El legado Pendragon I: En busca de la Leyenda

El despertar

Abrí los ojos encandilada  por la luz que titilaba en el techo. No sabía dónde estaba y sólo se oía un contínuo pitido en mis oídos, mezclados con murmullos lejanos. Giré la cabeza despacio, hasta que un dolor punzante tiró desde el cuello hasta las manos, ¿qué me pasaba? Me dolía todo el cuerpo, por lo que solo pude moverme unos pocos centímetros. Tenía la visión borrosa pero pude distinguir una pequeña pantalla a mi lado la cual desprende unas tenues luces. 

Poco a poco, mi vista se fue aclarando y miré a mi alrededor. Estaba en una habitación, no muy grande y sin ningúna decoración que pudiera distinguir más allá de la cama en la que me encontraba, una pequeña mesa a mi lado y el aparato que había visto antes. 

La pared a mi derecha estaba formada casi por completo por una ventana, cubierta por una fina cortina por la que no entraba nada de luz por lo que deduje que sería de noche. No era consciente de cuántos días llevaba en este lugar, ni cuánto tiempo estuve dormida, pero me dispuse a averiguarlo. 

Conseguí reunir todas las fuerzas que me quedaban para levantarme, quitando el aparato que tenía pinzando mi dedo. 

Al colocar mis pies descalzos sobre el suelo, un escalofrío me recorrió la espalda en tan sólo un segundo, un segundo más tarde conseguí ponerme en pie y caminé despacio hacia la ventana de la habitación, la que ahora podía ver con más claridad. Estaba en una habitación de hospital. 

Al asomarme por la ventana pude ver que me encontraba a unos tres pisos de altura, pude ver la entrada del hospital donde había varios médicos y enfermeros hablando, tal vez en un descanso. Alcé la vista y vi las luces de un pequeño pueblo a pocos kilómetros del hospital donde me encontraba, entonces me sobresaltaron unas luces lanzadas al cielo. Fuegos artificiales, sería una especie de fiesta. 

Me di la vuelta y me dirigí hacia la puerta, me disponía a hablar con alguna enfermera para saber qué me había ocurrido, cuando a mi lado vi un destello, la puerta del baño estaba abierta , y me encontré de frente con el espejo, que me devolvía mi propio reflejo. Me acerqué con miedo. En el espejo vi el rostro de una chica con la piel muy clara y con muchas pecas sobre la nariz y mejillas, unos grandes ojos de un color verde muy intenso, y el pelo, de color cobrizo, caía hasta la cadera en hondas. Vi también varias cicatrices en mi rostro. Acaricié mi cara mientras me miraba perpleja en el espejo, esa era yo, pero no me reconocía, no sabía quién era, qué me había pasado, ni cómo había llegado hasta allí, entonces me dispuse a averiguarlo. 

Al salir de la habitación, me vi en un corto pasillo con muchas puertas, y al final del pasillo, un grupo de varios enfermeros hablando en una especie de recepción, me acerqué a ellos. Por un instante me vi la piel de los brazos, cubierta de arañazos y cuando me quise dar cuenta, un par de enfermeros habían llegado frente a mi con cara de preocupación. 

-Tienes que volver a la habitación, enseguida llamaremos a la doctora.- me dijo una de las enfermeras. Tenía el pelo corto y rubio, aunque se le veía bastante oscuro cerca de las raíces, llevaba el uniforme azul igual que todos los demás enfermeros, y unos zapatos de goma que se veían muy cómodos, pensé que debía de estar mucho tiempo de pie en ese trabajo. 

-Llama a la doctora en seguida.- la señora que se encontraba detrás de la recepción del pasillo asintió con la cabeza mientras agarraba el teléfono, y la enfermera agarró mi brazo con delicadeza para llevarme de vuelta a la habitación donde había despertado. 

Al entrar de nuevo a la habitación, la enfermera encendió todas las luces y me costó un par de segundos acostumbrarme de nuevo a la luz tan brillante. 

No me sentía nada cansada, pero me dolía todo el cuerpo, así que la enfermera me ayudó a volver a sentarme en la cama. 

-Deberías tumbarte, en cuanto llegue la doctora Kirkpatrick te dirá todo lo que quieras saber sobre cómo te encuentras.- dijo antes de acercarse con una pequeña linterna con la que me apuntó directamente a los ojos. También entró tras nosotras otro enfermero, que me tomó el pulso desde la muñeca, y ambos anotaron algo en una ficha que había colgada en la cama. 

-¿Cómo te llamas?- al preguntarme eso, me miró con ternura y algo de preocupación, como si estuviera mirando a un niño que acababa de perder a sus padres. 

Abrí la boca para responder, pero no sabía quién era, ni cómo había llegado hasta allí, e intenté decirlo lo cual me fue imposible, notaba como me ardía la garganta, estaba seca y empecé a toser de forma brusca. La enfermera me ofreció un vaso de agua y lo acepté agradecida. 

-Bebe despacio.- me dijo colocando las manos bajo el vaso mientras bebía, por si llegaran a fallarme las fuerzas. 

Me acerqué el vaso a los labios y noté cómo el agua me iba hidratando la garganta con cada sorbo que daba y me sentía muchísimo mejor. En ese momento una mujer entró por la puerta, parecía que venía con prisa, pero se calmó al pasar el umbral de la puerta de la habitación. Era una mujer de no más de cuarenta años, con el pelo castaño recogido en una coleta bastante alta y unas gafas gruesas que le ocupaban casi media cara, supe que era la doctora a la que habían llamado porque, a diferencia de las enfermeras llevaba una bata blanca sobre el uniforme azul. Se acercó y empezó a leer lo que anteriormente habían anotado los enfermeros sobre mis constantes en la ficha. 




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