El sonido de nuestros pasos contra la acera es lo único que llena el silencio entre nosotros.
Lukas camina a mi lado, las manos en los bolsillos, y aunque la brisa nos despeina, no es el frío lo que me incomoda, sino la conversación que ha estado evitando desde el río. Cuando estamos cerca de casa, finalmente se atreve a hablar.
—Voy a necesitar que me expliques qué carajos fue eso, Hoffman —dice de repente, con su tono dramático habitual, pero su expresión es más seria de lo normal—. Porque o yo estoy volviéndome loco o tú sabes algo que yo no sé.
Aprieto los labios y me concentro en la calle frente a mí, fingiendo que no escuché.
No funciona.
—Oh, vamos —Lukas suspira con frustración—. Primero desaparece dos días como si nada, luego aparece de la nada y te busca a ti específicamente. ¿Y ahora qué? ¿Vamos a actuar como si nada de esto fuera extraño?
Me detengo frente a la entrada de mi casa y me giro hacia él.
—Lukas, no sé qué quieres que te diga —respondo, manteniendo la voz tranquila—. Yo tampoco entiendo nada.
Él me observa por unos segundos, intentando leerme.
Sé que está esperando que le cuente algo más. Que le dé al menos una pista de lo que sea que estoy pensando.
Pero no puedo.
No porque no quiera, sino porque ni siquiera sé por dónde empezar.
Finalmente, Lukas suelta un suspiro y sacude la cabeza, murmurando algo ininteligible antes de meter las manos en los bolsillos de su chaqueta otra vez.
—Lo que sea —dice, pero su tono deja claro que no está conforme.
Nos quedamos en silencio por un momento, con la brisa nocturna llenando el vacío entre nosotros.
Y entonces, cuando ya creo que la conversación ha terminado, Lukas se aclara la garganta.
—¿Puedo quedarme a dormir?
Parpadeo, sorprendida.
—¿Qué?
—No tengo ganas de ir a mi casa —dice sin rodeos, sin mirarme directamente—. No me preguntes por qué. Solo... ¿puedo quedarme?
Mis labios se entreabren, pero no digo nada. Sé que Lukas no quiere estar solo.
Así que no pregunto nada más.
—Claro —respondo con suavidad.
Lukas asiente y la tensión en sus hombros se disipa apenas un poco.
Entramos en casa y el sonido de la televisión me indica que mi madre sigue despierta.
Me asomo por la puerta del salón y la encuentro sentada en el sofá, con un libro en las manos y la pantalla encendida con algún programa de fondo que claramente no está viendo.
Levanta la mirada al notar nuestra presencia y nos dedica una sonrisa suave.
—Hola, chicos.
—Hola, señora Hoffmann —saluda Lukas con su carisma habitual.
—Lukas se quedará a dormir hoy —le informo, sin darle espacio a preguntas.
Mi madre no se sorprende.
Su mirada pasa de mí a Lukas, evaluándolo con esa intuición materna que siempre parece saber cuándo algo no está del todo bien.
Pero, en lugar de hacer preguntas, asiente con un gesto tranquilo.
—Está bien —dice, cerrando su libro—. Puedes usar el colchón inflable, como siempre.
Lukas le dedica una sonrisa agradecida y yo dejo escapar el aire que no me di cuenta de que estaba conteniendo.
Es por esto que nunca tengo que explicarle nada a mi madre.
Porque ella entiende sin necesidad de palabras.
—Gracias —dice Lukas, siguiéndome escaleras arriba.
Cuando llegamos a mi habitación, dejo mis cosas a un lado y me giro hacia él.
—Voy a ducharme —le aviso—. Puedes ir acomodándote.
—Sí, sí, lo que sea —responde con un gesto despreocupado.
Entro al baño y dejo que el agua caliente disuelva un poco de la tensión en mis músculos.
Cuando termino, me visto con ropa cómoda y regreso a la habitación.
Lukas ya infló el colchón y está sentado, perdido en sus pensamientos.
Al escucharme, gira la cabeza hacia mí.
—¿Por qué me da la sensación de que sigues en otro planeta?
Me dejo caer sobre mi cama y miro el techo.
—Solo estoy cansada.
Lukas suelta un resoplido.
—Ya. Y yo soy el príncipe heredero de Alemania.
Sonrío sin querer.
Pero su expresión se suaviza un poco y suelta un suspiro antes de hablar de nuevo.
—Mira, no te voy a insistir —dice, con un tono más serio—. Sé que cuando quieras decirme algo, lo harás. Pero... solo quiero que sepas que estoy aquí.
Sus palabras son simples, pero su significado pesa más de lo que me gustaría admitir.
Me giro hacia él y asiento.
—Lo sé.
Lukas asiente también y se deja caer sobre el colchón con un suspiro exagerado.
—Dios, qué dramática es la vida últimamente.
—Lo dice el más dramático de todos.
Él me lanza una almohada sin siquiera mirarme y suelto una risa.
Y por un momento, todo se siente un poco más ligero.
A pesar de todo.
A pesar de la incertidumbre.
A pesar de la ausencia de respuestas.
Porque al menos, no estoy sola.
El resto de la noche transcurre sin más preguntas.
Lukas y yo dejamos de hablar de cosas importantes y, en su lugar, nos enredamos en una conversación aleatoria sobre una película que vimos hace meses, discutiendo si el final tenía sentido o no.
Es un respiro temporal, un pequeño refugio de normalidad en medio de todo lo que parece escaparse de mi control.
Y lo agradezco.
Eventualmente, Lukas se duerme antes que yo.
Lo escucho respirar con el ritmo pausado de alguien que ya está en un sueño profundo, mientras yo sigo despierta, mirando el techo en la penumbra de mi habitación.
El cansancio pesa en mis párpados, pero mi mente sigue enredada en el eco de las palabras de Aiden, en la extraña sensación de que su presencia no era del todo suya.
Aún así, el sueño me arrastra poco a poco, hasta que finalmente caigo en una inconsciencia ligera, llena de pensamientos borrosos.
La mañana llega demasiado rápido.
El despertador suena con un pitido que me hace apretar los ojos antes de extender la mano para apagarlo.
Editado: 15.05.2025