El Legado del Titán

2. Scátena

Ni siquiera le hizo falta entrar de nuevo en la casa cuando regresó en busca del muchacho, pues Dryan cortaba leña fuera de ella. Él ni siquiera se inmutó al verlo de vuelta y dado que Korbian no se había considerado nunca poseedor del tacto y la mesura necesarias para decir las cosas, simplemente las dijo:

–Estás en peligro.

Dryan se detuvo y lo miró, mientras se enjugaba el sudor de la frente con el antebrazo.

–Sé cuidarme.

–Estoy hablando en serio.

–Yo también.

–Tengo un encargo y si no cumplo con él, tú... morirás.

–¿Eso te preocupa?

Korbian suspiró.

–Hijo, no...

–Dryan –lo interrumpió él–. Me llamo Dryan.

Ignorando la presencia de Korbian, volvió a descargar su hacha sobre el grueso tronco que troceaba, guiado por una ira que, ahora sí, se hacía fácilmente perceptible.

–He visto que cazas –añadió el hombre, tras un largo silencio.

–Oye, ¿qué es lo que quieres? –escupió Dryan, al tiempo que lanzaba el hacha al suelo con desdén.

–Debo cazar a un titán para salvar tu vida. Es tu sangre o... No es ningún juego y aunque puedas pensar que no me importas... Mira, no voy a convencerte de nada a estas alturas. Pero a mi manera y en la distancia siempre... de algún modo quise estar ahí. Te tuve presente. Y a ella, también.

–Si estoy en peligro, despreocúpate. Yo sé cuidarme solo. Siempre lo he hecho.

–Acabo de jurarle a tu madre que no permitiré que nada te ocurra.

–Es un poco tarde para juramentos.

–Honrar en muerte –musitó Korbian, ligeramente avergonzado al estar haciendo uso de las palabras del propio Dryan–. Eso quiero hacer.

–Amar en vida –concluyó el chiquillo.

–Lo hice, aunque no lo creas... Tenemos una conversación pendiente, muchacho. Si algún día... si algún día quieres, estoy dispuesto a darte respuestas. No harán que me perdones, eso no lo merezco. Tampoco harán que me entiendas; ni yo mismo lo hago. Solo quiero que... puedas ser capaz de sacar todo cuanto llevas dentro. Es lo mínimo que mereces.

–¿Hacia ti? Lo siento, pero no hay nada. ¿Por qué un titán? –volvió a preguntar, mientras recuperaba el hacha.

–No lo sé. Así me lo exige un nigromante.

–¿Y por qué mi vida? ¿No sabe un poderoso nigromante que nunca has formado parte de ella? ¿Que esta es la segunda vez en dieciséis años que me ves? Cielos, parece irrisorio, ¿no crees? Mi vida en tus manos...

–A estas alturas ya no cuestiono los porqués, Dryan.

El muchacho se detuvo de nuevo y lo miró. Después asintió.

–De acuerdo. Despreocúpate. Yo mismo cazaré al titán. Tú puedes volver tus quehaceres. Al fin y al cabo es mi vida.

–No voy a dejarte solo en esto, ya te lo he dicho. Me siento responsable. Soy responsable.

Dryan sonrió.

–¿En serio? –exclamó, alzando una ceja–. De acuerdo –sentenció, al no recibir respuesta alguna de Korbian–. Cazaremos juntos al titán, papá. ¿Puedo llamarte papá?

El seco impacto del hacha clavándose sobre el tronco que cortaba acompañó la palabra y el muchacho desapareció hasta perderse en el interior de la casa.

 

*****

Cuando Dryan volvió a aparecer por la puerta, el sol del mediodía golpeaba desde lo alto del cielo. Korbian se puso en pie, sujetando las riendas de su corcel y observó al chiquillo con una bolsa a las espaldas, los dos arcos y la aljaba. Caminaba con determinación y ni siquiera lo miró al pasar por su lado. Haciendo gala de una novedosa timidez, el hombre lo siguió.

–¿Adónde hay que ir? –preguntó Dryan–. Es decir, siempre había oído decir que los titanes habitan en las cumbres, pero algunos escritos lo desmienten y no...

–¿Sabes leer? –lo interrumpió Korbian.

El muchacho se detuvo y lo miró.

–Mi madre me enseñó a leer prácticamente antes que a hablar, que a andar. Que a todo. Solo tenía dos libros pero... bueno, da igual.

–Los titantes viven en las cumbres, ciertamente –respondió Korbian, tras un largo silencio–. Pero solo en las gélidas montañas de Scátena. Son criaturas de gruesa piel, enormemente resistentes al frío.

–Enormemente resistentes al frío y enormes. ¿Cómo vamos a cargar con él?

–Sólo necesitamos sus lágrimas.

Dryan sonrió, mientras retomaba el paso.

–¿Y cómo vas a hacerlo llorar?

–Los titanes solo lloran cuando mueren.

El joven se detuvo de nuevo y le dedicó una larga mirada. Después, sus ojos se alzaron por encima de su hombro y Korbian supo que observaba la casa en la que siempre había vivido, junto a su madre, despidiéndose de algún modo. Suspiró y dio media vuelta, sin darle rienda suelta a una nostalgia que amenazaba con sumarse al peso de todo cuanto cargaba.



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En el texto hay: magia, fantasa, gigantes

Editado: 03.03.2019

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