Antes del tiempo, no existía la luz ni la oscuridad. Solo el Vacío. Y en medio del Vacío, una chispa.
Esa chispa no fue creada: despertó. Un pulso de energía pura, sin forma, sin nombre, sin intención. Al contacto con el Vacío, estalló en siete corrientes: las llamas primordiales.
Cada una tomó una dirección, un sentido, una esencia.
• La Llama del Espíritu, que dio conciencia al mundo.
• La Llama del Agua, que dio flujo, ciclo y cambio.
• La Llama de la Sombra, que trajo misterio y profundidad.
• La Llama del Aire, que entregó movimiento y libertad.
• La Llama de la Luz, que iluminó la forma.
• La Llama de la Tierra, que formó lo tangible.
• Y la Llama del Fuego, que impulsó la creación misma.
Pero algo quedó… algo que no se dividió.
Un residuo. Una chispa sin destino, sin forma. No era una llama. Era un fragmento.
El Fragmento Original.
No tenía voluntad, pero anhelaba una. No tenía esencia, pero codiciaba todas. Al observar a las llamas desde el vacío, comenzó a imitarlas. Tomó un poco de cada una, absorbiendo rasgos sin comprenderlos.
Lo que nació de ese intento fue algo inestable. Una falsedad poderosa.
Eron fue el primero en notar su existencia. No era una llama, ni un dios. Era un ser forjado por las siete, un guardiano. Su propósito: custodiar el equilibrio. Y cuando el Fragmento intentó tomar forma en el mundo físico, Eron lo enfrentó.
Pero no pudo destruirlo.
Solo pudo dividirlo.
Con ayuda de las siete llamas, Eron selló al Fragmento Original en siete partes, y escondió cada una en un rincón del mundo. Pero al hacerlo, su alma se fracturó también. Se dispersó en ecos: recuerdos, visiones, fragmentos humanos, como Taren.
El conocimiento del fragmento se perdió. Las llamas, al perder contacto con su origen, cayeron en el olvido y reencarnaron en personas, humanos capaces de despertar su fuego interior.
El Enmascarado, un antiguo guardián corrompido por el fragmento, busca reunir las siete partes para reconstruir al Original, creyendo que así restaurará un orden más puro… uno sin alma.
Y por eso, las llamas deben reunirse otra vez.
No para crear.
Sino para elegir.
Entre el fuego que da vida…
…y el que solo consume.