Mientras esperaba, paseó la mirada a través de aquella lúgubre estancia. No era la primera vez que estaba en aquel lugar, ni siquiera la segunda ni la tercera. Pero la costumbre no había logrado nunca sacudirle de encima la inquietud que le acariciaba cada vez que se encontraba allí. Las telarañas cubrían la enorme lámpara que colgaba de los altos techos. Korbian solía pensar que en algún momento debió de ser elegante y refinada; incluso, hermosa. U ostentosa tal vez.
Caminó despacio, tratando de ignorar el crujido que sus recias botas generaban en los viejos tablones de madera del suelo. Acercarse a la única ventana que había allí le permitió tomar una bocanada del aire frío y húmedo de la noche, espantando momentáneamente la sensación asfixiante que lo atenazaba. La negrura era total a su alrededor y a los pies de la torre, las copas de los árboles se mecían, sacudidas por el viento. Una ráfaga helada cruzó frente a él, sacudiéndole el pelo. Se llevó la mano a la mejilla al percibir algo afilado rasgándole y sonrió ante el hilillo de sangre que le brotaba desde un pequeño corte. Se volvió, con calma, consciente de la presencia que le había originado aquello.
–Cazador... –murmuró la voz áspera de la bruja.
–Aynissa... –la saludó él.
–¿Lo has traído?
–Para eso estoy aquí.
La mujer se acercó despacio hasta el enorme bulto que había sobre la mesa, cubierto con una sucia sábana. Sonrió mientras parloteaba por lo bajo y le dedicaba fugaces miradas a Korbian, que se mantenía inmóvil, junto a la ventana.
Aynissa era una mujer pequeña, de apenas un metro y medio, pero pocos, por no decir nadie, dudaba de la grandeza de sus poderes, temidos a lo largo y ancho de toda la región. La estirpe de brujas estaba en decadencia, como muchas otras de las especies mágicas de aquel mundo, pero aunque así fuera, meterse en problemas con ellas podía ser tan poco recomendable como provechoso colmarlas de favores.
Apartó la sábana con sus manos arrugadas y temblorosas, y sus ojillos pequeños brillaron cuando lo tuvo frente a sí.
–Licántropo... –musitó.
Acarició el denso pelaje de aquel extraño lobo de grandes dimensiones que se tendía sobre su mesa. Unos enormes colmillos ensangrentados asomaban desde su boca entreabierta y sus ojos, de un amarillo desvaído se fijaban en la nada. Aynissa le abrió más la boca, hurgando con sus dedos, y la observó con atención.
–Te ha mordido –apuntó.
–No es nada.
–Si no lo tratas –respondió la bruja, acercándose más a él– en pocas horas serás uno de ellos. Lo sabes bien, Korbian.
–Lo sé y tengo recursos para ello, bruja.
Los finos labios de la mujer se curvaron en una sonrisa que desprendía de todo menos amabilidad. Con un gesto de su cabeza, se apartó las greñas grises y enredadas que le caían sobre la frente y caminó de forma costosa hasta acercarse aún más a Korbian. Su mano sostenía una pequeña bolsita de contenido tintineante que él aceptó de buen grado.
–Ahí tienes lo acordado –sentenció.
–Siempre es un placer hacer negocios contigo.
–Lo imagino.... Y ahora lárgate.
Korbian se ajustó la capa y saludó a Aynissa con la cabeza mientras cruzaba la sala, en dirección a la salida.
*****
Mientras su oscuro corcel avanzaba plantándole cara al viento que soplaba desde las lejanas cumbres, Korbian había contado las monedas hasta en tres ocasiones. Su eficacia como cazador de bestias estaba tan probada como la honestidad de Aynissa al pagarle, pero eso no había sido siempre así y en sus primeros tratos, la bruja solía tomarle el pelo con recompensas poco apetecibles.
Korbian guardó la bolsita en su camisa y buscó en las alforjas del caballo una ampolla de color transparente con apenas un poco de líquido en su interior. Arrancó el tapón que la mantenía cerrada de un mordisco y sorbió de un solo trago el agrio contenido. Cerró los ojos y ahogó un quejido. Su sabor era repugnante pero su eficacia estaba más que comprobada, y aquella sería la única manera de no acabar convertido en un licántropo después de haber recibido la mordedura de uno durante su última cacería. Sintió la garganta ardiendo y casi podía notar el líquido resbalándole a través del esófago pero cerró los ojos, aliviado al saberse a salvo de una posible transformación.
A medida que se acercaba a la aldea, dejando atrás el sombrío bosque, el ánimo se avivaba nuevamente en su interior. Estaba cansado y somnoliento pero en su bolsillo disponía de las suficientes monedas de oro como para darse un buen homenaje en la mejor taberna de la aldea.
Azuzó al caballo y en pocos minutos hubo llegado, por fin, a las callejas de Engard. Eran angostas y oscuras, y el viento se colaba, juguetón, entre ellas, levantando silbidos en la noche profunda; unos silbidos que quedaron ahogados con las risotadas estridentes que se alzaron al llegar a la taberna. Empujó la puerta y el calor lo abrazó, dándole la bienvenida. Su llegada no pasó inadvertida para todos, pues muchos eran los que recelaban de él en la aldea. Otros, estaban demasiado borrachos para reparar en su aparición. Pero ajeno a la indiferencia y a la desconfianza generada por él mismo, Korbian tomó asiento en la barra y le pidió al tabernero un vaso de su mejor licor. Su sabor eliminó rápidamente el agrio gusto que le había dejado la poción contra los licántropos, y en pocos minutos, tras un par de vasos más, notó sus mejillas encendidas y todo su cuerpo acalorado.
Editado: 03.03.2019