Cuando abrí los ojos, lo primero que me vino a la mente fue lo que había ocurrido anoche.
Aquella imagen seguía nítida en mi cabeza: los encapuchados, los gritos, la sangre...
Era imposible olvidarlo tan fácilmente.
¿Cómo se supone que siga como si nada? ¿Cómo se supone que respire cuando cada parte de mí grita que estamos en peligro?
Al llegar a casa de Mía, las tres habíamos acordado no decirle nada a nadie. No nos creerían, y si los asesinos llegaban a enterarse… el peligro sería aún mayor.
Aun así, había una parte de mí que no podía conformarse con el silencio.
No quiero ser cobarde. No quiero quedarme de brazos cruzados mientras alguien más muere. Pero... ¿qué se supone que haga?
—Buenos días, Emm. ¿Cómo dormiste? —escuché decir a Harper con su típica sonrisa iluminándole el rostro.
Me sorprendió ver que, a pesar de recién levantarse, seguía con su cabello perfectamente ordenado. ¿Cómo lo hacía?
¿Acaso Harper nunca se despeina? Ni el fin del mundo la haría lucir mal, parece...
—Hola Harper, buenos días. Dormí... espléndidamente genial. ¿Y tú? —respondí con una sonrisa, mientras mi cabello me cubría medio rostro.
Mentí. Dormí fatal. No dejé de girar en la cama. A veces no sé si son recuerdos o si mi mente me está jugando bromas con lo que pasó anoche.
—Yo también dormí bien, gracias —dijo dulcemente.
Nos dirigíamos juntas a la cocina cuando, de repente, escuchamos un grito desgarrador que nos hizo detenernos en seco.
Era Mía.
—¿Mía? ¿Qué pasa? ¿Estás bien? —pregunté, sintiendo cómo se me aceleraba el corazón.
No, no, no… otra vez no. Por favor que no sea nada grave.
—Sí, Emma… estoy bien, gracias. Solo fue una pesadilla. Fue horrible. Soñé con los encapuchados… me estaban persiguiendo en el bosque, querían matarme —dijo con la voz temblorosa.
Su rostro pálido y asustado me partía el alma. Me acerqué y le sonreí con ternura, tratando de reconfortarla, aunque por dentro yo también me sentía igual de frágil.
La entiendo. Yo también me siento perseguida incluso despierta. Es como si esas sombras no se fueran jamás.
Después de lo que vivimos, ya nada sería como antes.
Vimos cómo mataban a alguien… y lo peor, no podíamos contárselo a nadie.
—No estés asustada, Mía. No nos va a pasar nada —dijo Harper mientras la abrazaba con cariño, como una hermana mayor consolando a la pequeña.
Ojalá tuviera esa seguridad de Harper. Ojalá pudiera creer en lo que acaba de decir. Pero tengo un nudo en el estómago que no me deja.
—Eso espero, Harper… eso espero —susurró Mía, aferrándose más a su abrazo.
Quise cambiar de tema, aliviar el ambiente un poco.
No puedo verlas así. Necesitamos algo, aunque sea una pequeña chispa de normalidad.
—Bueno, chicas, hay que desayunar —dije con una sonrisa forzada.
—¡Sí! —respondieron ambas al unísono.
Bajamos juntas y preparamos el desayuno: tortillas con verduras y café con leche.
El olor de algo tan cotidiano me hizo pensar por un segundo que todo estaba bien. Casi lo creo. Casi.
Mientras comíamos, Mía propuso algo que me tomó por sorpresa.
—Chicas, como ayer no tuvimos tiempo de jugar verdad o reto ni contarnos secretos... ¿por qué no nos decimos uno ahora? ¿Quién les gusta? —preguntó tímidamente.
Sentí un calor repentino subir a mis mejillas.
¿Quién me gusta? ¿Por qué justo ahora tenía que preguntarlo?
Me daba algo de vergüenza, pero respondí.
—A mí no me gusta nadie… pero no voy a negar que Julian me parece atractivo —dije bajito, casi murmurando, sintiéndome colorada hasta las orejas.
No sé por qué dije eso. Tal vez sí me gusta. Tal vez solo me da miedo admitirlo. O tal vez… solo quiero pensar en algo que no me duela.
—¡Awww, qué lindo! Y es verdad, Julian es guapo —comentó Harper entusiasmada, lo cual me hizo sonrojar aún más.
—A mí me gusta Eliot —dijo Mía tapándose la cara con las manos, completamente sonrojada—. Es tan lindo, tierno y muy tímido. Amo su timidez… me gusta desde los catorce años.
No pude evitar sonreír. Mía estaba muy enamorada, y era evidente.
Qué bonito es amar así… sin miedo, sin vergüenza. Aunque en este mundo, eso también da miedo. El amor te vuelve vulnerable.
Y lo más bonito de todo... es que yo estaba casi segura de que Eliot también sentía lo mismo por ella.
—¡Qué tierno! —dijo Harper sonriendo de oreja a oreja.
Me animé a hacer una pregunta que me daba curiosidad desde hace tiempo.
—Y tú, Harper… ¿te gusta Nathan? —pregunté con emoción.
Desde que los conocí, siempre tuve la impresión de que se gustaban o que por lo menos había algo entre ellos.
—No, Emma. No me gusta —respondió algo apenada—. Yo a Nathan lo veo como un hermano. Justo ayer se me declaró… y lo rechacé. No siento lo mismo. Es un buen chico, un poco renegón, pero lo quiero… como a un hermano.