El ruido de la calle entra por la ventana entreabierta. Es domingo, y todo se siente más lento.
Dormí de más. La luz del mediodía inunda la habitación. Silencio. No se oye a mamá en la cocina ni el televisor encendido.
Me estiro y agarro el teléfono. La pantalla se ilumina. Notificaciones de la universidad, mensajes del grupo de Lena y…
Me detengo.
Ashton.
Frunzo el ceño, abrazo el mensaje.
Ashton: Espero que no estés planeando pasar el día encerrada como un ser antisocial.
Levanto una ceja. Deslizo al siguiente.
Ashton: Levántate. Te llevaré a un sitio interesante.
¿Cómo consiguió mi número? Conociéndolo, seguro no me lo dirá.
Resoplo y dejo el teléfono a un lado. No debería hacerle caso. Pero hay algo en su manera de actuar que me irrita... y a la vez, me intriga.
Tecleo.
Elena: ¿Y si tenía otros planes?
Responde al instante.
Ashton: No los tienes.
Ruedo los ojos. Otro mensaje:
Ashton: No te preocupes. No planeo secuestrarte… hoy.
Se me escapa una risa. Escribo:
Elena: Más te vale que valga la pena.
Ashton: Siempre lo vale.
Dejo el teléfono. Ya sabía que iba a aceptar.
Me visto rápido y salgo. No quiero parecer ansiosa, pero tampoco pienso hacerlo esperar.
El aire es fresco. Camino sin apuro, hasta que llega la dirección por mensaje.
Un café apartado, típico de él.
Cuando llego, está apoyado en la baranda de la terraza, relajado, como si no esperara a nadie. Pero al verme, levanta la mirada.
—Vaya, Elena —dice con una sonrisa ladeada—. Pensé que me dejarías plantado.
Ruedo los ojos.
—¿Y qué te hizo pensar eso?
Se encoge de hombros.
—Instinto. Tal vez temí que no tuvieras corazón.
—Por favor. Si alguien aquí no tiene corazón, eres tú.
Ashton suelta una risa baja y me hace un gesto con la cabeza hacia la entrada.
Adentro, el lugar huele a café recién hecho. Luz cálida, gente hablando en voz baja. Nos sentamos en una esquina.
Él se acomoda como si ya conociera el sitio de memoria. Yo cruzo los brazos y lo miro en silencio.
—¿Cómo conseguiste mi número?
Ashton sonríe, hojeando la carta sin mucho interés.
—Tengo mis recursos.
Frunzo el ceño.
—Eso no responde nada.
—Y sin embargo, no me bloqueaste.
Abro la boca, pero la cierro de inmediato. La frustración se instala en mi pecho.
—Eso es irrelevante —murmuro.
Él sonríe, inclinándose hacia adelante.
—Si no quisieras que te escribiera, ya habrías hecho algo al respecto.
Mi mandíbula se tensa. No está equivocado.
El camarero llega. Ashton pide un espresso y tarta de frutos rojos. Yo, un latte.
Cuando se va, Ashton apoya la barbilla en la mano y me observa sin decir nada.
—Tienes una forma peculiar de reaccionar, Elena.
Levanto una ceja.
—¿Ah, sí?
—No eres como nadie que haya conocido. Y créeme, he conocido a mucha gente.
El tono es serio, sin la burla de siempre. Por un momento, me quedo sin palabras.
El camarero regresa con los pedidos. Al tomar las tazas, los dedos de Ashton rozan los míos sobre la mesa. Levanto la mirada.
Su atención es directa, sin juegos. El aire entre nosotros se siente más denso, como si algo hubiera cambiado.
Trago saliva, sin apartar la mirada. Ashton sostiene su espresso, como si ese gesto fuera parte de la conexión que ahora parece inevitable.
—No me miras como lo hacen los demás —dice de repente, su voz baja.
Frunzo el ceño.
—¿Cómo se supone que te miran los demás?
Ashton toma un sorbo de su taza antes de responder.
—Depende. Algunos con miedo. Otros con admiración. Unos pocos con odio.
Su tono es casual, como si no le diera importancia.
—¿Y yo? —pregunto sin apartar la mirada.
Una sonrisa leve se asoma en sus labios.
—Como si no supieras en cuál de esas categorías ponerme.
—Tal vez porque no hay una única respuesta —respondo, cruzando los brazos sobre la mesa.
Su sonrisa se hace un poco más evidente.
—O porque no quieres admitir cuál es.
Se inclina un poco, sus ojos clavados en los míos.
—¿Sabes qué es lo más interesante de esto?
Permanezco en silencio, esperando.
—No importa cuánto intentes resistirte... —Su voz baja, casi en un susurro—. Sigues aquí.
Respiro hondo, buscando qué decir. Pero antes de que hable, él se levanta con calma.
—Termina tu café —dice con una sonrisa casi imperceptible—. Quiero mostrarte algo.
Tomo el último sorbo mientras él se levanta, como si ya supiera que lo seguiré.
No hablamos mucho al salir del café, pero se presagia algo más en el clima.
Ashton avanza seguro, guiándome por calles cada vez más vacías. El adoquín da paso a un sendero de tierra, rodeado de árboles altos y delgados.
El aire huele a humedad y hojas secas. Parece que nos lleva a otro tiempo.
—¿Dónde estamos? —pregunto.
Ashton no responde de inmediato. Solo alza la vista hacia una estructura entre los árboles.
Una iglesia.
No cualquiera. La fachada cubierta de ramas y musgo, los muros agrietados, pero firmes. El tiempo la ha marcado, pero resiste.
—Pensé que esto te interesaría —dice, observándome.
Camino hacia la entrada. Las puertas de madera, agrietadas, aún resisten el paso del tiempo. Al cruzar el umbral, el aire cambia. Se siente más denso, como si el pasado viviera entre esas paredes.
Mis pasos crujen sobre hojas secas. Ashton se queda atrás. Me deja explorar.
Las paredes están cubiertas de símbolos tallados: lunas, círculos, ojos cerrados, palabras que no reconozco.
Y entonces lo veo.
El altar.
En el centro, una figura de piedra. Mi símbolo. El mismo del colgante que Aiden me dio.
El pecho se me contrae. El colgante reacciona, como si algo en mí reconociera este lugar. Como si perteneciera aquí.
Editado: 14.09.2025