El legado Oculto

Capitulo 22 -Ya no hay refugio

El despertador suena antes de que amanezca del todo.

No lo apago de inmediato. Me quedo mirando el techo, sin parpadear. Tengo la boca seca y el cuerpo entumecido, como si no hubiera dormido en absoluto. Tal vez no lo hice. No estoy segura.

Me siento en la cama con lentitud. Me duele la espalda. Me paso una mano por la cara y respiro hondo. El cuarto está en silencio, y por primera vez no se siente reconfortante.

No pienso en lo de anoche. No en detalle. Solo lo suficiente para que el estómago se me cierre un poco.

Me ducho rápido. El agua tibia no ayuda mucho, pero al menos despeja el mareo. Me visto sin pensar demasiado en qué me pongo. Jeans, chaqueta, y ya. Paso el cepillo por el cabello como si me estuviera preparando para algo normal. Como si lo que siento por dentro no fuera a explotar en cualquier momento.

Antes de salir, agarro la mochila, miro el cuarto por un segundo y luego cierro la puerta con cuidado.

El trayecto a la universidad no ayuda a despejarme. El aire afuera no está frío, pero me aprieta el pecho.

Camino hacia la entrada de la universidad con la mochila medio colgando de un hombro, los pasos algo arrastrados. No dormí bien. Tampoco importa.

Y ahí está.

Como todos los días. De pie, justo al lado de la reja principal. Pero esta vez no está sonriendo.

Me freno en seco. Luka tiene la mirada baja, los brazos cruzados. No se apoya contra nada. No bromea. Y lo primero que noto es el moretón oscuro en su pómulo.

—Lukas... —susurro, pero él ya levanta la cabeza al oírme. Me regala una sonrisa rápida, de esas que duran apenas un segundo.

—Qué cara traes, Hoffmann. ¿Dormiste encima del cuaderno o qué?

Ignoro la broma. Me acerco sin decir nada.

El golpe no está fresco, pero se ve feo. La hinchazón bajó, pero el color sigue ahí. Morado, apagado, con bordes más claros que empiezan a tornarse verdosos.

—¿Qué pasó? —le pregunto, bajando la voz. No le estoy reclamando. Estoy asustada.

—Nada —miente, como si fuera a colar.

Le sostengo la mirada. Él desvía los ojos y se pasa una mano por el cabello.

—Lukas —insisto.

Suspira. Se muerde el labio y, después de un segundo, baja los hombros.

—Discutimos. Otra vez. Ya sabes... lo mismo de siempre.

—¿Te hizo esto?

No lo dice. Solo se encoge de hombros. Eso basta.

Me acerco un poco más. Él no retrocede, pero tampoco me mira. Hay tensión en su mandíbula, como si estuviera conteniéndose. Y de pronto me dan ganas de abrazarlo. De meterlo en mi casa, esconderlo y no dejar que vuelva nunca.

Pero no lo hago. No quiero hacerlo sentir más pequeño. Solo alzo la mano y le toco el brazo, suave.

—Lukas... no está bien.

—No tienes que decirlo —responde, rápido—. Ya lo sé. Pero no es tan grave. No fue como otras veces. Y no te preocupes, ¿sí? Estoy bien.

Me dan ganas de decirle que deje de actuar como si nada. Que no tiene que poner buena cara conmigo, que puede dejar de fingir aunque sea un momento.

Y esta vez... sí se lo digo.

—No tienes que ser fuerte todo el tiempo —murmuro, casi en un suspiro.

Lukas se queda quieto. Baja la mirada por un segundo. Sus dedos se aprietan contra las correas de la mochila.

—Es costumbre —responde. La voz le sale más baja de lo normal—. Pero a veces cansa. Mucho.

Doy un paso más. No lo abrazo. Solo le toco el brazo con suavidad, sin apuro. Me quedo cerca.

—¿Te duele? —pregunto, señalando su rostro con un gesto leve.

—Un poco. Pero he tenido peores.

—Eso no lo hace normal.

Asiente, casi imperceptible. El silencio pesa, pero no es incómodo. Es de esos que dicen más que cualquier cosa.

—Esta vez le dije que si volvía a hacerlo, me iba —confiesa después de un rato, sin mirarme—. Me escuchó. No sé si le dolió más eso o la amenaza de que lo deje solo. Supongo que por eso se detuvo.

—¿Y tú? —pregunto bajito—. ¿Tú cómo estás?

Lukas se encoge de hombros. Exhala por la nariz, como si no supiera cómo empezar.

—No bien... pero mejor que ayer. Y tenerte aquí ayuda —dice, y por fin levanta la cabeza para mirarme.

Sus ojos no se ven como siempre. No están apagados, pero sí más... vacíos. Más sinceros.

—Gracias por estar —añade. Sin apodos. Sin chistes.

Sin pensarlo mucho, lo rodeo con los brazos. No digo nada. Solo lo abrazo. Y él, después de un segundo en silencio, me devuelve el gesto. Se queda quieto, apoyando la barbilla en mi hombro, como si soltara parte del peso que ha estado cargando solo.

Es un momento corto, pero real. De esos que no necesitan explicación.

Cuando nos separamos, Lukas suspira y me lanza una media sonrisa.

—Tú sí que sabes arruinar mi imagen de tipo duro, Hoffmann.

Caminamos juntos hasta el edificio principal. No hablamos mucho. Él parece más tranquilo, y yo... trato de quedarme con eso. Pero en cuanto nos separamos en el pasillo, la realidad vuelve a apretarme el pecho.

Camino hacia mi siguiente clase.

La sala ya está medio llena cuando entro. Busco un asiento libre, uno que no esté cerca de nadie, y me acomodo sin pensarlo demasiado. Saco el cuaderno, aunque no estoy segura de qué vamos a ver hoy. Mi cabeza sigue en otra parte.

Entonces lo siento.

Levanto la vista sin querer, y ahí está. Aiden.

Está al otro lado del salón, un poco más atrás. Me está mirando. No de forma obvia, pero tampoco lo oculta.

Sus ojos se clavan en mí por unos segundos. No sonríe. No hace ningún gesto. Solo me mira, como si estuviera esperando algo.

No estoy segura de si Aiden sabe lo que pasó. No creo que Ashton se lo haya dicho. Lo que sí sé es que me mira distinto.

Como si notara que algo cambió. Como si le faltara entender por qué.

Y puede que lo intuya. Porque algo sí cambió.

Yo bajo la mirada. No pienso devolvérsela.

No quiero abrir esa puerta ahora.

La clase sigue su curso, pero yo apenas registro lo que dice el profesor. No es que no lo intente—de verdad, lo intento—, pero mi cabeza va por su cuenta. Repaso mentalmente las palabras de Lukas, la mirada de Aiden, la tensión que no se termina de disolver desde anoche.



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En el texto hay: romace, drama, suspense

Editado: 14.09.2025

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