El amanecer se filtraba débilmente a través de las copas de los árboles, bañando el sendero con una luz tenue. El aire estaba cargado de la tensión que solo se siente cuando todo lo que has conocido parece desmoronarse. Lira avanzaba al frente, guiada por una sensación que solo ella parecía comprender, como si Eren estuviera cerca, pero no de la manera en que esperaba.
—¿Segura de que vamos por el camino correcto? —preguntó Kael, su voz baja, pero llena de preocupación.
—Lo sé —respondió Lira sin mirar atrás—. Algo en mí me dice que está cerca.
Karla, Naia, Aerya y Taren caminaban a su lado, atentos a cada movimiento en el bosque. Nadie decía nada, pero todos compartían la misma sensación de desesperación. Eren había sido secuestrado por el Enmascarado, y aún no sabían si llegarían a tiempo para salvarlo.
La espesura del bosque se hizo más densa mientras avanzaban, hasta que, de repente, una figura se materializó entre las sombras. No era algo que esperaran, y su aparición fue tan repentina como inquietante.
Al principio, solo se veía su silueta. Alto, con una capa oscura que se movía con la brisa, su rostro oculto en las sombras de la capucha. Pero cuando dio un paso hacia adelante, la luz iluminó sus ojos, como dos brasas encendidas en la penumbra.
—Deténganse —dijo la figura, con una calma inquietante—. No pueden seguir.
El grupo se detuvo al instante. Kael desenfundó su espada con rapidez, preparado para cualquier movimiento. Aerya levantó la mano, llamando al viento para estar lista, mientras Karla y Naia se situaban en una formación defensiva. Taren se mantuvo alerta, aunque su cuerpo aún estaba debilitado por sus heridas.
—¿Quién eres? —preguntó Lira, dando un paso hacia adelante.
La figura levantó la capucha, revelando un rostro joven, pero marcado por un aire de dureza. El cabello blanco ceniza caía sobre su frente, y sus ojos brillaban con una intensidad desconcertante.
—Mi nombre es Seth —respondió, su voz suave pero llena de determinación—. Y soy la séptima llama.
El silencio se instaló de inmediato. Todos se quedaron quietos, procesando sus palabras. Seth. La séptima llama. El nombre resonó en sus mentes, y la revelación fue como una descarga eléctrica.
—Eso no es posible —dijo Aerya, su voz llena de incredulidad—. Las siete llamas son una fuerza para el bien. No puedes ser parte de eso.
Seth lo miró sin expresión, como si las palabras de Aerya fueran tan triviales como el viento.
—El “bien” es relativo —dijo, mientras una chispa oscura aparecía en su palma, que rápidamente creció hasta convertirse en una llama negra—. Yo elegí mi camino. Y el camino que ustedes siguen está condenado a fracasar.
Kael dio un paso adelante, el filo de su espada brillando con la luz de la oscuridad.
—¿Por qué te uniste a él? —preguntó, su voz llena de desconfianza—. ¿Por qué sigues al Enmascarado?
Seth no contestó de inmediato. En su lugar, la llama negra en su mano creció, iluminando la sombra que los rodeaba.
—Porque el Enmascarado es el único que ve la verdad. El único que entiende que este mundo debe ser destruido para renacer. Y si eso significa borrar a las llamas que no se atrevan a verlo… entonces, eso haré.
Con un rápido movimiento, Seth lanzó una llamarada oscura hacia ellos. Kael y Aerya se movieron al instante, bloqueando el ataque, mientras Taren y Karla buscaban un ángulo para atacar.
La batalla comenzó con ferocidad. Seth era rápido, demasiado rápido, y sus llamas eran distintas a las de los demás: no solo quemaban, sino que destilaban una oscuridad palpable. Lira, al intentar atacar, sintió una extraña conexión con él, algo que la hacía cuestionarse si realmente había algo de humanidad en la figura frente a ella.