—Chicas, estuve pensando… ¿y si les decimos a los chicos lo que pasó ayer? —preguntó Harper con la voz baja, casi dudando de sus propias palabras.
La miré en silencio. Parte de mí pensaba que tenía razón, pero… ¿y si contarles empeoraba todo? ¿Y si hablarlo en voz alta lo hacía más real? ¿Y si los poníamos en peligro también?
—No sé, Harper… lo que vimos ayer fue horrible —dije al fin, con un nudo formándose en mi estómago—. No es algo que se pueda contar así como así.
—¿Horrible? ¿¡Horrible!? Fue espantoso, Emma —sollozó Mía, su voz temblaba—. Esos tipos extraños de anoche… torturaron y mataron a alguien… ¡y nosotras lo vimos! Ya nada será igual.
Tiene razón… lo pensé sin atreverme a decirlo.
Nada volverá a ser igual.
Ya no somos las mismas chicas que ayer reían y planeaban una pijamada.
Somos testigos de un crimen brutal…
¿Y si ellos lo saben? ¿Y si nos vieron? ¿Y si vienen por nosotras?
Siento el miedo subir por mi garganta como una marea espesa que me ahoga. Mi corazón late tan fuerte que me duele. No puedo dejar de ver esa escena, como una película vieja que se repite una y otra vez en mi cabeza. Y lo peor… es que nadie sabrá lo que vimos. Nadie podrá salvarnos si llega el momento.
—Lo sé, Mía… ¡¡¿Crees que yo estoy feliz con esto?!! —gritó Harper, sacándome de mis pensamientos. Su rostro estaba rojo, furioso, frustrado—. ¡Solo eres una mocosa llorona y miedosa! ¡De verdad odio cuando te pones así! —continuó alzando la voz—. ¡Eres solo una exagerada! Por favor, Mía… madura, pareces una niña de tres años que llora por todo.
¿Harper? ¿Qué estás diciendo…?
Cada palabra fue como un latigazo seco contra el rostro de Mía. Y yo, en medio, sin saber qué hacer, qué decir, cómo detenerla.
Y sin más, Harper salió de la casa, dando un portazo que me hizo temblar.
Me quedé helada.
¿Qué acaba de pasar? ¿Cómo fue que todo se desmoronó tan rápido?
Mi cabeza no puede procesarlo. Una parte de mí quiere correr tras Harper, gritarle que se calme, que no era justo lo que dijo. Pero mis piernas no se mueven.
La habitación se llenó de un silencio doloroso. Me volví lentamente hacia Mía, quien ya no contenía el llanto. Sus manos temblaban, y sus ojos estaban empañados por las lágrimas.
—Soy una tonta… soy una tonta… siempre arruino todo —decía entre sollozos, con la voz hecha trizas.
Sentí cómo mi pecho se oprimía. ¿Cómo llegamos a esto? ¡No deberíamos estar peleando! Deberíamos estar más unidas que nunca. Pero ahora… Harper está afuera, furiosa, y Mía está hecha pedazos frente a mí. ¿Y yo? Me siento completamente inútil.
—No, Mía. No eres tonta, ni arruinaste nada —le dije mientras la abrazaba con fuerza, conteniendo mis propias lágrimas—. Eres una gran amiga, de verdad. Y esto… todo esto… lo vamos a resolver, incluso lo de Harper. Y también vamos a encontrar una manera de acabar con esos psicópatas.
La abracé más fuerte, como si pudiera protegerla del mundo solo con mis brazos.
Pero por dentro, yo también estaba rota.
Yo también quería llorar, gritar, correr muy lejos y despertar en una realidad donde todo esto no hubiese pasado.
No podía evitar pensar en las palabras de Harper. Tenían sentido… quizá los chicos podrían ayudarnos. Pero ahora mismo no sé si sería lo correcto. Si involucrarlos era un error del que no podríamos volver. Si ya no había marcha atrás.
Una parte de mí lo quiere… pero otra siente que algo malo va a pasar si lo hacemos.
Tengo un mal presentimiento.
Un presentimiento frío y persistente que me susurra al oído que lo peor aún no ha llegado.
Y esta calma… este silencio después de la tormenta…
Solo puede significar una cosa:
La próxima ola será aún más devastadora.