Después de lo ocurrido en casa de Mía, ella y yo decidimos ir a la casa de Harper. Necesitábamos disculparnos.
—Emma… ¿crees que Harper me perdone? —preguntó Mía con voz temblorosa.
Volteé a mirarla. Sus ojos estaban llenos de culpa y ansiedad. Me partía el alma verla así. Todo lo que habíamos vivido era perturbador, pero encima de eso, ahora teníamos una ruptura entre nosotras. Me dolía.
—Sí, Mía. Te va a perdonar… no te angusties —intenté tranquilizarla con una sonrisa forzada—. Harper te quiere, y estoy segura de que también desea disculparse.
Al tocar el timbre, mi estómago dio un vuelco. El corazón me latía tan fuerte que sentía que se escuchaba desde fuera. Pasaron unos segundos que se sintieron eternos. Finalmente, Harper abrió la puerta. Su ceño fruncido desapareció al vernos, reemplazado por una expresión de sorpresa.
—¿Chi… chicas? ¿Qué hacen aquí? —preguntó, claramente confundida.
Por un segundo quise dar media vuelta y salir corriendo, pero Mía se adelantó.
—Hola, Harper. Venimos a disculparnos. Lo que dijimos no estuvo bien —dijo, con una seguridad que me dejó sorprendida. ¿De dónde sacaba esa fuerza? Me hizo admirarla aún más.
—Sí, Harper, nosotras… por favor, perdónanos —añadí con nerviosismo, tragando saliva.
Harper bajó la mirada, respiró hondo y sonrió con ternura.
—No se preocupen, chicas. Yo también quiero disculparme. No debí actuar así —dijo, y se hizo a un lado—. Pasen, tenemos muchas cosas de qué hablar.
Entramos y nos sentamos en su sala. El ambiente se volvió tenso. Silencioso. Tres amigas, unidas por un trauma reciente, sentadas como si no supieran cómo volver a conectar.
—Bu... bueno… tenemos que hablar sobre si debemos contarles a los chicos —dijo Harper, rompiendo el silencio con la voz un poco temblorosa.
Inspiré hondo. Sabía lo que quería decir desde hace horas. Necesitaba decirlo.
—La verdad… lo he pensado, y no sé si sea buena idea contarles. Yo creo que debemos investigar nosotras mismas este asesinato. Fuimos testigos, Harper. Mía. Nosotras lo vimos. Si no hacemos algo, ¿quién más lo hará? —dije con firmeza, sin saber de dónde sacaba ese coraje. Tal vez era miedo… o responsabilidad.
El día que llegué a Wald Te Schatten, sentí una mala vibra. Como si algo estuviera esperándome. Ahora lo entiendo… esto era solo el principio. Algo oscuro comenzó ese día, y siento que solo nosotras podemos detenerlo.
—Chicas… yo… creo que no deberíamos contarles a los chicos —dijo Mía, bajando la cabeza—. Uno: podrían pensar que estamos locas. Dos: podríamos ponerlos en peligro.
Tenía razón. Ellos no merecían arriesgarse por algo que solo nosotras habíamos presenciado. Esta carga era nuestra.
—Entonces, ¿en eso quedamos? —dijo Harper, seria—. Lo que vimos queda entre nosotras. Y sí… vamos a encargarnos de esto.
Mía y yo asentimos, aunque noté el miedo reflejado en sus ojos. Yo también lo tenía. No éramos detectives. Éramos solo tres chicas atrapadas en una pesadilla real.
Al terminar la conversación, salimos de la casa. Mía tomó un camino distinto. Yo seguí sola hacia mi casa, repasando en mi mente todo lo que tendríamos que hacer. ¿Cómo se empieza una investigación? ¿Qué se busca? Estaba perdida.
De pronto, algo interrumpió mis pensamientos.
Vi a un chico rubio, de ojos azules tan intensos que por un instante me olvidé de todo lo demás. Estaba ayudando a dos niños con unas mochilas. Era... tierno. Muy tierno. Sin pensarlo, me acerqué. Algo en él me llamaba.
Cuando estuve a unos pasos, él me miró. Y cielo santo… era aún más guapo de cerca. Su mirada me atravesó y me dejó sin aire.
—Hola. ¿Eres nueva por aquí? No creo haberte visto antes —me preguntó con voz profunda. Sentí cómo se me calentaban las mejillas.
—S-sí… llegué hace tres días. Me llamo Emma —respondí, torpemente, y me tapé las mejillas con las manos. ¡Qué vergüenza!
—Me llamo Renzo, mucho gusto —dijo con una sonrisa tan brillante que me dejó desarmada.
—M-mucho gusto —respondí, sintiendo que la voz me salía más aguda de lo normal.
—Sabes… eres muy hermosa —me dijo, con una mirada tan directa que casi me hizo retroceder.
—Gra… gracias. Tú también eres lindo —balbuceé, casi deseando que la tierra me tragara.
—¿Y qué te trae por el pueblo? —preguntó con naturalidad.
—Vine a visitar a mi abuela. Mis padres y yo estamos aquí por unos días —respondí, intentando sonar relajada, pero la verdad es que su presencia me ponía muy nerviosa.
—¿Y cómo te está yendo en el pueblo hasta ahora? —añadió, sonriendo.
Esa pregunta me cayó como un balde de agua fría. ¿Cómo me estaba yendo? Vi un asesinato hace unos días. Pero no podía decir eso.
—Bastante bien. Es un lugar con mucha vida… me gusta —mentí con una sonrisa.
—¿Y tú qué estudias o piensas estudiar? —pregunté para desviar el tema.
—Psicología —respondió, y por alguna razón, su sonrisa se volvió... extraña. No sabría decir por qué.