El reloj marca las 2:46 a.m.
La música se detuvo hace rato. Solo se escucha la respiración tranquila de los demás.
Lena duerme recostada en el sofá.
Jonás abraza una almohada.
Sophie sigue con los brazos cruzados, el ceño tenso incluso dormida.
Lukas, medio tirado en el suelo, tiene una pierna en un cojín y la otra colgando.
Yo no logro dormir.
Estoy sentada al borde del sofá, mirando hacia la ventana entreabierta. Entra algo de brisa. Fría, pero no molesta.
Entonces escucho pasos. Ligeros.
Al girarme, Aiden está junto a la puerta del jardín. Lleva la chaqueta puesta. No dice nada. Pero invita.
Me levanto sin pensarlo. Tal vez porque ya no quiero seguir dándole vueltas a todo lo que me paso. Tal vez porque él tampoco parece estar del todo bien.
Camino hasta la puerta. La cierro con cuidado tras de mí.
El aire afuera es más fresco. El pasto húmedo me roza los tobillos.
Aiden ya se ha sentado, con los brazos apoyados en las rodillas. Solo me mira cuando me siento a su lado. Hay espacio entre nosotros. El justo.
No hablamos.
El silencio no pesa, pero está. Como si estuviéramos esperando el momento exacto.
Miro hacia arriba. La luna llena cae directo sobre nosotros. Blanca. Inmóvil.
No hace falta decirlo: ambos la sentimos.
—No puedo dejar de pensar en lo que pasó —digo al fin. Mi voz suena más ronca de lo que esperaba. No me había dado cuenta de cuánto la estaba conteniendo.
Aiden gira apenas el rostro hacia mí. Sus ojos se encuentran con los míos atentos. Como si ya supiera lo que quiero decir, incluso en silencio.
—No sé qué era. No sé si fue lo mismo que... lo del principio, cuando todo empezó —sigo, dejando que las palabras me salgan una encima de la otra, como una respiración agitada—. Pero esta vez... se sintió más real. Más peligroso. Como si no fuera una advertencia. Como si de verdad quisiera...
Trago saliva. No termino. No puedo.
Decirlo sería darle forma a algo que ya pesa demasiado.
Aiden asiente lento. Aprieta un poco la mandíbula. Tarda en hablar, pero cuando lo hace, su voz es baja.
—¿Te atacó?
Mi garganta se cierra un poco.
—Sí.
Lo digo tan bajo que apenas se oye.
Me quedo en silencio. Llevo la mano al pecho, buscando la vibración del colgante que ya no está.
—Creí que iba a morir —susurro.
Decirlo me aprieta el pecho. Es como volver a estar ahí. Mi garganta se cierra, el cuerpo se tensa. Todo en mí quiere olvidarlo, pero no se va.
—Oye, tranquila. Estás aquí, ya pasó. Ahora lo importante es saber quién y por qué lo hizo —dice en voz baja, con cuidado, como si tuviera miedo de presionarte.
—Aiden, no sé cómo me salvé. No había nadie, solo… desapareció. Como si algo invisible lo hubiera obligado a irse.
Aiden levanta la mirada.
—Tal vez no estabas sola —dice, sin apartar los ojos del cielo.
El silencio vuelve, pero no alivia. Duele guardarlo más que soltarlo.
Me abrazo, frotándome los codos para calentarme.
—Tengo miedo, Aiden.
Me arden los ojos. Una lágrima se suelta antes de que pueda detenerla. Baja por la mejilla. No la toco.
Aiden sí.
Extiende la mano y la limpia con cuidado, apenas rozándome. Ese gesto dice más que cualquier palabra.
—No estás sola, Elena —Lo dice como si de verdad creyera en eso.
Aiden se recuesta hacia atrás, con las manos en el suelo. Exhala despacio. Sus dedos se hunden en la tierra, buscando algo que lo ancle.
Lo imito.
El pasto está frío. La humedad sube por la piel. Respiro hondo.
—¿Y si no puedo con todo esto? —pregunto, sin girarme hacia él. Mi voz se arrastra, agotada.
—Puedes —responde sin dudar.
—¿Y si no quiero?
Esta vez, él sí me mira. Sus ojos se suavizan.
—Entonces encontraremos otra forma.
No sé qué significa eso.
Pero suena a promesa.
La brisa sopla otra vez. Más fría. Más directa. Me estremezco sin querer.
Y Aiden se encoge apenas los hombros, luego se quita la chaqueta y, sin decir nada, me la pasa.
—No me la vas a devolver —murmura con media sonrisa.
—Lo sé —respondo, mientras me la pongo—. Y no me siento culpable.
Aiden suelta una risa baja, casi sin sonido.
Quedamos en silencio un rato más. Compartiendo algo que antes no habíamos tenido.
Hasta que un ruido rompe la calma.
Una rama cruje.
Pasos firmes, diferentes a los de Aiden.
Me giro y ahí esta.
Ashton está a unos metros, en la sombra. La luna dibuja su rostro. No dice nada, solo mira.
Sus ojos van de mí a Aiden.
Aiden se tensa. Lo noto.
Yo también.
—¿Interrumpo algo? —pregunta Ashton, con una voz tranquila que no suena sincera.
—No —respondo, demasiado rápido.
Lo noto. Ellos también. El tono me delata.
Ashton avanza unos pasos. No se acerca del todo, pero se planta como si no le importara interrumpir. Como si fuera a propósito.
—Los demás están dormidos. Por si se lo preguntaban.
Nadie responde.
Aiden se levanta. Sin prisa, se sacude el pantalón húmedo y me lanza una última mirada. No es despedida... pero se siente como un cierre.
—Me voy adentro —dice.
Camina hacia la casa sin mirar a Ashton. Él no se mueve, solo lo sigue con la mirada hasta que desaparece.
Luego se gira hacia mí y se acerca.
No como Aiden. No calcula ni pide permiso.
Se detiene frente a mí. Mira la chaqueta. No sonríe, pero su comentario llega igual.
—¿Pasaron frío o es parte del nuevo ritual de confianza?
—Ashton...
No tengo energía para su sarcasmo. Ni para pelear. Pero tampoco quiero justificar nada.
—Solo hablamos —respondo.
—¿De mí?
Sus palabras me descolocan.
—¿Qué?
—¿Hablaron de mí?
Su tono es bajo, pero firme. No necesita elevar la voz para remover cosas.
—¿Porque hablaríamos de ti? —Niego con la cabeza y exhalo —No. Hablamos de lo que me pasó.
Editado: 14.09.2025