Jueves 3 de agosto de 2017
Ciudad de Córdoba, Colegio secundario Príncipe de Asturias
18.55h
La clase comenzaba a aburrirme, no era nada personal con la profesora o con su materia, es que de la nada noté que mis parpados pesaban, como si necesitara dormir una semana. Creí que estaba por descomponerme, así que rápidamente acomode mi brazo en el pupitre para dejar caer mi cabeza, no quería que se hiciera un escándalo por un desmayo, odiaba la idea de ser el centro de atención por algo que no era tan grave.
No has desayunado, Beckett, no seas cobarde. Me dije a mi mismo.
El impacto de mi cabeza al brazo no hizo ruidos, pero llamó la atención de mi compañera de al lado: Rina, seguramente me delataría; sus cabellos rubios y bien arreglado uniforme, delataban que era una alumna aplicada, no iba ser la primera vez que hable mal de mí.
Dudo que alguien del colegio se salve de sus prejuicios.
Mis ojos pesaban, las voces se distorsionaban, todo era un caos interno. Escuché un zumbido agudo que me dejo totalmente inconsciente.
En el sueño
En un abrir y cerrar de ojos recobré la consciencia, mi corazón latía a mil por segundo. Me levanté del asiento y traté de controlar mi respiración.
Pasé mis manos por mi rostro, intentando despabilarme, aquella vibración estaba volviéndose irritante, la cabeza había comenzado a dolerme.
Al llegar a la puerta sentí el temblor en el suelo, vi unas sombras en gran parte del patio de recreo, levanté la mirada al cielo y caí espantado, había edificios, submarinos, barcos, todo flotando en el cielo.
Mi mente parecía estallar ante semejante atrocidad; mi primer pensamiento fue: hay una fuerte tormenta, seguro es un tornado, aunque no sentí el viento. ¿Y si era el ojo de la tormenta? No, los objetos no flotan en un solo sentido, van en cualquier dirección.
Mis teorías eran simples y carecían de sentido, estaba siendo un idiota conmigo mismo.
Tome de apoyo una de las rejas que marcaba el límite del balcón, para poder levantarme e ir hacia las escaleras, las aulas estaban vacío, no quería mirar hacia arriba, me daba miedo. Ni siquiera había rastros de alguien que haya estado en poco tiempo.
Mientras me dirigía a la salida del colegio, oí un estruendo, como si se estuviera derrumbando algún edificio. Aceleré el paso hasta llegar al pasillo, la puerta donde se hallaba el botón para abrir las rejas estaba cerrada. Creí que el colegio estaba cayéndose en pedazos, así que tome impulso, retrocediendo unos pocos pasos hasta llegar a la pared, elevé la pierna y lancé un fuerte golpe a la perilla. La desesperación hizo su parte y se abrió. Toqué con nerviosismo el botón y escuché la vibración de la reja, anunciándome que ya era libre. Abrí la otra puerta de metal, en lo único que pensaba era en correr. Tampoco había nadie en la calle, y el sonido del derrumbe se hacía más feroz, como si se estuviera partiendo la tierra.
En menos de un segundo, alguien me había tomado por los pies, sentí las manos en mis tobillos; apoyé mis brazos en el suelo ante el impacto para no golpearme la cabeza, me gire para dirigir la mirada de odio que tenía por el accidente, pero sólo vi como esas manos esqueléticas se perdían en el piso. Me amedrento que fueran del color del petróleo y que tuviera dedos tan largos, como si fueran garras.
Un pedazo de escombro me devolvió a la realidad, mire hacia arriba sosteniendo mi cabeza por el dolor. Un grotesco barco estaba a punto de aplastarme.
Fin del sueño
Desperté sobresaltado, el banco tembló un poco por el nerviosismo de mi cuerpo. Baje la mirada a mis hojas mientras evitaba que se cayeran, podía sentir la mirada de mi profesora, Lorena, de historia; no era precisamente una persona con mucha paciencia. Suspiró haciendo notar su molestia y yo simplemente me quede en silencio.
Ella continúo la clase, mirándome de reojo cada tanto; me limite a ver el libro tratando de seguir su clase desde ahí, hasta que sentí un pellizco en el hombro.
—Vamos a ir a la biblioteca, a la salida —susurró Leandro, mi compañero de atrás— ¿Venís?
Trate de no girar mucho la cabeza para responderle, así que asentí sin dejar de mirar a la profesora.
Escuché a mis amigos hablando sin problemas, y por lo que entendí es que habían encontrado un "nuevo" lugar para investigar hechos paranormales.
Los acompañaba siempre, a pesar de que no creía mucho en esas cosas. Intentaba darle un sentido a todo; Leandro es el que nos organiza: en horarios, días, hasta nos mantiene al tanto de las cosas que sucedían en el colegio, pero nunca supimos de donde sacaba tanta información, porque es callado, tímido y muy respetuoso con sus mayores.
Benjamín es el apasionado por estos misterios, aunque su religión no se lo permite, siempre hace lo posible por encontrar casas, edificios, hasta hospitales abandonados; para salir debía poner de excusa que estudiaría con nosotros para los exámenes, y vaya que nos iba bien en el colegio.
Lucas era el payaso del grupo, el cómico, siempre arruinaba cualquier momento de seriedad, normalmente torpe y despistado.
Por último, esta Víctor el que siempre lleva los materiales necesarios a cada salida, demasiado dedicado al colegio, y un adicto a las gomitas dulces.
A cada segundo revisaba la hora del reloj que mi padrastro me había regalado, era un poco antiguo pero me gustaba.
—Joe —me llamó Leandro, haciéndome señas para que saliera de mis pensamientos—, ya podemos irnos. ¿No escuchaste el timbre?
—No... —aclare mi garganta mientras guardaba el libro y el lápiz en mi mochila— Y ¿qué encontraron? —me levante del asiento y salimos en grupo al patio de recreo.
Debíamos formar antes de salir, nuestro preceptor insistía demasiado en la idea del "orden".
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Editado: 13.07.2019