La noche había caído sobre Engard pero las risotadas de la taberna apenas le llegaban. El oscuro callejón parecía capaz de engullirlas como lo hacía con todo lo demás. Korbian alzó la mirada cuando lo percibió. El frío arreciaba cuando un nigromante se aproximaba y las sombras lo envolvieron potenciado la negra oscuridad.
–¿La has traído? –preguntó la voz grave del encapuchado, que se acercaba sobre unos pasos serenos.
–Pediste las lágrimas de un titán o la sangre de mi hijo.
–Así es. Supongo que la opción era clara para ti, a pesar de que no hayas podido presumir de ser nunca un padre ejemplar. Hay cargas que una conciencia no es capaz de soportar, Korbian.
El hombre sostenía una daga en su mano, algo en lo que el nigromante no había reparado hasta ese momento. La alzó y se provocó un corte en la altura del antebrazo.
–La sangre de mi hijo... es mi sangre. Tómala.
El nigromante rio.
–No me refiero a un corte en el brazo, cazador.
–Toma todo cuanto necesites. Mi vida. Pero su sangre es la mía, de modo que tómala en mí.
–Qué padre tan sacrificado... No es tan valiosa como la lágrima de un titán. O quizás sí.
El nigromante se acercó, despacio y Korbian sintió que se le helaba la sangre cuando se despojó de la capucha y tuvo ante sí una nada misteriosa y escalofriante. No había rostro ni facciones; no había labios que pudieran articular palabra ni tampoco oídos que pudieran escucharlo. Pero entonces, un suave fulgor empezó a danzar en torno al lugar en el que hubiera debido de estar su cabeza, dando forma a un rostro conocido y en absoluto indiferente.
–Isabella... –murmuró, atemorizado.
No era la misma mujer que había conocido tiempo atrás; su piel estaba demacrada y teñida de un suave tono azulado. Unas ojeras profundas y marcadas le surcaban la parte inferior de unos ojos apagados y carentes de emoción. Korbian reculó un par de pasos hasta que su espalda topó con la fría pared de la taberna, en cuyo interior el jolgorio continuaba, ajenos sus clientes a lo que estaba sucediendo fuera.
–Siempre te dije que tratar con brujas, hechiceros y nigromantes era peligroso –dijo ella. Tampoco era su voz, al menos no en su totalidad. La teñía un timbre más grave y profundo, como si hablase desde algún lugar lejano y perdido–. Pero tú solías decir que entablar relaciones con ellos resultaba muy provechoso. Y al final tenías razón. Por él estoy aquí, un nigromante.
–¿Qué quieres? –preguntó Korbian, conmovido.
Su voz temblorosa fue imposible de disimular.
–Sólo quería asegurarme de que Dryan no fuese a estar solo ahora que yo le falto, de que podía contar con su padre, aunque nunca antes hubiera podido hacerlo. Me congratula comprobar que es así, a pesar de todo. Estás dispuesto a morir por él.
–Lo estoy...
–No será necesario. Como te digo, quería saber que, llegado el momento, podría contar contigo. Dryan es un muchacho orgulloso e inteligente. Cuenta con los recursos necesarios como para no haber de necesitarte, pero si lo hiciera... sé que estarás ahí.
–No tengo la lágrima del titán –confesó Korbian, avergonzado.
–La lágrima del titán está aquí –respondió ella, mostrándole un recipiente de vidrio con un líquido transparente en su interior.
–¿Cómo...?
–Eso no importa.
–Dryan no quería...
–Conozco bien a nuestro hijo. Sé que se compadeció de ese gigante. Pero tú irás a verlo y le dirás que lo mataste, que su vida importaba más que la del titán y que por él conseguiste la lágrima que el nigromante te solicitaba.
–No puedo hacer eso. Me odiará más aún.
–Entrégale esto.
Isabella le mostró un enorme libro de vieja y desgastada cubierta con un símbolo extraño que Korbian no supo reconocer. Tampoco le importaba.
–¿Qué es? –quiso saber.
–Entrégaselo. Aplacarás su enfado. Vive tu vida lejos de él, pero no lo pierdas nunca la pista. Y sobre todo, acude cuando más lo necesite, aunque no te llame, aunque no te quiera ahí. La vida te concede una nueva oportunidad de ser padre. No la desaproveches, Korbian, porque no habrá otra más.
–Todo esto...
–Todo esto, para devolverte lo que siempre fue tuyo y nunca quisiste. Por él, no por ti. Ahora puedo descansar con la tranquilidad de saber que Dryan no está solo. Gracias, Korbian.
El fulgor que había dado forma al rostro de Isabella hacía tan solo unos pocos minutos, se desfiguró, arrancándole de nuevo las facciones y dejándolo todo en la misma tiniebla que encontrase después de que el nigromante se despojase de su capucha. Sin añadir una palabra más, este se volteó y se fundió con el oscuro entorno.
*****
Cuando Dryan abrió la puerta, su expresión se transformó. Hubiera esperado encontrar allí a cualquier persona, salvo a su padre. Korbian extendió el brazo y le entregó el grueso volumen que Isabella le había dado hacía tan solo un par de noches. De nuevo, no tenía ni la menor idea de cómo decirle al muchacho lo que había ido a comunicarle. Había estado dispuesto a morir por él, pero su hijo acabaría pensando que había regresado a las montañas de Scátena a dar muerte al titán para conseguir una lágrima que salvase su vida.
Editado: 03.03.2019