El silencio en mi habitación es total. Solo el latido de mi corazón y mi respiración suave rompen la calma.
Me levanto despacio. Camino al baño, todavía adormecida.
Me detengo al mirarme en el espejo.
Mis ojos.
Ya no son iguales. El color miel parece más claro, con un destello plateado bajo la luz. Me acerco. Paso los dedos por debajo, como si eso confirmara lo que veo.
No es solo el color. Hay algo en mi postura. Más firme. Más... centrada.
Me aparto del espejo y me lanzo agua fría al rostro. No es momento de pensar en eso.
Solo tengo que seguir.
El aire fresco me envuelve al salir. El cielo está claro, y el sol apenas calienta. Necesito moverme. No puedo quedarme encerrada después de lo que vi.
Camino sin rumbo. El centro de la ciudad bulle con su ritmo normal. Gente entrando y saliendo de cafeterías, hablando por teléfono, cruzándose sin mirarse. Me pierdo entre ellos.
Poco a poco, algo en mis hombros se afloja. Todo sigue funcionando allá afuera, aunque yo me sienta distinta por dentro.
—No esperaba encontrarte sola un sábado.
Me detengo. Ashton.
Manos en los bolsillos, sonrisa de siempre. El sol le resalta el cabello oscuro. Le da otro aire.
—Podría decir lo mismo —respondo, cruzándome de brazos.
Su sonrisa se curva apenas.
—Yo nunca estoy realmente solo.
Alzo una ceja.
—¿Y eso qué significa?
Da un paso más cerca.
—Que siempre sé dónde encontrar lo que busco.
No aparto la mirada. Pero me tenso.
—¿Y qué estás buscando?
—Depende. Pero ahora mismo... estoy buscándote a ti. ¿Vas a darme una razón para quedarme?
Frunzo el ceño.
—Si necesitas una razón, tal vez deberías seguir caminando.
Él suelta una risa baja.
—Siempre con respuestas afiladas.
Ruedo los ojos y sigo caminando. No hace falta invitarlo; ya me sigue. En silencio, al mismo ritmo.
Al pasar una cafetería, la señala.
—¿Vamos?
Lo miro de reojo.
—¿Tienes una obsesión con el café o qué?
—Digamos que las mejores conversaciones ocurren con cafecito.
Me saca una sonrisa sin querer.
—¿Y eso lo decidiste tú?
—Obvio.
Termino aceptando, porque... ¿por qué no?
Sostiene la puerta abierta y nos sentamos junto a la ventana. El lugar es pequeño, con luz cálida y un aire acogedor.
Él pide un café negro. Yo, capuchino.
Ashton me observa, pero no de forma incómoda. Busca algo.
—Te ves distinta —dice al fin.
Asiento.
—Lo sé.
—¿Cómo estás manejando todo esto?
La pregunta me toma por sorpresa. Su tono es sincero.
—No lo sé. A ratos avanzo. A ratos me hundo.
Asiente despacio.
—Lo estás haciendo mejor de lo que crees.
—¿Y tú cómo lo sabes?
Sonríe, sin arrogancia.
—Porque no te estás deteniendo. A pesar de todo, sigues adelante. Eso ya es suficiente.
Asiento, agradecida. El silencio se instala, pero no incomoda.
Ashton gira su taza entre los dedos.
—Sabes, a veces te entiendo. Hay momentos en los que ni yo mismo sé qué me pasa.
—No pensé que tú también sintieras eso.
Él ríe, suave.
—No soy tan distinto a ti.
—Supongo que no tener respuestas no es tan grave —digo.
—Supongo que no —responde, tomando un sorbo.
Pasan unos minutos. El café se enfría. Afuera, la luz cambia. Cuando nos levantamos, la tarde ya empieza a dorarse.
Caminamos juntos hasta la esquina. Ashton se detiene, me mira.
—Sabes, Elena... —dice serio, sin sonar solemne—. A veces hay que dar un paso atrás para ver el cuadro completo.
No digo nada.
Sonríe, con algo honesto en la expresión.
—Nos vemos luego.
Y con eso, se aleja entre la gente.
Saco el teléfono.
"¿Dónde estás?"
Lukas contesta rápido.
"Parque. Donde siempre."
El aire frío me despeja mientras camino. Lo veo a lo lejos, sentado con la capucha puesta, la mirada en el suelo. Me siento a su lado sin hablar.
—¿Llegaste rápido? —murmura.
—No tenía mucho que hacer.
Lukas suelta un suspiro y se frota la cara.
—Hoy discutí con mi papá —dice al fin, con la voz baja.
—¿Otra vez?
Asiente, apretando los labios.
—Quiere que siga con la arquitectura. Que me enfoque de una vez en el legado familiar.
Su mirada sigue clavada en el suelo.
—Esta vez se enojó más que nunca —continúa—. Me dijo que estoy desperdiciando mi vida. Que si mamá estuviera aquí, estaría decepcionada.
Me quedo en silencio, sintiendo el golpe de esas palabras.
—¿De verdad dijo eso?
—No con esas palabras, pero lo dejó claro. —Lukas suelta una risa seca—. No sé qué decirle cuando se pone así. Solo... me quedé callado.
El dolor en su voz hace que mi pecho se encoja.
—Lukas... eso no está bien.
—Lo sé. Pero no cambia nada. Desde que mamá murió, él solo piensa en mantener el nombre de la familia. Y yo... ya no sé cómo lidiar con eso.
Lukas se pasa una mano por el cabello, tratando de controlar la tensión en su cuerpo.
—A veces pienso que, si no hago lo que él espera, voy a perderlo también.
Siento el impulso de abrazarlo, pero en su lugar, solo apoyo mi hombro contra el suyo.
—No tienes que cargar con todo eso tú solo —le digo, manteniendo el contacto.
Lukas deja escapar el aire en un suspiro largo.
—A veces solo quiero desaparecer un rato.
—¿Desaparecer a dónde?
—A cualquier sitio donde no tenga que ser perfecto.
No decimos nada por un rato, con el murmullo del parque llena el espacio entre nosotros.
Lukas respira hondo y se pone de pie, sacudiendo la cabeza.
—Gracias por venir, Hoffmann. —Esboza una sonrisa pequeña, apenas visible—. Me hacía falta hablar contigo.
—Ya sabes que siempre puedes hacerlo.
Él asiente, más relajado que al principio.
—Nos vemos después.
Lukas se pierde entre los árboles del parque, y yo respiro hondo antes de caminar hacia el centro. La tarde cae despacio. La ciudad está más tranquila, y el aire tiene esa calma de fin de día.
Editado: 14.09.2025