La criatura llegó con el viento.
No hubo temblor, ni aviso. Solo el silencio absoluto antes del grito.
Lira fue la primera en sentirlo. El fuego dentro de ella se contrajo, como si retrocediera de algo más antiguo que el miedo. Levantó la mirada justo cuando la sombra cayó sobre el campamento.
Una figura gigantesca, de piel cenicienta y ojos como brasas apagadas, emergió entre la bruma. No tenía boca. No necesitaba una. Donde debía estar su rostro, solo había grietas abiertas por donde se filtraban susurros.
La tercera criatura del Enmascarado.
—¡Alerta! ¡Formación! —gritó Kael, desenvainando sus dagas.
El grupo se dispersó, formando un semicírculo. Eren retrocedió, el fuego escapando de sus manos sin control.
—¿Qué… es eso?
—Algo que no debería existir —susurró Aerya, temblando.
La criatura avanzó lentamente. Con cada paso, el suelo se secaba. La hierba se hacía ceniza. Los árboles se doblaban como si lloraran.
Lira se lanzó al frente, encendiendo sus puños. El fuego brotó con fuerza… pero no alcanzó. Al tocar el aire frente a la criatura, se apagó. Como si fuera tragado por un abismo invisible.
—¡No funciona! —gritó.
Kael se movió junto a ella.
—¡Atrás, Lira! ¡No puedes enfrentarlo sola!
—¡Tampoco tú! ¡Nadie puede!
—¡Entonces no seas imprudente! ¡Tienes al grupo dependiendo de ti y actúas como si estuvieras sola en esto!
—¡¿Y tú qué sabes de estar sola?! —escupió ella, con lágrimas en los ojos—. ¡Tú solo sabes callar y huir cuando duele!
El grito cortó el aire más que cualquier ataque.
Kael retrocedió, sorprendido. No por las palabras, sino por lo que vio en sus ojos: culpa. Fatiga. Un corazón roto.
Eren, mientras tanto, miraba la escena. Nadie lo vio alejarse.
Con el caos reinando, se escabulló por la grieta de una roca.
El fuego en sus manos ardía con más violencia que nunca.
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Cuando la criatura finalmente fue repelida —con la fuerza combinada de las cinco llamas, Naia creando una burbuja de agua para contener su avance y Kael cortando sus piernas con sombras concentradas—, el daño ya estaba hecho.
Eren había desaparecido.
Lira lo sintió al instante. Un vacío. Una pérdida.
—No… no… —susurró, cayendo de rodillas—. ¡Yo lo espanté! ¡Por pelear con Kael! ¡Por no saber contenerlo! ¡Por mi maldito fuego!
Lágrimas le cubrieron el rostro, y esta vez no las detuvo.
Liora se acercó y la rodeó con los brazos.
—Lira… no puedes culparte de todo.
—¡Sí puedo! ¡Sí debo! Si Eren… si le pasa algo… si el Enmascarado lo encuentra primero…
—No eres el fuego que te consume. Eres la que lo contiene.
Lira se aferró a ella, sollozando. El resto del grupo miraba en silencio. Naia también lloraba. Taren apretaba los puños. Y Kael… Kael no podía acercarse.
Porque sabía que, esta vez, lo que se había roto… no era solo la estrategia.
Era la confianza.
Y en la lejanía, Eren corría por la llanura, su fuego estallando sin control. Solo. Perseguido por su propia furia. Y por algo… que ya no era del todo humano.