El legado Oculto

Capitulo 11 (parte 1) -Un Juego de Identidades

El bullicio de la cafetería me envuelve: risas, conversaciones y el tintineo de tazas llenan el aire. Lena habla de moda, Jonás suelta un comentario sarcástico que la hace rodar los ojos, y Sophie revisa un libro sin mucho interés. Lukas está absorto en su teléfono.

Y yo... estoy aquí, pero mi mente sigue en otro lugar.

—Elena —dice de repente Sophie, sacándome de mi trance—. ¿Me estás escuchando?

Levanto la vista.

—¿Qué?

—Que encontré información sobre los símbolos del libro que me diste. Podemos hablar después si quieres.

Asiento sin pensar. Antes, habría saltado ante la oportunidad de resolver un misterio, pero ahora... ahora es solo una pieza más en un rompecabezas que ya no sé si quiero completar.

Lukas me observa con una ceja levantada.

—Estás muy callada —dice.

—Estoy bien. Solo cansada.

No es mentira. El cansancio no es físico, es mental: esa sensación de estar atrapada entre lo que solía ser mi vida y lo que ahora la invade.

—Entonces tal vez deberíamos hacer algo —interviene Jonás, apoyando los codos sobre la mesa—. ¿Qué tal una noche de juegos? Hace tiempo que no lo hacemos.

—O podríamos ver una película en mi casa —sugiere Lena—. Algo ligero. Nada de drama ni misterio, solo algo divertido.

Sophie se encoge de hombros.

—Podría ser.

Me miran, esperando mi respuesta.

—No puedo —respondo antes de que alguien más hable.

Las palabras salen más rápido de lo que esperaba.

Lukas frunce el ceño.

—¿Por qué?

Muevo la cabeza, buscando una excusa.

—Tengo cosas que hacer.

—Siempre tienes cosas que hacer últimamente —dice él, no con reproche, sino con preocupación.

—Es solo... —hago una pausa, sintiendo su mirada fija en mí. Me obligo a sonreír, aunque se siente forzada—. La próxima vez, ¿sí?

No espero su respuesta. Me levanto, agarro mi bandeja y me alejo.

Siento la presión de su mirada clavada en mi espalda, pero no me giro.

Entonces, esa sensación familiar vuelve. Un ligero temblor recorre mi piel, anunciando lo que ya sé. Aiden está cerca.

Me detengo.

Inhalo profundo.

Y entonces, sigo caminando.

Porque sé que si me giro, si lo miro, no podré apartar la vista.

Me alejo de la cafetería sin rumbo claro. Solo necesito aire. Necesito alejarme.

Mis pasos me llevan por los pasillos vacíos del edificio principal. La mayoría de los estudiantes siguen en sus clases o en el comedor, y por primera vez en el día, siento un poco de alivio en la soledad.

No sé qué me pasa.

Mis amigos están ahí, a solo unos metros, con sus bromas, sus conversaciones, su vida normal. Podría haberme quedado. Debería haberme quedado.

Pero no lo hice.

Porque hay una parte de mí que no encaja allí como antes. Una parte que late al compás de algo más. Algo desconocido. Algo que está cambiando y que aún no comprendo.

Respiro hondo.

Cierro los ojos por un instante, apoyándome contra la pared del pasillo.

Y cuando los abro, él está ahí.

No lo escuché acercarse. No sé cuánto tiempo lleva ahí, apoyado contra la pared, con los brazos cruzados sobre el pecho. Su postura es relajada, pero su mirada no.

Lo observa todo. Me observa a mí.

No dice nada al principio. Tampoco lo hago yo.

—Estás huyendo otra vez —dice al fin.

No es una pregunta.

—No estoy huyendo —respondo, más a la defensiva de lo que pretendía.

Aiden inclina un poco la cabeza, como si analizara mis palabras.

—¿No? —Su tono es neutral, pero hay algo en su forma de decirlo que me molesta.

Cruzo los brazos.

—No tengo que justificarme contigo.

Él no replica enseguida. Solo sostiene mi mirada. Y entonces, sin previo aviso, da un paso hacia mí.

Es un solo paso, pero es suficiente para que mi cuerpo se tense, para que el aire entre mis pulmones se sienta diferente.

Sin importar cuántas veces intente negar lo que siento cuando está cerca, mi cuerpo responde antes que mi mente.

—No tienes que justificarte conmigo —repite, esta vez más bajo—. Pero podrías intentarlo contigo misma.

Me quedo en silencio.

Algo en su voz me hace sentir que está viendo a través de mí, que está escarbando en las cosas que ni siquiera yo quiero enfrentar.

Mi garganta se seca.

—¿Qué quieres, Aiden? —pregunto, con más firmeza de la que siento.

—Que abras los ojos.

Frunzo el ceño.

—¿A qué te refieres?

Aiden no responde de inmediato. Su mirada se queda en la mía un segundo más, intensa, como si estuviera midiendo si decir lo que sigue.

Y entonces, sin apartar los ojos de mí, dice:

—Estás tan concentrada en lo que quieres ver, que te estás perdiendo lo que realmente está ahí frente a ti.

Un escalofrío me recorre los brazos.

Hay algo en su tono, en su certeza, que me hace sentir que todo está a punto de cambiar.

—De verdad, tú estás loco —suelto, sin poder contenerme—. A veces pareces un disco rayado, siempre diciendo lo mismo y terminando sin decir nada realmente. O, por lo menos, nada que yo entienda, porque no entiendo un culo. —Lo miro fijamente, sin filtrar mi molestia—. Y lo peor es que un momento eres de una manera y al siguiente eres alguien completamente distinto. Me tienes cansada. Vete.

Antes de que pueda decir algo más, Aiden gira el rostro, su expresión cambiando de inmediato.

Su mandíbula se tensa, su espalda se endereza.

Como si sintiera algo.

Algo que yo no puedo ver.

Mis labios se entreabren, a punto de preguntarle qué pasa, pero Aiden ya se está alejando.

Se va sin más explicaciones.

Me quedo ahí, en el pasillo vacío, con la sensación de que el mundo acaba de inclinarse bajo mis pies.

"Te estás perdiendo lo que realmente está ahí frente a ti."

Aiden se ha ido, pero sus palabras siguen vibrando en mi cabeza, como una melodía que no puedo apagar.

¿Qué demonios quiso decir con eso?



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En el texto hay: romace, drama, suspense

Editado: 15.05.2025

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