Unos golpecitos suaves en la puerta me sacan de ese sueño extraño donde no estaba haciendo nada... solo flotando en un silencio espeso.
—Elena —la voz de Jonás suena apagada a través de la madera—. Dijimos de ir a comer algo. Estamos viendo a dónde ir. Por si te animas.
No respondo. Escucho cómo se aleja por el pasillo.
Parpadeo lento. Me incorporo con cierta pesadez y me paso una mano por la cara.
Apoyo los pies en el suelo y me quedo un momento más sentada al borde de la cama. Escucho algunas voces desde la cocina. Risas sueltas. El día sigue su curso.
Me levanto.
Camino hacia el baño arrastrando los pies. El pelo lo tengo enredado de un lado y la camiseta arrugada. Abro la ducha. Me apoyo con la frente en la pared mientras el agua cae. Me quedo así unos segundos, en silencio.
Respiro.
Cuando termino, salgo envuelta en la toalla. El vapor empaña el espejo. Paso la mano por el centro hasta ver mi reflejo.
Me detengo.
Me acerco un poco.
El color gris en mis ojos está más marcado. No ha borrado el tono original, pero lo cubre con más fuerza.
Trago saliva.
Aún tengo una gota de agua bajándome por la clavícula, pero no me muevo.
—¿Esto no va a parar, verdad? —Murmuro, más para mí que para nadie.
No suena a queja.
Tampoco a miedo.
Solo a una certeza. A eso que uno dice cuando ya entendió que no hay forma de retroceder.
Me quedo frente al espejo unos segundos más. Me observo sin prisa. No sé si termino de reconocer lo que veo, pero no me aparto.
Suelto un suspiro corto. Me limpio el rostro con la toalla. Me visto con ropa cómoda: camisa suelta, jeans. Recojo el cabello en un moño mal hecho y me paso los dedos por la nuca, como si eso pudiera despejarme.
Abro la puerta.
Bajo las escaleras.
Y mientras escucho a Lena y Lukas peleando por algo en la cocina, y a Jonás tarareando sin ritmo una canción que no reconozco, me obligo a sonreír un poco.
Porque aunque mis ojos cambien... ellos siguen ahí.
Y yo todavía soy yo.
Al menos por ahora.
—¡Te dije que era la última galleta! —escucho a Lena decir con tono fingido de indignación.
—¡Y te dije que una galleta no puede estar "reservada"! —responde Lukas desde el otro lado de la barra—. No llevaba tu nombre, no contaba como propiedad privada.
—Llevaba mi energía emocional, eso es más que suficiente —replica Lena.
Jonás, en el sillón, suelta una carcajada mientras hace como que toca la guitarra con una cuchara de madera. Hay una taza a medio tomar en la mesa y una bolsa de hielo envuelta en una toalla sobre su cabeza.
—No sé ustedes, pero mi cráneo todavía me está reclamando por la botella de anoche —murmura—. Y el trauma emocional del reto que me hicieron responder.
—Te preguntamos si habías estado enamorado, no si habías matado a alguien —le dice Sophie desde la mesa del comedor, hojeando su celular sin levantar la vista.
—Exacto. Por eso dolió más.
Me acerco al grupo, aún arreglándome las mangas de la camisa. Lukas me ve primero y levanta las cejas.
—Mira quién decidió unirse a la civilización.
—Shhh, que tengo jet lag emocional —respondo.
Todos sueltan risas suaves. Me acomodo en la barra, donde Lena me alcanza un vaso de jugo que alguien debió haber dejado para mí. Está frío, y la sensación en las manos me ayuda a terminar de aterrizar.
Me río con ellos. Les sigo la corriente. Pero todavía tengo la imagen del espejo rondándome por dentro. La sensación de que, aunque la casa esté llena de vida, algo dentro de mí sigue reorganizándose en silencio.
Entonces, lo siento.
Esa energía particular. Ese aire contenido.
Ashton.
Está apoyado en el marco de la puerta que da al patio. Despeinado, con el cabello cayéndole sobre la frente, camiseta negra, brazos cruzados. No dice nada al principio, pero sus ojos están fijos en mí. Como si hubiera estado observándome un rato antes de decidir hablar.
Cuando se acerca, lo hace sin apuro. Se detiene a mi lado, inclina un poco la cabeza y dice con su voz baja, con ese tono que no necesita volumen para provocar algo:
—Buenos días, Eclipse.
No sé por qué ese apodo me golpea tan suave y tan fuerte al mismo tiempo. Lo dijo por primera vez anoche, como una especie de juego. Pero hoy... suena distinto. Casi como si me perteneciera. O como si él creyera que sí.
Lo miro solo un segundo.
—¿Así me vas a decir ahora? —murmuro, intentando que suene casual. No lo consigo del todo.
Él no responde. Solo sonríe. Una sonrisa mínima, pero suficiente. Y luego se aleja, caminando hacia el otro lado del salón.
Yo me quedo quieta.
Bebo del vaso.
Y cuando lo dejo de nuevo sobre la barra, mi mano no está del todo firme.
—Joder... —murmuro después de un rato, más para mí que para ellos—. Ya es la segunda vez que falto esta semana. O tercera. No sé. Me estoy atrasando mucho. Como siga así, repruebo fijo.
—No vas a reprobar —dice Sophie sin levantar la vista de su celular—. Solo necesitamos organizarnos. Yo te ayudo.
Levanto las cejas.
—¿De verdad?
—Sí —dice, como si fuera obvio—. Solo tenemos que sentarnos esta tarde y revisar qué falta. Yo llevo el control. Tú traes la desesperación.
—Parece justo.
En ese momento, Aiden aparece desde la entrada, sacándose las llaves del bolsillo.
—Tengo el carro afuera —dice, mirando al grupo, pero sus ojos se detienen apenas un segundo más en mí—. Si quieren salir a comer, ya está listo.
—¡Gracias a todos los dioses! —dice Lukas—. Si no como algo caliente en los próximos quince minutos, voy a convertirme en un mito urbano.
—Voy por mis cosas —dice Lena, ya caminando hacia las escaleras.
Él se adelanta.
Llega al lado del copiloto, abre la puerta y se gira hacia mí.
No dice nada. Solo me hace una seña con la cabeza, breve. Un gesto claro.
Editado: 14.09.2025