El legado de la profecia

Capitulo 5

El almacén vacío estaba sumergido en un largo silencio que daba sensación de que era eterno, interminable. Las miradas de los chicos chocaban entre sí. Oculto en la maleza, había un ser "observando" a través de la venda blanca, llevaba un vestido blanco hasta los tobillos, su cabello suelto, y tenía en sus manos una espada y en la otra tenia alzada una balanza.

Era la justicia. Aquellos ojos azules detrás de esos vendados no se podían ver, la justicia es ciega.

La pregunta es:

¿Quién se oculta en la naturaleza observando a los semidioses? ¿Qué clase de justicia?

—¿Ese era la persona de una de las líneas de la profecía? —Rompió el silencio Grover.

—Sí—Dijo Percy—. No tengo pruebas, pero tampoco dudas.

—Algún día nos condenaras, cerebro de algas—Espeto Annabeth.

Percy se puso de pie. Agarro la cabeza de Medusa arrojada por la entidad que se marchó.

—Ahora vuelvo.

—Percy—llamo Annabeth—. ¿Qué estás....?

En el fondo del almacén encontró el despacho de Medusa. Sus libros de contabilidad mostraban sus últimos encargos, todos envíos al inframundo para el jardín de Hades y Perséfone. Según una factura que estaba por azar, la dirección del inframundo era Estudios de Grabación El Otro Barrio, West Hollywood, California. Doblo la factura y se la metió en el bolsillo.

En la caja registradora encontró veinte dólares, unas cuantos dracmas de oro y unos embalajes de envió rápido del Hermes Nocturno Express. Busco por el resto del despacho hasta que encontró una caja adecuada.

Regreso a la mesa de picnic, metió la cabeza de Medusa y relleno el formulario de envió.

Los dioses

Monte Olimpo

Planta 600

Edificio Empire State

Nueva York, NY

Con mis mejores deseos,

Percy Jackson.

Eso no va a gustarles -me avisó Grover-. Te considerarán un impertinente.

Metió unos cuantos dracmas de oro en la bolsita. En cuanto la cerro, se oyó un sonido de caja registradora. El paquete flotó por encima de la mesa y desapareció con un suave «pop».

— Es que soy un impertinente –respondió Percy Miro a Annabeth, a ver si se atrevía a criticarle. No se atrevió. Parecía resignada al hecho de que él tenía un notable talento para fastidiar a los dioses.

— Vamos -murmuró-. Necesitamos un nuevo plan.

El tiempo avanzo, no perdono los segundos. La noche los hizo sentir desgraciados.

Acamparon en el bosque, a unos cien metros de la carretera principal, en un claro que los chicos de las zonas utilizaban para sus fiestas. El suelo estaba lleno de latas aplastadas, envoltorios de comida rápida y otros desechos.

Habían sacado algo de comida y unas mantas de casa de la tia Eme, pero no se atrevieron a encender una hoguera para secar sus ropas. Las Furias y La Medusa ya les habían proporcionado suficientes emociones por un día. No querían atraer nada.

Por seguridad, decidieron dormir por turnos. Percy se ofreció como voluntario para hacer la primera guardia.

Annabeth se acurruco entre las mantas y empezó a roncar en cuanto su cabeza toco el suelo. Grover revoloteo con sus zapatos voladores que recuperaron su forma hasta la rama más baja de un árbol, se recostó contra el tronco y observo el cielo nocturno.

—Duerme—le dijo Percy—. Te despertare si surge algún inconveniente.

Asintió, pero siguió con los ojos abiertos.

—Me pone triste, Percy.

—¿El qué? ¿De haberte apuntado a esta estúpida misión?

—No. Esto es lo que me entristece. — señalo toda la basura del suelo—. Y el cielo. Ni siquiera se pueden ver las estrellas. Han contaminado el cielo, la tierra ya no brilla como antes. Es una época terrible para ser un sátiro.

—Ya. Debería haber supuesto que eres ecologista.

Grover le lanzo una mirada iracunda.

—Solo un humano no lo seria. Tu especia está obstruyendo tan lentamente al mundo que da la leve que es rápido.... Bueno, no importa. Es inútil darle lecciones a un humano. Al ritmo que van las cosas, jamás encontrare a Pan.

—¿Pan? ¿En barra?

—No, ¡Pan! — exclamo airado— P-a-n, ¡El gran dios Pan! ¿Por qué crees que quiero la licencia del buscador?

Una extraña brisa atravesó el claro, anulando temporalmente el olor de basura y porquería. Trajo el aroma de bayas, flores silvestres y agua de lluvia limpia, cosas que en algún momento hubo en aquellos bosques.

De repente, Percy se vio inundado por la nostalgia de algo que jamás conoció.

—Háblame de la búsqueda—Le pidió el joven.

El sátiro lo miro con cautela, como temiendo que fuera una broma de mal gusto.

—El dios de los lugares vírgenes desapareció hace dos mil años — conto—. Un marinero junto a la costa de Éfeso oyó una voz misteriosa que gritaba desde la orilla: << ¡Diles que el gran dios Pan!>> Cuando los humanos oyeron la noticia, la creyeron. Desde entonces no han parado de saquear el reino de Pan. Pero, para los sátiros, Pan era nuestro señor y amo. Nos protegía a nosotros y a los lugares vírgenes de la tierra. Nos negamos a creer haya muerto. En todas las generaciones, los sátiros más valientes consagran su vida a buscar a Pan. Lo buscan por todo el mundo y exploran la naturaleza virgen, confiando en encontrar su escondite y despertarlo de su sueño.

—Y tú quieres ser un buscador de esos.

—Es el sueño de mi vida. Mi padre era buscador. Y mi tío Ferdinand que milagrosamente está vivo.

—Ah, sí. Lo siento.




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