El bullicio de la cafetería me rodea: risas, charlas, el tintinear de las tazas llenando el aire. Lena habla de moda, Jonás suelta un comentario sarcástico que le gana una mirada de fastidio, Sophie hojea un libro sin mucho interés y Lukas sigue pegado al teléfono.
Y yo... estoy sentada ahí, pero mi cabeza está en otra parte.
—Elena —dice Sophie de repente, sacándome del limbo—. ¿Me estás escuchando?
Levanto la vista.
—¿Qué?
—Que encontré información sobre los símbolos del libro que me diste. Podemos hablar después si quieres.
Asiento sin pensar. Antes habría saltado con cualquier pista, pero ahora es solo una pieza más de un rompecabezas que ya ni sé si quiero terminar.
Lukas me mira, frunciendo una ceja.
—Estás muy callada.
—Estoy bien. Solo cansada.
No es mentira. Aunque no es cansancio físico. Es otra cosa, como estar en el medio de algo que ya no reconozco.
—Entonces tal vez deberíamos hacer algo —sugiere Jonás—. ¿Una noche de juegos, como antes?
—O una película en mi casa —dice Lena—. Algo liviano, sin misterios ni dramas.
—Podría ser —añade Sophie, encogiéndose de hombros.
Todos me miran. Esperan que diga algo.
—No puedo —digo antes de pensarlo demasiado.
Las palabras salen demasiado rápido. Lukas frunce el ceño.
—¿Por qué?
Busco una excusa.
—Tengo cosas que hacer.
—Siempre tienes cosas que hacer últimamente —dice él. No suena molesto, pero sí preocupado.
—Es solo... —siento su mirada sobre mí, y me obligo a sonreír, aunque la sonrisa no me sale—. La próxima vez, ¿sí?
No espero que responda. Me levanto, agarro la bandeja y me alejo. Siento sus ojos en mi espalda, pero no me doy vuelta.
Entonces vuelve. Esa sensación que me recorre la piel. Aiden está cerca.
Me detengo, respiro hondo y sigo. Sé que si me giro, si lo miro, no voy a poder parar.
Me alejo sin rumbo claro, cruzando los pasillos casi vacíos del edificio principal. La mayoría sigue en clase o en el comedor, y ese silencio me da un respiro.
No sé qué me pasa.
Mis amigos están ahí mismo, con sus bromas, sus historias, su vida normal. Podría haberme quedado. Tendría que haberlo hecho. Pero no.
Porque ya no encajo como antes. Algo cambió. Algo en mí está en otra frecuencia.
Me detengo y me apoyo contra la pared. Cierro los ojos solo un segundo.
Y cuando los abro, él está ahí.
No lo escuché llegar. También está apoyado en la pared. Brazos cruzados. Relajado, pero con los ojos fijos en mí.
No dice nada. Yo tampoco.
—Estás huyendo otra vez —dice al fin.
No es una pregunta.
—No estoy huyendo —respondo, más tensa de lo que pretendía.
Aiden ladea la cabeza.
—¿No?
Su tono es neutral, pero tiene algo que me molesta.
Cruzo los brazos.
—No tengo que justificarme contigo.
Él sostiene mi mirada. Da un paso. Solo uno, pero suficiente para que mi cuerpo reaccione. El aire cambia.
—No tienes que justificarte conmigo —dice, más bajo—. Pero podrías intentarlo contigo misma.
No contesto. Su voz me atraviesa, va justo a donde no quiero mirar.
—¿Qué quieres, Aiden?
—Que abras los ojos.
Frunzo el ceño.
—¿A qué te refieres?
No responde de inmediato. Me observa un momento más, como si evaluara qué decir.
—Estás tan concentrada en lo que quieres ver, que te estás perdiendo lo que realmente está ahí frente a ti.
Un escalofrío me recorre los brazos.
—De verdad, tú estás loco —suelto sin filtro—. A veces pareces un disco rayado, diciendo lo mismo y sin explicar nada. O al menos, nada que yo entienda, porque no entiendo un culo. —Lo miro sin suavizar mi tono—. Y lo peor es que un día actúas de una forma y al otro, de otra completamente distinta. Me tienes cansada. Vete.
Él gira la cara, de golpe. Su expresión cambia. La mandíbula se tensa. La espalda se endereza.
Como si algo le pasara.
Estoy por preguntarle qué ocurre, pero ya está alejándose.
Sin decir una palabra más.
Me quedo sola en medio del pasillo, con esa frase clavada en la cabeza: "Te estás perdiendo lo que realmente está ahí frente a ti."
No sé si me molesta más lo que dijo... o cómo lo dijo.
Suelto el aire y me paso una mano por el pelo.
Todo esto es un desastre. Cuanto más trato de entenderlo, menos sentido tiene. Es como tener las piezas frente a mí, pero sin saber cómo encajan.
Miro el reloj. Sophie.
Dijo que encontró algo sobre los símbolos. No sé si tiene relación con todo esto, pero necesito una pista.
La biblioteca está casi vacía. Algunos estudiantes dispersos entre libros y apuntes. Sophie está junto a los ventanales, revisando su libreta. No levanta la vista cuando me acerco.
—¿Sigues obsesionada con descubrir los secretos del universo? —bromeo mientras me siento.
—Siempre —responde, sin dejar de pasar páginas—. Y tú sigues desapareciendo.
No contesto. Miro los libros frente a ella. Hay algunos viejos, otros más técnicos.
—¿Todo eso es por el libro que te di?
—En parte —responde, señalando la libreta—. No encontré demasiado, pero hay algo curioso.
—Dime.
—Los símbolos no eran solo decorativos. En algunas culturas eran marcas de linaje o de sociedades cerradas.
Siento un nudo apretarse en el pecho.
—¿Linajes?
Asiente.
—Parece que pertenecían a un grupo llamado Las Hijas del Eclipse.
Me quedo quieta. Ese nombre ya lo había escuchado. Mi abuela solía decirlo, como parte de esas historias que nunca tomé en serio.
—Hay menciones de que estas mujeres tenían una conexión especial con los astros. Sobre todo, con la luna —sigue sin notar mi reacción.
—¿Qué tipo de conexión?
—Ahí es donde todo se vuelve impreciso —gira su libreta hacia mí—. Hay un fragmento que dice que los símbolos solo se daban a quienes compartían un lazo con la luna. No explica qué significa eso exactamente.
Editado: 14.09.2025