El Legado de Fuego: Crónicas de las 7 llamas.

Capítulo 23: Lo que el fuego no dice

El atardecer se posó como un suspiro sobre las ruinas. Tras la pelea con Dakarai y el despertar de la extraña energía bajo la tierra, el grupo decidió acampar. Por primera vez en días, no había persecuciones, grietas o visiones. Solo el murmullo del viento entre piedras antiguas… y el calor de una hoguera.

Lira se sentó cerca del fuego, con el rostro pensativo. Observaba las llamas como si esperara que volvieran a hablarle. Pero esta vez, no hubo susurros. Solo silencio.

—Estás más callada que de costumbre —comentó Aerya, sentándose a su lado con una sonrisa cansada.

—Estoy… procesando. Lo de Kael. Lo de la grieta. Lo de mí.

Aerya no preguntó más. Solo se quedó junto a ella, compartiendo el peso del momento.

A unos metros, Kael y Naia se habían alejado del grupo, sentados sobre una roca que dominaba el paisaje. Lira no había notado cuándo se fueron, pero cuando los vio… no pudo apartar la vista.

Naia reía suavemente, su cabello azulado brillando con el reflejo del fuego. Kael, quien rara vez sonreía, lo hacía ahora. No completamente. Pero sus ojos… sus ojos tenían algo distinto. Algo que ni las sombras podían ocultar.

—¿Así que tú también huyes de tu pasado? —preguntó Naia, apoyando la barbilla en sus rodillas.

—No lo sé —respondió Kael—. A veces creo que lo dejé atrás. Otras… que me sigue como una segunda piel.

—No eres el único con cicatrices, Kael. Pero tú… las llevas como si fueran parte de tu armadura.

Kael la miró. Por un instante, su expresión se ablandó.

—Y tú las cubres con chispas y agua. Pero sigues siendo fuerte. Más de lo que yo podría admitir.

El silencio entre ellos fue más íntimo que las palabras. Luego, lentamente, sin dramatismo, Kael extendió su mano. Naia la tomó. No fue un gesto grandioso ni apasionado. Fue real. Cálido. Frágil.

Lira lo observó desde la distancia. No dijo nada. No interrumpió. Solo los miró.

Y entonces sintió algo en su pecho.

No celos.

Tampoco tristeza.

Fue algo más profundo. Algo como… una grieta invisible. No en el suelo. En ella.

Apretó los labios, bajó la mirada y regresó al fuego, fingiendo que no había visto nada.

—¿Todo bien? —preguntó Aerya.

—Sí —respondió Lira, con una sonrisa suave—. Solo cansancio.

Pero mientras el fuego crepitaba frente a ella, supo que algo estaba cambiando. Entre ellos. En ella.

Y que las llamas… no eran lo único que ardía.




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