Un ruido suave me despierta. Tardo un par de segundos en reconocerlo: el goteo de la cafetera en la cocina. Parpadeo mientras mis ojos se adaptan a la luz tenue que entra por la ventana. El aire sigue templado, pero el cuerpo arrastra el cansancio.
Ashton sigue aquí, casi sin moverse desde anoche, con la cabeza ladeada y el pecho subiendo y bajando parejo. Mi pierna permanece sobre las suyas, el pie sostenido por el cojín.
Respiro hondo e intento moverme sin incomodarlo, pero al primer ajuste una punzada atraviesa el tobillo y se me escapa un gemido bajo.
—¿Elena? —Ashton abre los ojos de inmediato, incorporándose un poco mientras me mira con el ceño fruncido—. ¿Te duele? ¿Estás bien?
Trago saliva y niego despacio.
—Solo intenté moverme. Mala idea.
Baja la mirada hacia mi pie, atento.
—Avísame si necesitas cambiar de posición.
Asiento, intentando tranquilizarlo con una sonrisa mientras recoloca el cojín en un solo movimiento fluido.
Mamá aparece con una taza en la mano, aún con el delantal de cocina. Su voz es un susurro.
—Veo que ya despertaron.
La miro, reajustando la postura.
—¿A qué hora llegaste anoche? No te oí entrar.
—No tardé mucho después de la llamada —sonríe tranquila—. Pero los vi dormidos y preferí no molestarlos.
Ashton gira un poco hacia ella, atento.
—No hacía falta que nos dejaras —le digo.
—¿Para qué? Igual no ibas a poder subir las escaleras —me mira con complicidad—. Y él estuvo aquí cuidándote.
Ashton apenas sonríe. El ambiente se vuelve más cálido.
Mamá vuelve a la cocina. Ashton acomoda mi pie nuevamente, vigilando el ángulo sin presionar.
—Dormimos aquí toda la noche —murmura mirándome de reojo.
—Sí. No era el plan, pero funcionó.
—Podría acostumbrarme —bromea—. Aunque el sofá no es lo más cómodo del mundo.
Intento incorporarme, pero desisto por la molestia.
—Al menos no terminamos en el suelo —le sigo la broma.
—Créeme —dice sonriendo—, la próxima vez traigo equipo completo.
Le sostengo la mirada unos segundos antes de desviarla hacia la cocina.
Mamá regresa con dos bandejas de desayuno.
—Aquí tienen.
Ashton deja mi plato en la mesa y me ayuda a incorporarme.
—¿Así mejor?
Le sonrío.
Mamá observa y luego fija la vista en mi pie.
—Ahora cuéntame cómo fue el accidente.
Me humedezco los labios.
—Fue solo un tropezón. Nada grave.
Ella frunce el ceño, pero suspira.
—Pues buen golpe te diste —se acomoda en el sillón—. Menos mal estaban los chicos.
—Estuvo en buenas manos —añade Ashton mientras empieza a cortarme los panqueques.
—Puedo hacerlo.
—Déjame lucirme un poco —bromea.
Mamá sonríe, sin agregar más.
Terminamos de desayunar entre miradas y bromas. Cuando mamá recoge los platos y se va a la cocina, Ashton acomoda la manta.
Mamá vuelve secándose las manos.
—Hablé con la clínica. Nos ven en una hora.
Respiro hondo.
—Está bien.
Se acerca a revisar la pierna.
—Como no puedes subir, buscaré algo cómodo para que te cambies.
Asiento.
—Vuelvo enseguida —dice, subiendo.
Con mamá arriba, Ashton estira el brazo con cuidado.
—Podríamos aprovechar mientras esperamos... —su tono es casi conspirativo.
Lo miro de reojo.
—¿Aprovechar cómo?
—Una película. Para distraerte —sonríe.
—¿Y quién escoge?
—Negociemos —bromea mientras alcanza el control, vigilando mis piernas.
—Si estiras más, terminarás en la clínica conmigo.
—Podría ser entretenido —dice con una sonrisa.
Logra encender la televisión.
—¿Algo ligero o dramático?
—Ligero. Ya tengo suficiente drama.
Me observa un instante. La cercanía sigue creciendo y todavía me descoloca.
Mientras revisamos opciones, el celular vibra. Ambos miramos. Él lo toma enseguida, frunce apenas el ceño y contesta.
—¿Sí? —me lanza una mirada rápida mientras escucha—. Ya vengo.
Se inclina para ajustarme mejor, pero el movimiento me arranca un quejido.
—Ay...
—Perdón —murmura—. Es rápido.
Sale al jardín, hablando bajo, cerrando la puerta.
Me acomodo mientras escucho su voz apagada detrás del cristal.
Mamá baja las escaleras con unas prendas en brazos.
—Aquí tienes. Te ayudo a ir al baño.
Me apoyo en su hombro para avanzar a pequeños brincos. Ya dentro, me pasa la ropa.
—¿Todo bien?
—Todo bien.
Cierro la puerta. Mientras me cambio, escucho sus pasos alejándose y enseguida las voces de ambos en el pasillo:
—Gracias por quedarte anoche —dice mamá.
—No había opción —responde Ashton—. No iba a dejarla sola.
—Se nota que la cuidas mucho —comenta ella—. Te lo agradezco.
—Siempre lo haré. Ella es importante.
Trago saliva, respiro y termino de vestirme. Al acercarme a la puerta y girarme, una punzada en el tobillo me hace morder el labio.
Abro. Mamá ríe mientras Ashton le dice algo. Al verme, se acerca enseguida.
—Ven, te tengo.
Me sujeto a su brazo para estabilizarme.
Mamá interrumpe:
—Vamos saliendo. Si llegamos temprano, quizá nos atiendan antes.
Ashton me recoge enseguida y me lleva al auto.
Me ayuda a subir al asiento trasero, acomodando las piernas con cuidado para mantener el pie elevado.
—¿Cómoda?
Asiento.
Me mira un instante antes de cerrar la puerta. Mamá arranca.
El camino es tranquilo. Nadie habla. Voy atrás, con la pierna estirada. Cada bache me tensa la mandíbula. Ashton me lanza miradas; le hago un gesto para que no se preocupe.
Al llegar, mamá estaciona. Ashton baja rápido, abre la puerta y se agacha.
—Vamos.
Asiento. Me recoge con cuidado. Rodeo su cuello mientras me alza.
Entramos. Aunque la sala está casi vacía, algunas personas nos observan. Mamá va al registro mientras Ashton me acomoda en la silla, colocando el pie sobre un pequeño banco improvisado.
Editado: 14.09.2025