Sus ojos dorados se tornaron esmeralda, que la vistió a su vez. Su piel bronceada irradiaba cual oro a la luz de la luna. El suave soplar del viento jugaba con sus cabellos castaños que ignoraban el patrón de su trenza; con su camisón danzaba a la par. Su mano estaba extendida hacia adelante como si tratara de alcanzar algo, pero su ligero pisar decía todo lo contrario, cada uno de sus pasos la llevaban a su cruel destino: un acantilado que delimitaba los alrededores del castillo De Rosas.
El crujir del pasto sonaba como la fatalidad misma. Cada vez más cerca del destino que predecían sus pesadillas. El viento sopló más fuerte como aliado de la muerte. Levantó su pie, alzándose sobre la nada, y cuando estaba a punto de dejar su peso caer al vacío, unos brazos se enlazaron como cadenas alrededor de su cintura.
—¿Qué... qué está pasando...? ¿Quién?...
—Relájate... todo está bien ahora... —Puso las palabras en su boca con la mayor delicadeza posible—. Soy Sir Hazekiel Lynn, para servirle, señorita.
—¿Sir... Haze...? ¿Un caballero...?
Él asintió.
Un sudor frío recorrió su frente con sus manos temblando con vida propia. Haze lo notó. Tenía que tranquilizarla antes de causar malentendidos, pero entre los pensamientos de la joven surgió un abismo de sospechas ante la idea de que tal vez él era el causante de esa situación, con sus ojos buscando confort, cuyo intento solo pareció confirmar la paranoia.
—¿Qué estoy haciendo aquí? ¡¿Qué está pasando?! —Sus brazos se apartaron de su pecho, pero los de él se aferraron más a ella en un intento desesperado de mantener el control.
—¡¿Qué quiere de mí?! —gritó la joven, forcejeando.
—No te preocupes. Todo está bien. ¡No voy a lastimarte!
Aunque su abrazo estaba destinado a ser protector, su indignación no dudó en soltar la presión que tenían para sostenerla en su pavor hasta que la liberó. Ella se alejó lo suficiente. Sus miradas se convirtieron en el reflejo de la otra. Los brazos del caballero quedaron en la misma posición desde que la soltó, tratando de procesar lo sucedido, mientras que los de ella estaban tensos y con sus puños preparados para lanzar un ataque.
—No quiero nada de ti —declaró el joven—. Solo quiero ayudarte. Estabas-
—¿Cómo sé que no me mientes? —Su mirada se alzó. Y su voz, si bien agresiva, manifestó una templanza orgullosa. Las manos de él se alzaron como gesto de calma.
—Si quisiera hacerte daño, ya lo habría hecho. Sus labios dibujaron una mueca indignada, con ojos pareciendo estar a punto de carcomerlo. Estuvo a punto de restregarle en la cara que era un vil y desgraciado. Un hombre sin honor. Pero una vez que observó el mirar del rubio pudo leer la verdad en sus pupilas temblorosas. La rigidez de sus músculos comenzó a desvanecerse. Pero su cabeza seguía dando tantas vueltas que sus brazos se aferraron nuevamente para proteger su pecho. Él se percató.
— Por favor, no tengas miedo. No voy a lastimarte. Lo prometo. — Caminó con cautela, su cuerpo caído, tratando detransmitirle por lo menos algo de seguridad, cosa que funcionó, pues su abrazo dejó de ser tan defensivo.
—¿Qué... qué estaba haciendo? —preguntó en una voz áspera.
—Estabas inconsciente— declaró—. Estabas a punto de caer porelacantilado. Pero pude atraparte a tiempo.
—¿El acantilado?
—Así es.
Ella se mordió las uñas.
—Oh no... esto es malo, esto es malo...
—No tenga miedo. Ahora está a salvo. Estoy aquí para ayudarla, señorita.
Ella se llevó la mano a la cabeza. Acababa de enterarse de que sus más locas pesadillas pudieron ser una predicción. Respiró hondo, dejando de lado las imágenes fatídicas para dejar su mente en blanco. Su cuerpo recuperó firmeza, pero ahora con un agradecimiento notable en su recelo ligeramente bajo, y con sus mejillas coloradas. Tragó hondo.
—Agradezco que me haya salvado. Y, perdone mi comportamiento, señor. — Inclinó la cabeza con cordialidad.
Él sonrió de lado, complacido por su disculpa
—No se preocupe por eso. —Se inclinó con las manos en la espalda.
—Es comprensible actuar con recelo, especialmente ennuestra situación. No se preocupe.
Ella asintió.
—¿Hay algo que pueda hacer para hacerle sentir mejor?
—Estoy bien. Gracias —contestó ella, girándose para continuar su camino.
—¡E-Espere! —replicó Hazekie—. ¿A dónde se va?
—Tengo que irme.
—¿Está segura de que quiere irse así?— Hazekiel emprendió camino junto a ella con paso acelerado hasta poder ubicarse a su lado.
—Temo que usted pueda perderse en este bosque, señorita.
—Conozco este bosque como la palma de mi mano.
—Si usted lo dice, supongo.
Se percató que ni siquiera pensaba en conectar de nuevo con la mirada. Su rostro se arrugó a la leve grosería. Pero apareció entonces la sensación de un nudo en el estómago, cual se acrecentaba entre más analizaba su decaída postura.
Se percató que ni siquiera pensaba en conectar de nuevo con la mirada. Su rostro se arrugó a la leve grosería. Pero apareció entonces la sensación de un nudo en el estómago, cual se acrecentaba entre más analizaba su decaída postura.
—Señorita... ¿Está segura de que quiere seguir sola?
—Sí.
—¿Está segura de...?
—¡SÍ! —Elevó la voz entre suspiros.
Se giró hacía él, furiosa al principio. Sin embargo, le llegó un pinchazo en el corazón al observar con detenimiento la sorpresa atónita del muchacho, tan frágil como desorientada. Por un momento se vio como la persona más cruel del mundo.
Llevó sus manos a su cara, cubriendo desde los ojos hasta la barbilla.
—Lo lamento. No debería haber gritado. —Bajó su brazo con recelo
—Tal vez, le ha desilusionado que su princesa hable de esta manera.
El soldado quedó congelado por segundos hasta que procesó toda la información.
—¿A-acabas de decir princesa?
El rostro de Vega se levantó hasta encontrar la mirada sorprendida entre uno y otro.