El despertador vibra en la mesa de noche, sacándome del sueño. Tardo unos segundos en reaccionar.
Parpadeo, sintiendo el cuerpo pesado y el aire denso. Los restos del sueño se desvanecen, dejando una vaga sensación de inquietud.
Trago saliva y me obligo a incorporarme.
Es lunes. Otra vez.
Me estiro con lentitud, los músculos tensos de tanto cargar el cansancio. Tomo el celular. 6:40 a.m.
Suelto un suspiro largo. Como si solo con eso pudiera prepararme para lo que viene.
Camino tambaleante al baño. El agua fría me cae de golpe sobre la piel, arrancándome un escalofrío. Me ducho sin pensar demasiado, como si el agua pudiera arrastrar también lo que se me quedó en la cabeza.
Al bajar, guiada por el olor a café, encuentro a mamá sentada en la cocina, hojeando una revista con su taza entre las manos. La luz suave de la mañana dibuja reflejos cálidos en su cabello.
Levanta la vista y me sonríe.
—Buenos días, dormilona.
—Buenos días —respondo en voz baja, arrastrando los pies hasta la cafetera.
Me sirvo una taza, inhalo profundo. El aroma me despierta más que el primer sorbo. Está fuerte. Como debe ser.
—¿Dormiste bien? —pregunta con tono casual, aunque hay una curiosidad velada en su voz.
Me encojo de hombros, dando otro trago.
—Lo suficiente.
Asiente, pero deja la revista y me observa con atención, esa mirada suya que siempre ve más de lo que quiero mostrar.
—Últimamente estás... distraída. Si hay algo, puedes hablar conmigo.
Miro el café. El calor sube por la taza hasta mis dedos. No quiero preocuparla, pero tampoco tengo ganas de inventar excusas.
—Solo han sido días raros —murmuro.
—La vida está llena de ellos —dice en voz baja—. Lo importante es no dejar que nos consuman.
Hago una leve mueca y asiento. Pero por dentro no estoy tan segura de estar logrando eso.
Miro el reloj de la cocina.
—Lukas me espera —digo, con la taza todavía a medio terminar.
Mamá me despide con un gesto suave. Tomo mi mochila y salgo, tragándome el resto del café como si el sabor fuerte pudiera anclarme.
Afuera, el aire frío me golpea de lleno. Me meto las manos en los bolsillos y empiezo a caminar, encogiéndome un poco por el viento. Al llegar a la entrada del colegio, lo veo.
Lukas está recostado contra la reja, jugando con una piedra entre los dedos.
Cuando me ve, sonríe.
—Hoffmann, llegas justo a tiempo para salvarme de morir de aburrimiento.
—Es lunes, Lukas. Apenas sobrevivimos.
—Lo sé —dice, encogiéndose de hombros—. Pero tenía la esperanza de que trajeras café. O algún chisme salvaje.
—Traigo las manos vacías —murmuro, y una parte de mí desearía que no fuera cierto.
Caminamos juntos hacia la entrada.
—¿Tu fin de semana?
—Más de lo mismo. Mi padre en modo "encarrila tu vida ya", y yo haciendo todo lo posible por demostrarle que no pienso hacerlo.
No es del todo una broma, pero lo maquilla con una sonrisa.
—¿Y tú?
Dudo un segundo.
—Cosas raras —respondo, evitando entrar en detalles.
Él me mira de reojo, como tanteando si quiero contar más. No lo hago. Y no insiste.
La campana suena y entramos.
Las primeras horas pasan lentas. La rutina pesa, pero es lo único reconocible.
En historia, me siento junto a Sophie. El profesor habla con entusiasmo sobre imperios caídos, pero sus palabras se pierden en un eco lejano.
—¿Siempre te ves así de derrotada los lunes? —susurra Sophie sin mirarme.
—Solo cuando tengo razones —respondo, llevándome una mano a la sien.
Ella alza una ceja, aún sin levantar la vista de su cuaderno.
—Eso no responde nada.
Bajo la mirada. Garabateo líneas al margen, perdida en otros pensamientos. Sigo en el claro con Aiden. En la casa de mi abuela. En el cuaderno.
El cuaderno.
Sin pensarlo, deslizo una mano hacia la mochila y palpo las notas que guardé. Me pica la lengua con la necesidad de sacarlo todo, sin saber por qué ahora.
—Oye... ¿Tú crees que hay cosas en la historia que la gente ha olvidado?
Sophie detiene el bolígrafo. Me observa con esa expresión suya, escéptica y analítica al mismo tiempo.
—¿Qué clase de cosas?
—No sé. Cosas que alguna vez fueron importantes, pero que ahora solo viven como leyendas. O ni eso.
Sophie se queda pensativa unos segundos.
—La historia está llena de eso. Muchas civilizaciones perdieron conocimientos que hoy nos parecen imposibles. Medicina, símbolos, técnicas que nadie sabe cómo replicar —hace girar el bolígrafo entre los dedos con una precisión mecánica—. ¿Por qué lo preguntas?
Me tenso. Siento ese nudo en el estómago otra vez.
—Encontré un libro viejo en la casa de mi abuela.
—¿Y qué tenía?
Dudo, pero finalmente abro el cuaderno y paso una hoja donde copié las notas y dibujos. Se lo tiendo sin mirarla directamente.
Ella examina los trazos, pasando el dedo sobre uno de los símbolos.
—Parece... antiguo. ¿Es latín?
—Algunas partes. Pero hay fragmentos que no sé ni qué idioma son.
Sophie frunce el ceño. Se inclina, concentrada.
—Este símbolo... No lo reconozco, pero me recuerda a ciertos grabados medievales.
La observo.
—¿De verdad?
—No es idéntico, pero el estilo se parece. Y estos patrones de aquí... —hace una pausa—. ¿Dónde dijiste que encontraste esto?
—En una caja con papeles viejos. En casa de mi abuela.
—¿Ella estudiaba algo de historia?
—No que yo sepa.
—Entonces... ¿por qué tendría esto?
Buena pregunta. Una que también me vengo haciendo.
Sophie pasa otra vez la vista sobre la hoja.
—Parece más un documento de investigación que un libro común. Podría averiguar más... si quieres.
Siento un pequeño alivio. No porque espere que ella resuelva el misterio, sino porque al menos no estoy cargando todo esto sola.
—Gracias. Solo me pareció curioso.
Editado: 15.05.2025