El sendero hacia el sur se volvía cada vez más árido. La grieta quedaba a sus espaldas, pero la sensación de peligro no los abandonaba. Lira había decidido que encontrar la sexta llama debía ser la prioridad. Si el Enmascarado reunía los fragmentos antes que ellos, el final sería inevitable.
El mapa que Liora les ayudó a descifrar marcaba un lugar oculto en el corazón de un bosque desértico, un sitio donde el fuego y la arena se confundían. Pero al llegar, no encontraron a la llama. Solo ruinas… y un silencio tenso.
—¿Dónde está? —preguntó Naia, frustrada—. Este lugar… debería resonar.
Lira frunció el ceño. Algo estaba mal. No había energía, ni pulsos de fuego. Solo sombras. Y entonces, se escuchó un crujido seco detrás de ellos.
—Sabía que volverías aquí, Kael —dijo una voz rasposa y cruel.
Todos giraron. Un hombre de piel quemada, ojos grises y una capa hecha de pieles viejas emergió entre las ruinas. En su espalda, una espada negra que parecía absorber la luz.
Kael no dijo nada. No al principio.
—Dakarai.
El hombre sonrió.
—Pensé que habías olvidado mi nombre.
—Jamás —dijo Kael, sacando lentamente su hoja curva, forjada en sombra—. A algunos fantasmas no se les puede olvidar… especialmente si fuiste tú quien los creó.
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El grupo observó en silencio. Era la primera vez que veían a Kael perder la compostura. Su voz, usualmente calmada, temblaba de rabia contenida.
—¿Quién es él? —susurró Lira.
—El último de mi orden —respondió Kael, sin apartar la vista del enemigo—. Cuando yo era joven, pertenecía a un clan de asesinos místicos: los Sombras del Ciclo. Nos entrenaban desde niños para cazar a aquellos que alteraban el equilibrio del fuego.
—¿Tú… matabas personas como nosotros? —preguntó Naia, horrorizada.
—Sí —dijo Kael, sin titubeos—. Pero cuando descubrí que uno de nuestros líderes servía al Fragmento, me rebelé. Fui marcado como traidor… y él fue el verdugo.
Dakarai rió.
—Te mostré misericordia, Kael. Te dejé vivir. Pero ahora que has jugado a ser héroe… debes morir como uno.
Y desenvainó su espada.
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La batalla fue brutal.
Dakarai no usaba fuego. Usaba la ausencia de él. Donde su hoja cortaba, las llamas vacilaban. Lira y Aerya apenas podían mantener sus habilidades. Naia trató de congelarlo, pero el hielo se deshacía a su paso.
Solo Kael podía resistirlo.
Sus sombras se alzaron como criaturas vivientes, danzando entre ataques, envolviendo la oscuridad de Dakarai con la suya. Fue un combate entre lo que se oculta… y lo que se niega a ser visto.
Finalmente, Kael lo acorraló.
—No eres el último de nuestra orden, Dakarai. Solo el último que olvidó por qué existía.
Y con una estocada precisa, hundió su hoja en el pecho de su antiguo hermano.
Dakarai sonrió al morir.
—El Fragmento… ya te está mirando. Ten cuidado, Kael… con lo que te quita el alma.
Cuando cayó el silencio, Kael se volvió al grupo.
—No esperen que me justifique. Mi pasado no fue limpio. Pero no voy a huir de él. No otra vez.
Lira dio un paso adelante.
—No buscamos pureza. Solo verdad. Y tú acabas de enfrentar la tuya.
Kael bajó la mirada, y por primera vez en mucho tiempo, pareció más humano que sombra.
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Pero la tierra tembló nuevamente. Ligeramente.
Y desde lo profundo de las ruinas, algo despertó… una energía distinta. No la de una llama, sino una puerta.
Una señal de que la siguiente etapa del viaje había comenzado.