El Legado Del Dios Absoluto

CAPITULO XXIV: El Asedio de la Luz

Elyssar temblaba; Lo que una vez fue el reino sagrado de los ángeles, eterno en su perfección, ahora se consumía en el fragor de una guerra que amenazaba con devorar los cimientos mismos de la creación. El cielo, otrora un océano de luz dorada, estaba desgarrado por grietas de las que brotaba una oscuridad voraz, como heridas abiertas en el firmamento. Los cánticos celestiales, que durante eones habían tejido la armonía del reino, fueron ahogados por el estruendo de espadas chocando, por los gritos de batalla y los alaridos de aquellos que caían con su luz extinguiéndose para siempre.

Los ángeles leales se reagruparon en torno al Templo del Eterno Esplendor, su última fortaleza. Allí, en el corazón mismo de Elyssar, la esencia del Dios Absoluto palpitaba con una intensidad casi dolorosa, como si el mismo Creador luchara por mantener viva la llama de su obra maestra. Formaron círculos defensivos, escudos entrelazados, lanzas brillantes apuntando hacia las hordas de caídos que avanzaban. Pero cada embestida de los traidores hacía retroceder las líneas. Cada golpe de sus armas corruptas resquebrajaba el mármol sagrado bajo sus pies, como si la tierra misma gritara de agonía.

—¡No retrocedan! —rugió Uriel, su voz fue como un trueno en medio del caos.

El Heraldo del Fuego Divino se lanzó al combate, su lanza ardía con una llama que devoraba las sombras al contacto. A su alrededor, oleadas de ángeles leales cargaron contra la vanguardia enemiga, sus alas se desplegaron como estandartes de guerra. Uriel era un torbellino de destrucción sagrada: cada giro de su arma desintegraba a los sirvientes menores de la oscuridad, reduciéndolos a ceniza que flotaba en el aire como niebla maldita. Sus propias alas ardían ahora con el fulgor de una estrella en su apogeo, iluminando brevemente el campo de batalla, como si el Creador mismo lo estuviera guiando.

Pero entonces... apareció Orisiel.

Desde las sombras más densas, entre los pliegues de realidad desgarrada, surgió la figura del que una vez fue el más noble de los Heraldos. Ya no llevaba la armadura dorada de antaño, ni sus seis alas brillaban con la luz de Elyssar. Ahora estaba envuelto en una oscuridad que se movía como humo vivo, sus ojos eran abismos sin fondo, y en su mano no sostenía una espada de luz, sino una silueta fluctuante de pura negrura, un vacío hecho arma.

El aire se espesó. Los ángeles más cercanos a Uriel vacilaron, sintiendo el peso de la presencia de Orisiel, una presión que les recordaba demasiado a cuando este mismo ser los había guiado en el pasado.

—Uriel —dijo Orisiel, y su voz ya no era la de un heraldo, sino la de algo más antiguo, más terrible—. ¿Sigues creyendo que el fuego purifica todo?

Su voz aún conservaba la melodía de su pasado glorioso, pero cada sílaba rezumaba la corrupción que ahora lo habitaba. Uriel no esperó más. Con un movimiento fluido, giró su lanza y se lanzó hacia Orisiel, su cuerpo se convirtió en un meteoro de fuego divino. La velocidad era tal que el aire mismo se encendió a su paso, dejando un rastro de chispas que brillaban como estrellas fugaces.

Pero en el último instante, cuando el arma estuvo a punto de clavarse en el corazón de su antiguo hermano, Orisiel simplemente dejó de existir.

No fue un salto, ni un paso lateral, ni un destello de teletransporte. Fue como si la realidad lo borrara de un plumazo, dejando solo un vacío donde antes había estado. Uriel se detuvo en seco, sus músculos estaban tensos, cada fibra de su ser gritaba advertencias.

Demasiado tarde.

La sombra se materializó a sus espaldas como una pesadilla hecha carne. Orisiel emergió de la nada, su mano convertida en garras de oscuridad pura atravesó el ala derecha de Uriel con un sonido húmedo y crujiente, como cristal sagrado quebrándose. Un grito desgarrador estalló en el campo de batalla, tan lleno de dolor que hasta los ángeles en combate volvieron la mirada. La luz de Uriel, antes radiante como un sol, parpadeó y se atenuó, como si alguien hubiera soplado una vela gigantesca.

Cayó de rodillas, temblando. No era solo el dolor físico; era la corrupción, ese veneno negro que ahora intentaba filtrarse en su esencia, torciendo su luz desde dentro.

—Eres fuerte —susurró Orisiel, inclinándose sobre él como un depredador sobre su presa—. Pero hasta la luz más brillante puede ser apagada... y tú mereces el mismo final que Seraphiel.

Sus palabras resonaron como una sentencia. Uriel intentó alzar su lanza, pero su brazo pesaba como si estuviera hecho de plomo. Orisiel alzó su garra oscura, preparándose para el golpe final...

Y entonces el mundo explotó en oro.

Una onda de energía divina estalló entre ellos, tan poderosa que hizo retroceder incluso a Orisiel. Desde lo alto, como un rayo descendido del cielo, Malkhiel irrumpió en la batalla. Su espada, tallada en luz pura, cortó el aire con un silbido que resonó como un cántico sagrado.

Orisiel se rio, provocando un sonido que heló la sangre de los presentes.

—Ah, el favorito del Creador —dijo, apartándose con elegancia sobrenatural—. Así que tú también venciste a un heraldo caído.

Mientras Orisiel se deleitaba en su duelo con Malkhiel, el resto de Elyssar se desmoronaba bajo el avance implacable de sus siervos.

Azarel, el antiguo Guardián de la Sabiduría Eterna, marchaba ahora como un príncipe de pesadillas. Su ejército de sombras avanzaba tras él, dejando a su paso ángeles menores retorciéndose en el suelo, sus mentes atrapadas en visiones de tortura infinita. No los mataban. No era necesario. Bastaba con dejarlos incapaces de luchar, con sus almas consumidas por delirios que los hacían gritar en lenguas olvidadas.

Y Azarel cantaba.

Su voz, antes portadora de las verdades cósmicas, ahora entonaba una melodía disonante que hacía temblar los cimientos de Elyssar. Cada nota incorrecta, cada acorde perverso, abría grietas en los muros sagrados, exponiendo las entrañas de la ciudad eterna. Los pilares de mármol celestial se deshacían como azúcar en la lluvia, y por las fisuras se filtraba un frío que no pertenecía a ningún invierno conocido.




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