El Legado de Fuego: Crónicas de las 7 llamas.

Capítulo 21: El Pacto del Olvido

El pueblo se llamaba Selkran, un asentamiento al pie de las Montañas Grises. Pequeño, modesto, lleno de gente que hablaba poco y observaba mucho. Las casas eran de madera seca y piedra negra, y una extraña niebla parecía abrazar los tejados incluso al mediodía.

—Este lugar huele a pasado —murmuró Aerya.

—¿Seguro que es buena idea quedarnos aquí? —preguntó Kael, mirando con desconfianza los ojos demasiado atentos de algunos aldeanos.

—No tenemos otra opción —dijo Lira—. Necesitamos respuestas… antes de que la grieta se expanda más.

El grupo fue guiado por una anciana de mirada aguda hasta una posada desvencijada, donde un hombre ya los esperaba, sentado junto al fuego.

Era alto, de piel pálida y ojos color ámbar. Se hacía llamar Mirien, y los saludó como si ya supiera quiénes eran.

—Han llegado más tarde de lo que pensé —dijo con voz tranquila, como quien habla con viejos conocidos.

—¿Nos esperabas? —preguntó Taren, con el ceño fruncido.

—Las llamas no pueden esconderse de todos, joven. Algunas miradas antiguas aún las perciben. La grieta… fue solo el principio. Pero tú, Lira… viste más allá, ¿no es cierto?

Ella se tensó. Nadie más había hablado de su visión.

—¿Cómo sabes eso?

Mirien se inclinó hacia adelante, con una sonrisa suave.

—Porque ya lo he visto antes.

Contó que, siglos atrás, hubo otra grieta, otra reunión de llamas… y otra caída. Que el ciclo estaba destinado a repetirse, siempre llevando al mismo final. Pero él decía tener una forma de romper el ciclo.

—Existe una criatura en la frontera del fuego y el tiempo. Un ser que no sirve al Enmascarado, pero tampoco al mundo. Si le lleváis una parte de vuestro fuego… puede mostrarles un nuevo camino. Uno donde sobreviven.

Los miró a todos, y su tono fue más grave.

—Pero deben decidir. Pronto. La grieta se abre, y con ella despiertan cosas que no deberían recordar su nombre.

Esa noche, mientras dormían, Mirien salió de la posada y caminó entre la niebla, hasta llegar a un claro donde lo esperaba una criatura encapuchada en humo y escamas negras: una de las tres bestias del Enmascarado, conocida solo como Yir’Zhal.

—Han llegado, como prometiste —dijo la criatura con voz de piedras arrastradas.

—Y comenzarán a dudar de sí mismos —respondió Mirien, entregándole un pequeño pergamino envuelto en un sello ardiente.

—¿Has tocado el fuego? —preguntó Yir’Zhal.

—No necesito hacerlo. El miedo es suficiente. Y Lira… ya empieza a ceder.

—Pronto —murmuró la bestia—. El Enmascarado los quiere rotos. No muertos… aún.

En la posada, Lira se despertó sobresaltada.

Otra visión.

Pero esta vez no era el futuro. Era el presente.

Mirien, rodeado por una criatura de ojos vacíos, entregando algo… y hablando de ella.

—¡Nos traicionaron! —gritó, levantándose.

Kael, Taren, Naia, Aerya y Liora despertaron al instante, y salieron al exterior.

Pero Mirien ya no estaba.

Solo la niebla.

Y un símbolo marcado en el suelo: un ojo ardiente cruzado por tres garras.

El signo de los servidores del Fragmento Original.

—Nos usaron —murmuró Lira.

—Y ahora saben hacia dónde iremos —añadió Taren.

Lira miró al horizonte, donde la grieta se extendía lentamente como una cicatriz.

—Ya no hay vuelta atrás.




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