El despertador suena, pero no lo apago de inmediato. Dejo que el sonido se funda con el silencio de la habitación.
Me levanto y voy al baño. Me miro al espejo: ojos cansados, cabello revuelto.
Camino a la universidad entre pasos automáticos y pensamientos dispersos. No quiero estar aquí.
Al llegar, lo veo: Lukas, como siempre, revisando su teléfono, tranquilo. No me ha notado.
Me quedo quieta, dudando. No quiero su mirada ni preguntas. Me pesa el pecho solo de pensarlo.
Antes de que me vea, doy media vuelta y me alejo. No sé a dónde, solo quiero evitarlo.
—Elena —su voz me alcanza antes de que avance mucho.
Mi cuerpo se tensa, pero sigo avanzando. Antes de darme cuenta, él ya está corriendo hacia mí.
—Elena, por favor.
Se planta frente a mí, respirando agitado. Su mirada me atraviesa. No necesito palabras; sé que lo evito. Que le estoy fallando.
—¿Qué carajos está pasando contigo?
No suena enojado, sino frustrado. Dolido.
—No me digas que estás bien, porque no lo estás. No soy idiota, Elena. Sé cuándo estás huyendo de mí.
Me quedo en silencio. No puedo responder.
—Y la verdad —suelta una risa seca, amargada— es que estoy jodidamente cansado de sentir que tengo que arrastrar algo que ni siquiera sé qué es.
Me mira con sus ojos llenos de rabia o tristeza.
—Cansado de que actúes como si fuera más fácil hacerme a un lado.
Siento las lágrimas acumulándose en mis ojos, pero me obligo a contenerlas.
—Lukas, no es eso...
—¿Entonces qué? —sube la voz—. Dímelo, porque no lo entiendo.
Lo miro, pero no encuentro palabras. Nada de lo que diga tendría sentido sin sonar a locura.
Él sigue hablando, y su voz finalmente se quiebra.
—¿Sabes qué es lo peor? Que aún con todo lo que estoy pasando, todavía estoy aquí.
Mi estómago se aprieta.
Es muy raro que el hablé de sus problemas.
—Aún cuando mi vida se siente como una maldita carga, aún cuando apenas puedo con lo mío, aquí estoy. Tratando de preocuparme por ti.
—Desde que mi madre murió, todo cambió, Elena. Todo.
Ahí está.
Las palabras que nunca dice.
—Mi padre no es más que un jodido fantasma que solo se acuerda de que existo cuando necesita que me convierta en lo que él quiere que sea.
Mis labios se entreabren, pero las palabras no salen.
—¿Y quieres saber lo peor? Que ni siquiera puedo culparlo. Porque yo también me siento así. Como si ya no existiera.
Mi pecho se parte en dos.
Nunca lo había escuchado decir algo así.
Nunca.
—Pero a pesar de todo eso —su voz es solo un susurro ahora—, sigo aquí. Para ti.
Su voz se quiebra. Algo dentro de mí se rompe.
Ya no puedo detener las lagrimas, empiezan a correr por mi rostro sin control.
—Lukas...
Pero él sacude la cabeza, apretando los labios.
—Si no quieres contarme lo que te pasa, está bien. Te he dado tu espacio, y te lo seguiré dando. Pero dime algo, Elena.
Me mira fijo.
—¿Sigues aquí? ¿O ya te perdiste completamente?
Esa pregunta duele más que nada.
Lukas suspira, se pasa la mano por el cabello.
—Solo dime que no te perderé —su voz es apenas un susurro.
Solo hago lo único que parece correcto, lo abrazo.
Al principio, Lukas se queda inmóvil, pero luego me envuelve con sus brazos.
Por un momento, todo ese dolor que ambos llevamos se mezcla en silencio.
—Lo siento —susurro contra su hombro.
Nos soltamos casi al mismo tiempo, pero el peso sigue.
Lukas baja la mirada, yo respiro hondo, tratando de no venirme abajo.
—No tengo ganas de entrar a la universidad hoy y claramente tampoco he tenido ganas de hablar con nadie —digo, rompiendo el silencio.
Lukas me estudia por un momento, cruzando los brazos.
—Lo noté.
—No es que no te diga las cosas porque no quiero... —hago una pausa, escogiendo mis palabras con cuidado—. Es que no sé cómo.
Él asiente despacio, sin presionarme.
Pero sé que está esperando algo más.
Así que, con un suspiro, le suelto la broma antes de que la tormenta de emociones en mi pecho me ahogue.
—Además, pensarías que estoy loca.
Lukas entrecierra los ojos, fingiendo estar pensativo.
—Mmm... No sé, Elena, me lo llevo preguntando desde que te conocí.
Sonrío de lado.
—Eres un idiota.
—¿Y tú apenas te das cuenta?
Ruedo los ojos.
Pero el peso en mi pecho ya no es tan opresivo.
—Voy a organizar mis ideas —le digo, con un poco más de seriedad—. Y nos vemos cuando termines la universidad.
Lukas ladea la cabeza.
—¿Nos vemos?
Asiento.
—Sí. Te llamo cuando salgas y nos reunimos en un lugar aislado. Solo tú y yo.
Él me observa por un instante más, como si intentara descifrar si de verdad lo haré o si es solo una forma de evadirlo otra vez.
Pero al final, asiente.
—Vale.
Hago una pausa antes de seguir.
—Sé que lo tuyo no es hablar de tus cosas... pero siempre voy a estar aquí para ti.
Lukas entrecierra los ojos, fingiendo molestia.
—¿Cuándo me volví el protagonista de una película de drama?
Le doy un codazo en el brazo, y él exagera el gesto de dolor.
—Idiota. Estoy hablando en serio. Eres una de las personas más increíbles que conozco, Lukas.
Él parpadea, sorprendido.
No esperaba eso.
—Tienes que ser tú mismo —continúo—. Y... a veces, los padres quieren lo mejor para uno, pero eso no significa que siempre tengan razón.
El brillo en su mirada cambia.
No me dice nada.
Pero sé que entendió.
—Lo estás haciendo bien —susurro.
Lukas exhala por la nariz, con una sonrisa cansada, pero real.
—Bueno, eso es porque soy naturalmente asombroso.
Me río, negando con la cabeza.
Él solo me guiña un ojo.
—Nos vemos luego, Hoffmann.
—Nos vemos.
Sin pensarlo, camino lejos de las aulas, del campus. Necesito un respiro, algo distinto. Solo por hoy, quiero salir del caos.
Editado: 14.09.2025