El viento era cada vez más frío. Eren no sabía cuánto tiempo llevaba corriendo. Su piel ardía, pero no de calor, sino de rabia.
—¡Idiotas! ¡Todos ellos! —escupía al aire mientras tropezaba entre piedras y raíces—. ¿Por qué debería quedarme con quienes me temen?
Una explosión leve estalló desde su espalda. No la sintió. Ya ni siquiera distinguía el dolor. Solo escuchaba los latidos frenéticos de su fuego.
Hasta que escuchó otro latido. Más profundo. Ajeno.
Se detuvo en seco.
Frente a él, una figura solitaria lo esperaba, de pie sobre una duna negra.
—¿Te has perdido, Eren?
La voz fue suave. Casi amable.
Eren entrecerró los ojos.
—¿Quién eres?
—Alguien que te comprende mejor que ellos.
El Enmascarado dio un paso adelante. No blandía armas. No necesitaba amenazas. Solo su presencia bastaba para doblar la realidad.
Eren levantó las manos. Las llamas se alzaron, erráticas.
—¡No te acerques!
—¿Por qué no? ¿Temes quemarme? ¿O temes… que yo no te tema?
Eren tembló.
—¿Qué quieres de mí?
—Nada que no quieras dar. Ya lo has visto, ¿no? Sus dudas, sus gritos. Tu llama no es un error, Eren. Es un fragmento. Y yo… estoy juntando las piezas.
La máscara brilló un instante. Y entonces, Eren sintió algo. Un tirón en su pecho. El fragmento dentro de él vibró. Como si respondiera.
—¿Qué me hiciste?
—Solo te ofrecí un reflejo.
Y detrás del Enmascarado, otra figura emergió de las sombras.
Joven. Elegante. Cabello blanco como nieve. Ojos que ardían con fuego púrpura.
La séptima llama.
—¿Eren, verdad? —preguntó el joven, con una sonrisa torcida—. Tardaste en llegar. Pensé que ibas a explotar antes de decidirte.
—¿Tú… tú eres como yo?
—Oh, no. Yo soy mejor. Porque yo no huí. Yo elegí esto.
Eren retrocedió, confundido.
—¿Tú trabajas con él?
—Trabajo con la verdad, Eren. Y la verdad es que nuestras llamas no se crearon para proteger. Se crearon para destruir lo podrido. Para romper el ciclo. El fuego no es custodia. Es juicio.
El Enmascarado puso una mano sobre el hombro de la Séptima.
—Te presento a Seth. La llama del juicio. Él ya eligió su bando. Ahora tú decides: ¿morir con ellos… o arder con nosotros?
Eren miró al cielo.
Por un segundo pensó en Lira. En sus manos temblorosas. En la forma en que lo defendió.
Pero también pensó en Kael gritándole. En cómo todos lo miraban con miedo.
—¿Y si no puedo elegir?
—Ya lo hiciste —susurró Seth—. El fuego siempre elige por ti.
Y la oscuridad se cerró a su alrededor.
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A kilómetros de distancia, Lira se despertó sobresaltada, con el pecho ardiendo.
—No —susurró.
Naia se sentó a su lado, preocupada.
—¿Qué pasó?
—Lo tiene. El Enmascarado lo tiene.
Kael apareció a la entrada de la tienda.
—¿A quién?
Lira lo miró, con los ojos llenos de lágrimas.
—A Eren.
Y por primera vez, todos sintieron que su llama… se estaba apagando.