El aula está en silencio, solo interrumpido por el sonido de los teclados y la voz del profesor, que va marcando puntos importantes del tema.
Estoy más concentrada que otros días. No perfecta, pero sí despierta. Anoto lo necesario, sin esfuerzo. Las ideas conectan mejor, y no me siento atrapada en la niebla de las últimas semanas.
Sophie está a mi lado, revisando una tabla. Lena subraya con calma, como si cada color tuviera una función matemática.
Abro la mochila y saco el cuaderno de mi abuela. Lo dejo sobre el pupitre. No lo abro. Solo lo miro unos segundos.
Después, saco el celular. Tecleo despacio:
"Cuando salgamos al receso, te espero en la cafetería. Quiero enseñarte algo."
Lo envío. Sin vueltas. Sin excusas.
Guardo el celular, vuelvo a meter el cuaderno en la mochila y corro la silla un poco hacia atrás, acomodándome. La clase sigue, pero siento que mi atención se ha desplazado. No me desconecto, solo bajo la marcha.
Lena se inclina un poco hacia mí, sin dejar de subrayar.
—¿Estás anotando lo de la gráfica? —susurra, apenas girando el rostro.
—Sí —le respondo en el mismo tono—. Está clara.
Ella asiente, concentrada.
El profesor sigue explicando, esta vez con un ejemplo práctico en la pantalla. Sophie levanta la mano y le hace una pregunta técnica. Parece que hoy, todos están más presentes de lo normal.
Acomodo el bolígrafo entre los dedos, repaso con la mirada el último apunte y lanzo una mirada breve al reloj del aula. Falta poco para el receso.
Mi pierna se mueve sin que me dé cuenta por impaciencia. Como si mi cuerpo ya estuviera caminando hacia la cafetería.
Respiro y suelto el aire en silencio.
El resto de la clase transcurre sin incidentes. El profesor cambia de diapositiva, camina de un lado al otro frente a la pizarra, y hace una pausa breve antes de continuar. Los demás siguen anotando o revisando sus apuntes, concentrados.
Cuando el profesor cierra la presentación, varios se estiran en sus asientos o se inclinan hacia sus mochilas. Sophie se pone de pie antes de que alguien diga algo.
—Tengo que imprimir esto antes de la siguiente clase —dice, mostrándome una hoja—. ¿Te lo paso?
—Sí, gracias —le digo.
Lena termina de guardar sus subrayadores. Jonás lanza un bostezo exagerado al levantarse.
Salimos juntos del aula, mezclándonos con el flujo de estudiantes que también van hacia la cafetería. El ruido aumenta, las conversaciones cruzadas llenan el pasillo.
Jonás es el primero en romper el silencio:
—¿Alguien más siente que esa clase duró siete horas o solo yo?
—Solo tú —responde Sophie sin girarse.
—No la escuches, yo estoy de acuerdo contigo —añade Lena, ajustándose la mochila en el hombro.
Llegamos al comedor. El olor a comida caliente choca de frente. Algunos ya están en fila, otros buscan mesas libres.
Nos separamos un momento para agarrar nuestras bandejas. En pocos minutos, ya estamos reunidos otra vez, sentándonos en una mesa cerca de la ventana.
Sophie saca su libreta y comienza a revisar algo entre bocado y bocado. Lena empieza a comer su ensalada, sin dejar de revisar la pantalla del celular, como si estuviera memorizando algo sin decirlo en voz alta. Jonás se sienta a mi lado, pone la servilleta sobre las piernas con un gesto exagerado y suelta:
—Hoy decidí comportarme como un adulto funcional. Me serví verduras. No prometo comérmelas, pero el intento cuenta.
—Tu hígado te lo agradecerá —le digo, sin dejar de mover la pajilla de mi jugo.
—¿Lo ves? Elena cree en mí. Esa es la señal de que este es el año.
Sophie alza una ceja, como si no pudiera creer lo que escucha —Ya estamos en Diciembre, ¿que hablas? —Dice negando con la cabeza.
En ese momento, aparece Lukas. Se deja caer en la única silla libre con su mochila medio abierta, como si hubiera venido corriendo.
—¿No dejaron postre para mí? —pregunta mientras escanea nuestras bandejas.
—Compra el tuyo, parásito —dice Jonás, alejando su flan.
—Uy, qué agresivo. ¿Desde cuándo somos así?
—Desde que no traes comida —le respondo, y él se ríe bajito.
—Me distraje con una chica en el pasillo. Me preguntó la hora... y bueno, ahora tiene mi número. Las casualidades existen.
En medio del comentario, noto que Ashton entra en la cafetería. Lo veo desde mi lugar. Se detiene un segundo, escanea el entorno y luego camina hacia nosotros. No trae bandeja, solo las manos en los bolsillos y la misma cara de quien ya sabe lo que lo espera.
Cuando llega, saluda con un gesto leve a los demás.
—Ey —dice, mirando primero a Jonás y luego a Sophie.
—Vaya, nos honra con su presencia —comenta Lukas, acomodándose.
Ashton le responde con media sonrisa antes de sentarse frente a mí.
Durante unos segundos, no hay contacto directo, pero Ashton me lanza una mirada breve. No dura mucho, pero es suficiente. Él ya entendió que esto no es un momento cualquiera.
Yo no he tocado mi comida.
Sophie me mira de reojo.
—¿No vas a comer?
—No tengo hambre —respondo, dejando el tenedor a un lado.
Lena también se da cuenta. Me observa un momento antes de volver a mirar su plato.
Espero unos segundos más. La conversación alrededor sigue fluyendo, pero yo ya no estoy ahí del todo.
Tomo mi mochila, me acomodo la chaqueta y me pongo de pie. Ashton apenas tarda dos segundos en seguirme.
—¿A dónde vas? —pregunta Lukas.
—Tengo algo importante que hacer—respondo, sin sonar misteriosa, pero sin dejar margen para más preguntas.
—¿Estás bien? —pregunta Lena, levantando la vista con algo de preocupación.
Asiento.
—Sí. Solo necesito aclarar un par de cosas.
Sophie me entrega el resumen de un trabajo que necesito.
—Llévatelo por si no regresas a tiempo —dice, casi como si supiera que me voy por más de un simple paseo.
—Gracias —le digo, tomando el papel.
Editado: 14.09.2025