El legado Oculto

Capitulo 24 -El Límite del Silencio

Me amarro el cabello sin pensar mucho. Ni siquiera me miro al espejo. Solo agarro lo necesario, me calzo las zapatillas y me ajusto la chaqueta.

Hoy no voy a esconderme.

El celular vibra sobre la cama justo cuando termino de guardar la botella de agua en la mochila.

—¿Lista? —dice la voz de Ashton en cuanto atiendo.

—Sí. Ya voy saliendo.

—Te espero afuera.

Corto la llamada y respiro hondo. Aunque mis manos tiemblan un poco, no retrocedo. Salgo sin hacer ruido y cierro la puerta con cuidado.

Ashton está apoyado contra la pared del edificio, con los brazos cruzados y el casco de su moto colgando de la muñeca. Cuando me ve, ladea la cabeza.

—¿No se supone que cuando uno decide entrenar se ve más... motivado?

—¿Así como tú? —le digo, señalando su cara de fastidio.

—Buen punto —responde, con una sonrisa rápida—. Vámonos antes de que te arrepientas.

El sitio no está lejos, pero está lo bastante apartado como para que nadie venga por casualidad. Es un claro rodeado de árboles bajos, con tierra firme bajo los pies. Se siente seguro, silencioso.

Ashton se queda cerca, pero no demasiado. Me deja espacio.

—Haz lo que hiciste el otro día —me dice—. Pero no rompas nada esta vez.

Cierro los ojos un segundo. Pienso en el momento en el restaurante, en cómo todo se desbordó sin que pudiera frenarlo. El miedo, la vergüenza, el caos. Trago saliva. No puedo permitir que vuelva a pasar.

Extiendo las manos. Siento la energía en mi interior moverse como una corriente irregular. Trato de canalizarla. De contenerla. Pero no es fácil. Vibra, empuja.

Una ráfaga ligera sale disparada hacia el suelo y levanta tierra. No es violento, pero tampoco fue a propósito.

—Otra vez —dice Ashton, sin moverse.

Lo intento de nuevo. Una, dos, tres veces. Me concentro en mantener el control, en regular lo que siento, en no dejar que el miedo interfiera.

Después de varios intentos, logro mantener la energía en las palmas sin que se escape. Un pequeño destello vibra entre mis dedos. Lo sostengo. Me tiemblan los brazos, pero no me quiebro.

—Eso es. No es solo fuerza —dice Ashton—. Es equilibrio. Como bailar sobre una cuerda floja con una tormenta encima.

—Qué motivador.

—No vine a darte discursos bonitos, Eclipse.

Me río apenas. El cansancio ya me pesa, pero me obligo a mantenerme firme un poco más.

—¿Cuánto llevamos?

—Una hora y media. ¿Ya te vas a rendir?

—No me rendí. Solo... respiro.

Ashton se acerca y se agacha frente a mí, apoyando un brazo en su rodilla.

—¿Quieres que te recuerde cómo se respira?

—Ni se te ocurra hacer alguna tontería —le advierto, sin mucha fuerza.

—¿Tontería? Yo soy pura ayuda profesional —dice, alzando las cejas con dramatismo.

—Ajá —respondo, con los ojos entrecerrados.

Nos quedamos así unos segundos, en silencio. Sus ojos no se apartan de los míos y poco a poco se le forma una sonrisa que parece genuina en el rostro.

—Quiero el número de Aiden —digo de pronto, sin rodeos.

La expresión de su cara cambia por un segundo. Sutil. Se endereza despacio.

—¿Ya no soy suficiente, Eclipse?

—No empieces.

Suspira, como si estuviera decidiendo si vale la pena molestarse o no. Luego saca el celular, busca el contacto y me lo dicta. Yo lo anoto sin mirar su cara.

—No lo tomes personal —le digo, bajando la voz.

—Tranquila. No soy tan emocional como para ponerme celoso. —Pausa—. Solo lo justo.

Me mira un segundo más y luego se da vuelta.

—Vamos. Hora de entrenar los músculos emocionales.

—No existen los músculos emocionales —le digo, caminando detrás de él.

—Claro que existen. Son los más difíciles de trabajar. Y los tuyos están atrofiados.

—Ashton...

—Dime.

—Cállate.

Él se ríe. Me da la espalda y levanta las manos, como si fuera mi entrenador oficial.

—Ok, vamos otra vez. Control. Precisión. Nada de mini cataclismos espontáneos, ¿sí?

Intento concentrarme. Formo la esfera de energía con las manos. Vibra. La mantengo contenida, pero cuando intento hacerla girar a mi alrededor, como una órbita, se tambalea y pierde forma. Parpadea. Se contrae. Y explota en una pequeña chispa que me sacude los dedos.

—Bien... eso fue... casi —dice él, sin burlarse demasiado—. Vas mejorando.

—Estoy sudando como si estuviera corriendo una maratón emocional.

—Hablando de correr... —me lanza una mirada sospechosa—. ¿No quieres refrescarte?

—¿Qué...?

Pero no termina la frase. Toma el pote de agua, le da un trago, y comienza a caminar hacia mí con una sonrisa que ya me da mala espina.

—Ashton, no.

—¿No qué?

—Lo que sea que estés pensando, no lo hagas.

—¿Yo? Solo soy un entrenador responsable atendiendo la hidratación de su estudiante.

Se acerca un poco más.

—Ashton...

Pero ya es tarde. Me lanza el agua encima sin piedad.

—¡¿Estás loco?! —grito, empapada.

—¿No querías refrescarte? Ya te refresqué el alma.

Tira el pote vacío al aire y se echa a correr entre los árboles.

—¡Ashton! —Corro detrás de él.

Lo alcanzo extremadamente rápido y justo cuando creo que puedo empujarlo, él se da vuelta de golpe y, sin aviso, me lanza un ataque. Es pequeño, un pulso de energía dirigido a mis pies. Apenas lo esquivo.

—¿Qué haces? —digo, sin dejar de moverme.

—Esto también es entrenamiento.

Otro ataque, esta vez más amplio. Lo desvío. Con torpeza, pero lo logro.

Lanzo el mío, directo a su costado. Lo bloquea como si nada.

—Lento —me dice.

—Molesto —respondo.

Intercambiamos varios movimientos. Él es más rápido, claro. Más fuerte. Pero yo también tengo mis momentos. Un golpe le da en el pecho y se tambalea.

—Eso fue trampa —dice, sonriendo.

—Eso fue talento.

Después de unos minutos, el cansancio me aplasta. Me dejo caer sobre el pasto, respirando agitada.



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En el texto hay: romace, drama, suspense

Editado: 14.09.2025

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