El legado de la profecia

Capitulo 4

Un simple humano ha matado a un monstruo. Un simple y patético humano desvaneció temporalmente la existencia de una entidad del inframundo, era una lástima que ese humano no era Sísifo, de lo contrario sería presa frágil.

No, no.

Una sonrisa tenaz apareció en su rostro, sus ojos brillando ferozmente ese blanco destello. El corrió como un cazador contra aquellos monstruos del inframundo que acompañaban a la anciana que se ocultó entre los humanos.

En un rápido movimiento, los decapito sin compasión, tal como un asesino. Tal como era un shinobi, silencioso y lentamente se ocultó en los bosques profundos, con la intención de seguir a quienes protegió.

La humanidad tenía un nuevo protector. Con suerte, no sería el enemigo directo de los dioses. Después de todo, ayudo a los semidioses, los protegió de los monstruos.

Mientras Percy y sus amigos se encontraban en una travesía que salvaría al mundo, en la profunda oscuridad, donde aquella sensación era un infinito vacío.

Percy se encontraba discutiendo con Annabeth. El niño se encontraba furiosos con los dioses del olimpo, especialmente con Zeus, de quien sospechaba que intento matarlo con rayo mientras huían de los monstruos, ¡Que descaro! ¿Cómo esperaría encontrar su juguete caprichoso si mataba al único mortal que lo ayudaba? Era bueno saber que existían estos seres, pues era fácil culparlos a ellos, si la mitología no existiera como tal, la humanidad permanecería más tranquila.

Al menos, eso quería pensar, el mundo era y será vasto era difícil saberlo todo desde la superficie hasta la inagotable infinidad.

Allí iban Annabeth, Grover y Percy, caminando entre los bosques que había en las orillas de Nueva Jersey. El resplandor de Nueva York teñía de amarillo el cielo a sus espaldas y el hedor del Hudson los anego la pituitaria.

El chico cabra se veía tembloroso y balaba, con miedo en sus enormes ojos animales.

—Tres bondadosos —dijo con inquietud—. Y tres de golpe.

Percy se hallaba impresionado. La explosión del autobús todavía resonaba con crueldad en sus oídos. No obstante, la niña terca tiraba a los jóvenes, no ayudo dejar que su mente procesara este mundo, lo que vio.

—¡Vamos! Cuanto más lejos lleguemos, mejor.

—Nuestro dinero estaba allí dentro—le recordó Percy—. La comida y la ropa.... Todo se convirtieron en cenizas.

—Bueno, no habría sucedido si hicieras lo que te pedí.

—¿Qué querías que hiciera? ¿Dejar que los mataran? No es propio de mi hacer eso.

Annabeth suspiro, el hijo del mar era tan obstinado como su padre, incluso si no se daba cuenta. Aunque no lo admitiría, agradeció su preocupación.

—no tienes que protegerme, Percy. Me las habría arreglado.

—En rebanada como el pan de sandwich—intervino su mejor amigo, Grover—. Pero se la habría arreglado.

—Cerra el orto, niño cabra —le espeto Annabeth.

Grove balo lastimeramente y quizás algo ofensivo, por otro lado, Percy pestañeo por las palabras mencionadas de la chica, le parecía familiar de algún país.

—Latitas.... —se lamentó—. He perdido mi bolsa llena de estupendas latas para mascar.

Los chicos atravesaron chapoteando terrenos fangosos, a través de horribles arboles enroscada que olían a colada mohosa.

Al cabo de unos minutos, de tantos pasos silenciosos, todos sin excepción sintieron un pequeño escalofrió de temor recorrer sus espaldas, no obstante, quisieron ignorarlo, Annabeth se puso al lado del mar.

—Mira, yo... —su voz fallo— aprecio que nos ayudase, ¿Entiendes? Ha sido valiente.

—Somos un equipo, ¿No? —sonrió Percy, intentando aligerar el ambiente.

El silencio duro unos cuantos pasos.

—Es.... Es solo que si tu murieras... aparte de que a ti no te gustaría nada, supondría el fin de la misión. Y puede que esta sea mi única oportunidad... de ver el mundo, ¿Me entiendes?

La tormenta había cesado finalmente. El fulgor de la ciudad se desvanecía, y en la oscuridad casi total se vieron sumido. No se veían bien entre ellos, salvo algún destello rubio de cierta chica.

—¿No has salido del Campamento Mestizo desde que tenías siete años? —pregunto Percy.

—No. Solo algunas excursiones cortas, demasiadas cortas. Mi padre....

—El profesor de historia.

—Si. Bueno, no funciono vivir con él. Cuando digo que el Campamento es mi hogar donde entrenas y entrenas sin parar, repitiendo el mismo ciclo, todo eso está bien, pero los monstruos están en el mundo, es ahí donde aprendes si sirves para algo, esa es la triste realidad que los semidioses debemos enfrentar. —El tono de la chica sonó con cierta duda, insegura de sus aprendizajes aplicados en el mundo real.

—Oh, eres muy valiente—dijo Percy.

—¿Eso crees?

—No cualquiera es capaz de hacerle frente a una furia. — explico Percy teniendo una leve sensación de que la rubia sonreía, a pesar de no poder verla.

En otro lugar, no tan lejos de los semidioses, los animales sintieron los pasos lentos de un hombre que desconocían, exudando una gran cantidad de energía natural que los calmaba y les hacían sentir protegidos por su presencia, esa necesidad creció a medida cuando veían que no los lastimo, simplemente los ignoraba.

Se acercaron cuidadosamente, la entidad permaneció ignorante de los animales que lo seguían como polilla, sus ojos eran destellante en la oscuridad, por lo que asusto algún que otro monstruo. Los minutos pasaron, pasaron y pasaron.

Y finalmente recobro la consciencia, tomo el control real de su cuerpo y el karma junto al cuerno se desvanecieron, no obstante, sus ojos se mantuvieron igual no podía desactivarlo fácilmente sin provocar una gran tensión y extrañeza en su cuerpo, de que algo le faltara. Parecía ser que seguía a los semidioses sin quererlo, y su cuerpo actuó en consecuencia. Tal vez, en su corazón roto tenia una chispa de bondad.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.