies. El cielo era más gris, los árboles menos verdes, y la tierra… más quieta. Como si contuviera el aliento.

—Nunca me gustó este lugar —murmuró Taren mientras subían por un sendero de roca seca—. Está más muerto que antes.

—¿Cómo encontraste este templo? —preguntó Kael, observando el terreno.

—No lo encontré. Me encontró a mí —respondió Taren, algo sombrío—. Hace años, cuando escapaba de las Ruinas de Ceniza, una sombra me guió hasta aquí. No entendí por qué, hasta ahora.

El Templo de los Sellos no era una estructura grandiosa como los demás santuarios. Estaba incrustado en una montaña partida por la mitad, con su entrada oculta entre lianas petrificadas y piedras cubiertas de runas ancestrales.

—¿Qué sellan aquí? —preguntó Aerya, con la voz susurrada por el viento.

—Lo que vino antes de las llamas —respondió Naia, bajando la mirada.

Lira se detuvo frente a la entrada. Podía sentirlo. Un fuego antiguo, distinto… oculto profundamente bajo la piedra.

Entraron.

El interior del templo era más amplio de lo que parecía desde fuera. Salones tallados en la roca descendían en espiral, y las paredes estaban cubiertas con murales: las siete llamas rodeando una octava, oscura y deformada, marcada con símbolos rotos.

—El Fragmento Original —dijo Aerya, frunciendo el ceño—. No fue destruido. Fue dividido.

—Y sellado aquí —añadió Taren—. Por eso los enemigos lo buscan. Este templo es el corazón del equilibrio.

Cuando llegaron a la sala central, encontraron una cámara circular, con siete pedestales de piedra. Cuatro de ellos brillaban: rojo, azul, negro… y ahora, blanco. Las llamas ya reunidas. Pero los otros tres seguían apagados.

—¿Esto es… un conducto? —preguntó Kael.

—Más que eso —dijo Naia, tocando el borde del pedestal—. Esto es un marcador del legado. Si activamos los siete… podríamos sellar de nuevo al Fragmento Original.

Taren, sin embargo, miraba el centro de la sala.

—Ese altar… ahí es donde me desperté cuando era niño. No recordaba nada. Solo fuego y sombra.

Lira se acercó. El altar tenía grabado su nombre.

Pero también otro: Eron.

—¿Quién es Eron? —preguntó ella.

—No lo sé —susurró Taren—. Pero lo he soñado. Y si está en el altar… significa que está conectado a las llamas también.

Antes de que pudieran debatir más, un temblor sacudió la sala. Desde las grietas, emergieron figuras encapuchadas, con ojos de humo y piel resquebrajada. Fragmentarios. Sirvientes del Enmascarado.

—¡Nos encontraron! —gritó Aerya, lanzando una ráfaga que derribó a los primeros.

—¡Protéjan los pedestales! —ordenó Lira, desatando una ola de fuego.

La batalla fue rápida, pero intensa. Los fragmentarios no hablaban, no gritaban. Solo atacaban, buscando corromper el altar. Cuando el último cayó, el templo quedó en silencio otra vez.

Pero algo había cambiado.

Una nueva llama, en el pedestal número cinco, había comenzado a brillar débilmente.

—Eso… no lo hicimos nosotros —dijo Kael, sorprendido.

Lira sonrió apenas.

—No. Pero significa que la quinta llama está despertando.

—¿Dónde? —preguntó Naia.

Taren se giró hacia un túnel oculto, que descendía aún más.

—Debajo del templo. Hay algo más. Un pasaje sellado por una sola palabra: “Eco”.

Lira lo miró fijamente.

—Entonces vamos por la quinta llama.

Y sin decir más, descendieron al silencio.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.