El legado Oculto

Capitulo 23 -Una grieta en el alma

Abro los ojos de golpe, con el corazón acelerado y la imagen del cuaderno todavía clavada en la mente. Me incorporo en la cama sin pensarlo. La luz del pasillo sigue apagada, pero el cuarto está en silencio. Demasiado silencio.

Miro hacia la puerta. Sigue cerrada. Me levanto. Reviso la ventana. Cerrada también. Camino descalza, con pasos suaves, y me asomo al pasillo. Nadie. Bajo la mirada y me quedo un segundo quieta. Siento los latidos en la martilleando mi pecho.

Regreso al cuarto, pero no me acuesto. Reviso el cajón donde guardo el cuaderno. Está ahí. Lo abro. La frase sigue escrita, con la misma tinta, con la misma letra que no es la mía.

Me cuesta tragar saliva.

Agarro el celular y marco sin pensar.

—¿Hola? —responde Lukas con voz ronca.

—Perdón por despertarte —susurro, bajito.

—¿Hoffmann? ¿Qué pasó?

Tardo un segundo en responder. Me siento en la cama, con la espalda encorvada, sosteniendo el teléfono con las dos manos.

—Entraron a mi cuarto.

Él no dice nada.

—No ahora... Antes. No sé cuándo. Pero alguien entró. Tocó mis cosas. Escribió en mi cuaderno —respiro entrecortado—. Y creo que... creo que me siguieron. No. No creo. Lo sé.

—¿Qué? ¿Qué estás diciendo?

Su tono cambia. Ya no suena adormilado. Suena despierto. Presente. Alerta.

Empiezo a hablar sin pausas. Le cuento lo de la universidad. Que las luces se apagaron de golpe. Que sentí algo. Esa energía extraña. Que no era Ashton, ni Aiden. Que me paralizó. De cómo alguien me rozó el hombro y la descarga que me dio. De que fue intencional. De que esa misma presencia estaba vigilándome cuando hablaba con Ashton. Y lo del cuaderno, del mensaje escrito en el. De que alguien estuvo en mi cuarto y yo no me enteré.

Cuando termino, hay un silencio breve. Corto. Pero lo siento del otro lado.

—Hoffmann —dice al fin, con la voz más firme—. Respira, entiendo, vamos toma aire… ¿Estás bien?

—Sí. No... No lo sé. Estoy en mi cuarto. Todo está cerrado.

—No voy a dejar que estés sola.

Cierro los ojos un segundo. Trago saliva. El nudo en el pecho no se va, pero su voz me sostiene un poco.

—No puedo ir ahorita, pero me voy a quedar contigo en la llamada. Hasta que amanezca. Hasta que nos veamos. ¿Está bien?

—Sí... gracias.

—Voy a quedarme hablando si quieres. O en silencio. Pero estoy aquí.

Asiento, aunque él no puede verme.

Me acuesto de nuevo en la cama, con el celular en la mano. Él empieza a hablarme de cualquier cosa. Tonterías. Anécdotas cortas. Cosas sin peso, pero suficientes para hacerme sentir menos sola. Le respondo entre pausas, hasta que poco a poco dejamos de hablar.

El último sonido que escucho antes de quedarme dormida es su respiración del otro lado de la línea.

Cuando despierto, el cielo ya está claro. La luz que entra por la ventana no es cálida ni fría. Es gris.

No sé a qué hora me dormí. Solo sé que no colgué la llamada.

Miro el celular. La pantalla aún está encendida, la llamada sigue activa. Acerco el teléfono al oído.

—¿Lukas?

Tarda un par de segundos en responder.

—Estoy —dice, con la voz más suave de lo normal—. ¿Dormiste algo?

—Un poco.

—Yo también —bosteza—. ¿Quieres que corte?

—No —respondo rápido—. Quédate, al menos hasta que llegue a la universidad.

—Listo. Estoy contigo.

Me levanto sin apuro. Me visto rápido: jeans, camiseta negra, la chaqueta de siempre. No pierdo tiempo frente al espejo. En la cocina, muerdo una manzana mientras busco las llaves. No tengo hambre, pero al menos es algo en el estómago.

El celular sigue en mi oído. Lukas no dice nada, pero sigue ahí.

Salgo de casa. El aire me da en la cara. No hace frío, pero igual me subo la cremallera hasta el cuello. Camino hasta la universidad sin mirar mucho a los lados. Camino, cruzo, avanzo, pero no termino de sentir que estoy del todo presente.

Llego al edificio principal.

Y ahí está.

Lukas, apoyado en la baranda del mismo lugar donde siempre nos encontramos. Tiene los audífonos puestos, pero cuando me ve, los guarda. No dice nada. Solo me mira. Yo bajo el celular, él cuelga la llamada.

No necesitamos decir nada todavía.

Caminamos juntos.

Las clases del día pasan sin mucho peso. Me esfuerzo por escuchar, por tomar apuntes, por no perderme. Y lo logro. En parte. Me concentro lo mejor que puedo, aunque no retenga todo. Al menos me mantengo ocupada. No pienso tanto.

Pero el fondo sigue ahí.

El nudo en el pecho.

La sensación de que algo me está mirando, incluso cuando nadie lo hace.

La mañana avanza sin que me dé cuenta. En algún momento suena el timbre del receso y salgo del aula con los hombros tensos, como si hubiese estado cargando peso. Camino hasta el comedor casi por reflejo, con Lukas un paso detrás. Jonás ya está ahí, sentado en la esquina de siempre, con su termo de café entre las manos.

Nos sentamos en una mesa del fondo. El ambiente está más tranquilo que otros días. Se agradece.

—¿Y ese moretón? —pregunta Jonás, apuntando con la barbilla hacia Lukas.

—Ah, esto —Lukas se toca la sien con dos dedos—. Nada grave. Una puerta que no me quiso, y yo que no la vi venir.

Jonás entrecierra los ojos no muy convencido. Lukas tiene el pie rebotando bajo la mesa y mira el celular más de la cuenta. No dice nada, pero lo conozco, se incomodó.

Cuando levanto la vista, lo veo.

Ashton entra con un grupo. Se sienta unas mesas más allá. No parece muy metido en la conversación con ellos.

Pero su atención, aunque disimulada, está acá.

Lukas también lo ve. Lo sigue con la mirada. No habla, pero se tensa.

Yo lo miro. Ashton me sostiene la mirada un segundo.

Me saluda con un gesto leve.

Le devuelvo otro, igual de mínimo.

Nada más.

Cuando suena el timbre, nos levantamos. Nadie menciona nada.

Solo seguimos.



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En el texto hay: romace, drama, suspense

Editado: 14.09.2025

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