El Legado Del Dios Absoluto

CAPITULO XL: El Pacto del Último Legado

La revelación de la extinción pendiente se clavó en sus corazones como una espada de hielo. Durante generaciones, habían sobrevivido entre las sombras, esquivando conflictos, creyendo que el tiempo y el silencio serían sus aliados. Pero ahora, ni las montañas más altas ni las cavernas más profundas podrían salvarlos del juicio del Dios Absoluto. La tierra misma que pisaban estaba condenada, y el aire que respiraban olía a ceniza futura.

Horas después del descubrimiento, Xiomara convocó a las pocas familias que aún permanecían ocultas en los bosques. Eran los últimos descendientes de aquellos híbridos que habían huido tras la muerte de Ethrialis, sus rostros estaban marcados por el mismo miedo ancestral. Se reunieron bajo un viejo roble cuyas ramas parecían querer protegerlos del cielo que pronto los juzgaría.

—No podemos seguir escondiéndonos —declaró Yerson, uno de los líderes de las familias, con los puños apretados—. Si esta guerra es lo que ha provocado la ira del Creador, debemos detenerla antes de que sea demasiado tarde.

Jeff cruzó los brazos, su mirada era escéptica.
—Somos pocos. No podemos enfrentarnos a ambos bandos, y si les hablamos de esta profecía, ¿quién nos creerá?

—Tiene razón —añadió Elias, pasando una mano por su rostro cansado—. Para los puros, solo somos impurezas que manchan su linaje. Y los otros híbridos nos verán como cobardes o traidores por no haber luchado a su lado desde el principio.

El debate continuó, cada palabra estaba cargada de desesperación y determinación. Estas familias habían vivido en armonía durante siglos, ayudándose mutuamente, compartiendo lo poco que tenían. Ahora, la decisión que tomarían no sería solo por supervivencia, sino por el legado de quienes los antecedieron.

Mientras los adultos discutían, Hammer, con el corazón acelerado, tomó de la mano a Kora y Ericka y los llevó al claro del bosque donde días atrás habían visto la figura luminosa. En el fondo de su ser, albergaba una esperanza infantil: que el mensaje de extinción fuera un error, una pesadilla tallada en la piedra por alguna fuerza equivocada. Que, al regresar, encontrarían el templo vacío, las palabras borradas como lágrimas bajo el sol.

Pero el destino nunca fue tan amable.

El cielo, que momentos antes estaba despejado, se oscureció de repente, como si una mano gigantesca hubiera arrojado un manto de plomo sobre el sol. Antes de que pudieran reaccionar, una energía oscura, densa como alquitrán y fría como el vacío, se lanzó hacia ellos. Por instinto, Hammer empujó a las chicas hacia un lado, evitando el impacto por milímetros. El suelo donde habían estado segundos antes quedó carbonizado, humeante.

Desde las sombras emergió una figura imponente: un general de los híbridos, su armadura estaba corroída por vetas de oscuridad, sus ojos brillaban con un fulgor enfermizo.

—Vaya, vaya —gruñó, su voz era áspera como piedras rompiéndose—. Mientras nosotros moríamos en el frente, ustedes jugaban a esconderse como ratas.

Hammer sintió el miedo trepar por su espalda, pero también algo más: la llama de Lyranna, su ancestra, ardiendo en su sangre. Con un movimiento rápido, giró el brazalete que siempre llevaba en su muñeca. No era un simple adorno; era el Thyreniel, el Sello de la Llama Interior, una reliquia forjada en los días en que los híbridos aún creían en la luz.

—¡No somos cobardes! —gritó, mientras el brazalete se encendía con un fuego azulado—. ¡Solo estábamos esperando el momento correcto para luchar!

El general rio produciendo un sonido que heló la sangre en sus venas.
—Pues ese momento ha llegado, niño. Demuéstralo.

Y entonces, el bosque, testigo silencioso de su existencia oculta, se convirtió en el escenario de su primera batalla.

El aire vibró cuando Hammer activó el Thyreniel, las llamas azules del brazalete envolvieron su brazo como un dragón despertando. Con apenas el 60% de compatibilidad con la reliquia, sabía que no era rival para el general, pero eso no lo detuvo.

—¡Corran! —gritó a Kora y Ericka mientras se lanzaba al ataque con sus puños incendiarios que chocaron contra los de Marcos.

El impacto resonó como un trueno, haciendo temblar las antiguas columnas del templo. Piedras milenarias se desmoronaron, polvo y escombros se levantaron en una nube que ocultó por momentos la batalla. Pero la superioridad del general era evidente. Con un gruñido de desprecio, aumentó su poder y su puño envuelto en sombras conectó con el pecho de Hammer, enviándolo a través de los muros derruidos como un muñeco de trapo.

Kora y Ericka llegaron al campamento jadeantes con sus voces entrecortadas por el terror.
—¡Un enemigo! ¡Está peleando con Hammer! —logró articular Kora con lágrimas nublando su vista.

Xiomara no esperó a escuchar más. Abandonó la reunión en un instante, Jeff a su lado, ambos corriendo hacia el santuario con el corazón en la garganta.

Mientras tanto, Hammer intentaba levantarse entre los escombros, su cuerpo estaba magullado y su brazalete agrietado. Sangre caliente le goteaba por la frente, nublando su visión, pero aun así pudo ver la extraña aura que rodeaba a Marcos: una niebla violácea que parecía vivir, respirar, como si fuera algo más que un simple poder. ¿Era esto lo que los había condenado al exilio? No tuvo tiempo de pensar más. Marcos estaba ante él, levantando una espada de energía oscura que había moldeado con su energía.




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