Érase una vez un año más joven cuando todas nuestras sombras desaparecieron, el abuelo me tomo en sus brazos, y lo escuche decir:
—Cuando seas viejo, tu valiente corazón vivirá por los días de tu juventud, piensa en tu familia si alguna vez te sientes miedo, incluso en mí.
Giro su cabeza, miro el horizonte con una triste sonrisa.
—Un día dejare este mundo así que vive una vida que recuerdes.
Era una lástima que nunca envejeció, un antaño recuerdo que se desvaneció por las tormentas de un dolor que cargaba en sus hombros sobre sus pecados...
Las sombras de los arboles no estaban, el sol los asesino con su ferviente luz. Estaba enojado conmigo, un humano que los seres considerarían insectos, minúsculo polvo de estrellas.
Desde el inicio de su tiempo vivió y vivirá hasta el final de los tiempos, una línea indeleble bastante peligrosa. Un humano que ha dejado de ser ordinario era peligroso, tan poderoso como el universo y tan frágil como él.
—Boruto, has crecido...
Le hablo, una sonrisa irónica se formó en el rostro del rubio mayor, Uzumaki Naruto. El escenario era blanco, Boruto parpadeo. No creyó lo que veía.
—Tanto dolor mi querido hijo, una carga que debiste pasar, he fracasado como padre.
El menor no respondió, no podía hablar. Esto era desesperante, no podía brindarle una respuesta a su padre.
—Tranquilo, no podrás hablar.
Él lo abrazo con ese amor paternal que todo padre tenía muy en el fondo de ese corazón de acero. Toda pared fue destruida por ese amor que perdió hace años. El menor abrazo a su padre con todas sus fuerzas.
Lo que fue una eternidad, fueron segundos. La esencia del mayor se iba desvaneciendo, los recuerdos de su vida con él también se perdían en las islas del olvido.
—Ve, busca el legado de nuestra familia, están en el fondo de los cielos, esperando ser reclamado por ti—lo miro a los ojos mientras se desvaneció de abajo hasta arriba—. Mi legado, el legado del sol y luna eso eres, eso es nuestra familia. Los hyugas son la luna, tu eres el sol como nosotros el sol, se fuerte, haz amigos y trata de disfrutar tu vida...
Se desvaneció.
El menor estaba arrodillado mirando perdidamente el escenario que se volvió oscuro. Varios ojos iguales a los suyos lo observaron inquietantes.
—Vive Uzumaki Boruto, muéstrales a estos dioses cuan poderosas son nuestras cadenas.
Las voces resonaron en varios lugares hasta que la oscuridad lo apago todo, absolutamente todo solo para despertar con brusquedad. Sus ojos azules miraron los alrededores, luego suspiro de alivio.
Habían pasado varios días, bueno, realmente no sabía, su percepción del tiempo se había visto arruinado. Los segundos para él, eran horas para el humano promedio.
Se paró tan derecho como un hombre terco. Se dirigio a la ciudad, con las ropas modernas, un pantalón chupin negro lo suficientemente cómodo para que no interrumpiera sus movimientos, y una camisa negra de manga larga, en su cuello una corbata oscura. Su mala combinación eran las zapatillas deportivas nike, bueno, en la moda.
Era 14 de junio, sietes días antes de los solsticios, 3 días habían pasado desde que ayudo a los chicos.
Y los vio de nuevo. El destino se encargó de unirlos de nuevo, que extraño. Quizás sucedía un evento especial. Caminando entre la multitud se acercó al lugar de comida que los niños se dirigieron.
Veía como el muchacho que llamaron Percy se acercaba a la tal Annabeth y un tal Grover. Se reían como nunca, pero eso se detuvo cuando el niño se acercó. Entraron al restaurante.
Unos minutos más tardes, estaba sentando en el reservado de un comedor de cromo brillante, rodeado por un montón de familia que zampaban hamburguesas y bebían refresco. Esperaba a la camarera que atendía a los niños.
Estaban nervioso, lo noto, eran niños, no tenían dinero. Tampoco diría nada, tampoco estaba mejor que ellos, no obstante, usaría el genjutsu, nada que no puede solucionar, no era un tacaño, era un shinobi.
Justo cuando veía que la camarera iba a darle una respuesta a los niños. Un rugido sacudió al edificio, una motocicleta del tamaño de un elefante pequeño acaba de parar junto al bordillo.
Todas las conversaciones se vieron interrumpidas. El faro de la motocicleta era rojo. El depósito de gasolina tenia llamas pintadas y a los lados llevaba las fundas para escopetas... con escopetas incluidas. El asiento era de cuero, parecía piel humana.
El humano de la motocicleta habría conseguido que un luchador profesional llamase a su madre. Vestía una camiseta de tirantes roja, tejanos negros y un guardapolvo de cuero negro, llevaba un cuchillo de caza sujeto al muslo. Detrás de esas gafas rojas tenía una cara cruel y brutal. Guapo, de aspecto implacable. Varias cicatrices de batallas en sus mejillas.
Boruto entrecerró los ojos con sospechas.
El motociclista al entrar produjo una corriente de aire cálido y seco. Los comensales se habían levantado como si fueran hipnotizados, pero el motorista hizo un gesto con la mano y todos volvieron a sentarse como si de soldados se tratasen.
Regresaron a sus conversaciones. En eso Boruto se dio cuenta.
Un dios había hecho presencia, entre los mortales frágiles.
La camarera parpadeo, como si esta situación no hubiera sucedido, y le pregunto a los niños:
—¿Tenéis dinero para pagar, niños?
—Ponlos en mi cuenta- intervino el motorista.
Se metio en el reservado, era demasiado pequeño para él, y acorralo a Annabeth contra la ventana. Levanto la vista hacia la camarera, la miro a los ojos.