Cuando llegamos a la casa de Mía, nos pusimos a escribir las palabras clave de lo que encontramos en la biblioteca. Descubrimos que el fundador del pueblo es el tatarabuelo de Renzo, desde 1894, lo cual es muy raro, puesto que deben pasar generaciones para que alguien siga con el poder de los fundadores... y esos tipos aún se ven jóvenes. Demasiado jóvenes.
También descubrimos algo inquietante: Harper pertenece a una "Unerwünschte Familie". Lo cual me dejó confundida. ¿Qué significaba eso? ¿Por qué ella estaba en una lista negra?
No quise sacar conclusiones apresuradas, pero sentí un nudo en el estómago. ¿Qué significaba exactamente pertenecer a una familia "no deseada"? ¿Era peligroso? ¿Qué implicaciones tenía para Harper… y para nosotras?
—Harper, una pregunta… ¿Qué es eso de Unerwünschte Familie? ¿Y por qué están tachados en una lista negra? —le pregunté con voz baja, con miedo de hacerla sentir mal.
—Bueno… esta es la verdad —dijo Harper con la mirada baja—. El fundador del pueblo, Maximilian von Feuer, hizo una lista negra familiar. Una lista donde puso a determinadas familias que, según él, eran impuras o "innecesarias". Todo porque no seguían sus reglas o simplemente no eran como él quería.
Sus palabras me dejaron helada. ¿En serio alguien podía marcar así a familias enteras como si fueran basura? Me parecía inhumano.
—¿Eso significa que Maximilian fue el que empezó con todo esto? —pregunté con el corazón apretado.
—Sí. Mi familia fue una de las primeras en ser señaladas —me respondió Harper, tragando saliva—. Mi abuelo fue tachado por defender a una mujer de una de las familias más poderosas… desde ahí todo cambió.
Sentí un nudo en el estómago. Eso explicaba muchas cosas… pero también me dejaba más preguntas. ¿Cuántas más estaban sufriendo por esa absurda "lista negra"?
—Harper… lo siento. No tenía idea —le dije, acercándome para tomar su mano. Ella solo asintió en silencio.
Mía también la abrazó, y por unos segundos las tres nos quedamos así. Era un momento difícil, pero también hermoso. La amistad se notaba en los gestos pequeños, en el silencio compartido.
Después de eso, nos calmamos.
—Chicas… bueno… creo que tenemos que ir al camino por donde escuchamos los gritos la otra vez —dije, tomando aire.
—¿Estás segura? —preguntó Mía, nerviosa.
—Sí. Si logramos escuchar su voz o ver algo, podríamos tener una lista de sospechosos —añadí, decidida, aunque por dentro tenía miedo.
Las personas de la lista eran Renzo, ya que es el nieto de Maximilian. Y, no sé por qué, pero siento que heredó algo oscuro… como si su sangre llevara rastros de él también.
También estaban Samantha, Matilda y Matthew. Todas ellas están con Renzo, lo sé. Son como sus mascotas. Daniel ya no está con ese grupo, tiene buenas vibras, diría yo.
—Sé que estoy loca, pero puedo sentir cuando alguien tiene malas intenciones. No soy bruja, pero siento una energía extraña e incómoda cuando los veo —confesó Harper, cruzando los brazos con incomodidad.
Mía y yo la miramos sorprendidas.
—Yo también sentí eso cuando conocí a Renzo —admití—. Sentí una mala vibra desde el primer momento. Aunque parecía amable, notaba que ocultaba algo. Y ahora todo tiene sentido. Hasta Julián me advirtió que tuviera cuidado…
—Por eso… hoy vayamos al campo donde se encontraron los psicópatas el otro día —propuso Harper con voz seria—. Tal vez aclararemos algunas dudas.
Mía y yo solo asentimos. El miedo aún nos rodeaba, pero necesitábamos respuestas.
—Bueno… vayamos entonces. ¡A por ellos! —dijo Mía con una sonrisa nerviosa, llevando la mano a la frente como si hiciera un saludo militar.
Harper y yo soltamos una risita. A pesar de todo, era bueno saber que aún podíamos reírnos entre nosotras.
Las chicas y yo decidimos hacer una pijamada antes de ir al campo de fresas. Por el momento, estábamos trazando un plan para obtener pistas. Harper, Mía y yo nos vestimos de negro, tipo espías, para darle un poco de emoción a la situación… aunque, en el fondo, lo hacíamos porque nos moríamos de miedo. Solo faltaban diez minutos para la hora, y nos habíamos preparado físicamente en caso de que algo saliera mal.
—Emma, ya tenemos que ir —la voz de Mía me sacó de mis pensamientos.
—Te mentiría si te dijera que no tengo miedo… pero hay que tener fe —añadió con una sonrisa temblorosa.
—Sí, Mía, tienes razón. Todo saldrá bien… ya lo verás —le respondí intentando sonar segura, aunque mi voz también temblaba. Verla nerviosa me rompía un poco por dentro.
—Bueno, Mía. Emma. Vamos. Yo conduzco —dijo Harper, con tono serio y decidido.
Sin decir nada más, Mía y yo asentimos. Salimos de la casa y subimos al auto de los padres de Mía. El camino fue silencioso, como si cada una estuviera atrapada en sus propios pensamientos. El aire era tenso… y me costaba respirar con naturalidad.
De pronto, la radio se encendió sola y comenzó a sonar una canción. Fue extraño, pero las tres, como por instinto, comenzamos a cantarla. Tal vez lo necesitábamos… algo que nos distrajera de todo.