Los sonidos ensordecedores de los relámpagos resonaban en los frágiles oídos de los mortales. ¡Oh, Frágiles Mortales! Pero más allá de eso, de cosas compresiblemente humanas. Estaba lo ilógico, lo imposible, por encima de todo lo conocido.
Existían dioses, dioses con apariencias humanas, pero no humanos del todo. Los semejantes de la humanidad, eso eran, representante de ellos, de aquellos que destruían y sin darse cuenta, disminuían su poder.
Si, más allá del cielo, o al menos, del concepto 'cielo' existían estructuras antiguas. A semejanzas de una Grecia Antigua, en su mejor momento. La naturaleza abundante como antaño fue en el pasado. Seres mitológicos compartiendo el mismo lugar, y por encima de estos seres estaban los dioses, los dioses del olimpo.
Eran doce personas, cada una sentada en sus respectivos trono y símbolos de lo que representaban sus dominios. A pesar de perdurar al paso del tiempo, su poder ya no era como fue hace antaño, capaces de destruir al mundo con solamente pensar, ya no.
Ahora lo mundo los veían seres mitológicos, seres que no existían, dioses falsos contra un Dios que la humanidad consideraba real, en parte era cierto, el dios Yahveh era en simple palabras, Chaos, una entidad que está por encima de todos, máxima creadora de la vida y con ironía, la máxima destructora de su creación.
Bueno, no importo, no hablaban sobre esos asuntos, hablaban de otra cosa, un tema que no querían tocar, no era el rayo robado del dios del cielo, no señores. En susurros mencionaron a un hombre de cabello dorado como un resplandor suave. En el círculo de los tronos, yacía una niebla arremolinada, dentro de ella, se percibía a ese hombre que tanto hablaban. Caminando sin temor a los sobrenatural.
Cabello dorado como un girasol, unos ojos zafiros penetrantes como el mar furioso. Aquella cicatriz que tenía en su ojo derecho el cual se complementaba con la bandana que tenía puesta sobre su frente. Sin contar su aspecto físico que era devorado secretamente por las miradas de las diosas. Incluso las vírgenes no se salvaron de eso.
Todos los dioses veían aquella imagen con diferentes ojos, pero al final todos tuvieron algo en común.
Miedo. Miedo de caer rendidos antes sus pies. Estaban cautelosos, habían visto la batalla contra los cazadores, no apreciaron muy bien esa falta de compasión en sus rivales, bueno, Ares era la excepción, razón por la cual ayudo a evitar que su padre le lanzara un rayo encima.
Mientras tantos, en sus pensamientos más profundo nació ese vil y despreciable sentimiento de sentirse inferior, insignificante antes un vasto cosmos. Lo inevitable hacia acto presencia, uno de ellos rompió ese silencio interminable. La verdad hablo; es decir, Apolos, dios del sol.
-¿No pensaras en matarlo, ¿verdad? -pregunto, chocando su mirada con la de su padre.
Debido a la clase de pregunta que incluía al mundo mundano, todos los dioses prestaron su atención en lo que diría Zeus. Ese rey que observaba con disgusto al humano que alcanzo a los dioses, sin embargo, reconoció su poderío y lo respeto.
Se rasco el mentón cuidadosamente, cerró los ojos, y pensó en lo que haría.
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El humano viviría, su lado justiciero susurro que haría el bien, no en nombre de los dioses, si no de los humanos. No le cayó para nada bien, no obstante, ayudaría al humano, tal como los dioses lo hacían, a su manera, claro está.
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El silencio volvía tomar el control, era muy extraño para el olimpo ver a su rey no actuar de manera dramática. Muy pocas veces sucedieron. Dejo de acariciar su barba canosa y vio con calma a Apolo.
-El vivirá, sin embargo, Artemisa será la encargada de vigilarlo hasta que demuestre que es de confianza. - continuo- Está claro que ayudara a la humanidad, pero no asegura que nos ayudara a nosotros, los dioses.
Artemisa asintió sin rechistar. Quería resolver el conflicto que hubo entre los cazadores y ese luchador que tenía su esencia. Solo esperaba que pudiera perdonar a sus cazadoras y entender sus motivos, aunque se lo veía difícil, se veía capaz de darles una paliza nuevamente.
Pero una diosa intervino en la propuesta de Zeus.
-¿Estás seguro, hermano? No tiene una buena impresión con las cazadoras- dijo Hestia, diosa del hogar- ¿Qué te asegura que no tenga rencor hacia ella?
Entonces, Zeus respondió con una mirada suave.
-Porque de haber sido de esa manera, Artemisa no estaría aquí, puedo sentir su poder. -miro de reojo a su hija- Y es por eso que la mando a vigilar de cerca, ese hombre no la dañara.
Quizás la grandeza del humano regresaría a través de ese hombre, en los antaño que alguna vez fueron dioses propios sin la necesidad de la fe de las personas. Cuatros registros de una era que ni los propios dioses sabían, pero ahí estaban las únicas palabras que se descifraron.
Senju Hashirama, Uzumaki Naruto, Uchiha Madara y Uchiha Sasuke. Los primero y últimos registros que encontraron. Humanos tan poderosos, capaces de matar a los propios dioses.
Era bueno que no existían, o al menos eso querían creer, pues ese joven parecía ser unas de esos humanos especiales.
Poseidón Tosió, llamando la atención.
-¿Qué pasara la profecía?
-La profecía ha cambiado, sin embargo, debemos dejar que continúe, estoy seguro que ese Uzumaki ayudara a los semidioses en el camino.
-No sé si ustedes lo sienten, pero hay una cantidad abrumadora de energía natural acumulada en ese humano- intervino Deméter- eso significa que es un sabio y las ninfas como sátiros no dudaran en ayudarlo, después de todo, también tiene ese pensamiento de proteger la vida natural. Incluso atrajo a Gea.