El Legado de Fuego: Crónicas de las 7 llamas.

Capítulo 32 – El Rastro Perdido

El aire estaba pesado, cargado con el eco de la batalla recién librada. Las huellas de Seth se desvanecían entre la espesa niebla del bosque, dejándolos con más preguntas que respuestas. Lira, con la vista fija en el punto donde Seth había desaparecido, no podía evitar sentirse traicionada. La séptima llama, ahora uno de los mayores peligros para su misión, había estado entre ellos todo este tiempo. Y, sin embargo, se había mantenido en las sombras, esperando el momento perfecto para revelarse.

Aerya fue la primera en romper el silencio.

—Debemos seguir adelante. Eren no está aquí. Seth está con el Enmascarado, pero eso no cambia nada. Debemos salvarlo.

Lira asintió, pero algo en su interior la hacía vacilar. Ella había sentido que el fuego de Seth era diferente, y esa conexión extraña le persistía. Sin embargo, no había tiempo para dudas. Eren necesitaba ayuda, y aunque la batalla había sido dura, no podían quedarse quietos.

—Tienes razón —dijo Kael, mirando hacia el horizonte—. No tenemos mucho tiempo. Si seguimos perdiendo tiempo aquí, podríamos no encontrarlo a tiempo.

El grupo se recompuso rápidamente. Taren estaba herido, pero seguía firme, decidido a continuar con su misión. La mirada de Lira se encontró con la suya un momento, y, por un segundo, se sintió culpable. Pero entonces, recordó la razón de su lucha.

—Sigamos —ordenó Lira—. El Enmascarado está un paso adelante, pero aún podemos alcanzarlo.

Avanzaron con rapidez, cruzando el bosque en silencio, cada uno con sus propios pensamientos. Sin embargo, mientras recorrían el denso paisaje, Lira no pudo evitar mirar atrás de vez en cuando. El recuerdo de Seth seguía latiendo en su mente. ¿Realmente había algo más que su lealtad al Enmascarado? ¿Había alguna esperanza de salvarlo?

En un lugar apartado, más allá de los árboles y el viento que azotaba la tierra, el Enmascarado observaba en silencio a sus criaturas. La sombra del caos se extendía por cada rincón de la vieja fortaleza que había encontrado. Y frente a él, Seth, con su mirada distante y su fuego oscuro, esperaba su orden.

—Has hecho bien en retrasarlos —dijo el Enmascarado, su voz llena de desdén, pero también de algo más profundo: admiración—. Pero la cuestión no es solo detenerlos. También debemos avanzar. El siguiente fragmento debe ser nuestro.

Con una mirada, el Enmascarado se volvió hacia una de las criaturas que lo acompañaban. Una de las sombras monstruosas, de ojos rojos brillantes y piel negra como la noche. La criatura se inclinó ante él, obediente.

—Ve y haz lo que se te ha ordenado —dijo con calma, señalando una dirección al este—. El fragmento no estará lejos.

Seth observó, impasible, mientras las criaturas avanzaban hacia el este, con una rapidez inquietante. El Enmascarado luego volvió su mirada hacia él.

—Tú también eres necesario, Seth. No olvides cuál es tu propósito.

Seth no respondió, pero algo en su mirada indicaba que el Enmascarado sabía que su lealtad estaba segura. Aunque el joven flameaba con una llama oscura, aún quedaba mucho por quemar antes de que pudiera finalmente dejarse consumir.

El grupo de Lira se encontraba cerca del borde del bosque, con las sombras del atardecer al alcance. A lo lejos, el camino que antes era claro se había desvanecido, y las huellas de Eren se volvían cada vez más difusas.

De repente, Lira se detuvo. Un susurro, un susurro suave pero penetrante, llegó hasta ella. Su cuerpo se tensó, y sin pensarlo, giró hacia el grupo.

—Algo no está bien —murmuró—. Algo me dice que estamos más cerca de lo que creemos, pero a la vez… estamos demasiado lejos.

Aerya, que había estado al frente, se giró para mirarla.

—¿Qué sientes? —preguntó, percibiendo la inquietud en el aire.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.