El legado Pendragon Ii: El renacer

Capítulo 13

Las primeras luces del amanecer se filtraban a través de los altos ventanales del castillo, tiñendo las paredes de piedra con un suave tono dorado. Aunque aún era temprano, el castillo ya bullía de actividad. Criados y sirvientes iban y venían con bandejas, informes y telas; algunos soldados entraban y salían del salón principal recibiendo instrucciones para la jornada. El ambiente era agitado, pero lleno de vida.

En la cocina, una de las estancias más cálidas y concurridas, Siena se encontraba sentada sobre un banco de madera, encorvada ligeramente sobre una mesa mientras mordisqueaba una pieza de pan duro y frío. A su alrededor, el vaivén de ollas, cuchillos y cucharones creaba un fondo de sonidos metálicos y olor a especias y grasa.

Una de las cocineras más veteranas, una mujer robusta y de mejillas sonrosadas, se acercó al verla.

—Mi señora, si me da un momento, puedo prepararle algo más digno de una princesa… quizá huevos con hierbas dulces o un poco de pan tierno recién hecho —ofreció con una sonrisa servicial, limpiándose las manos en su delantal.

Siena negó con la cabeza, masticando sin entusiasmo.

—Gracias, de verdad, pero no hace falta. Comeré esto… y luego volveré al claro. Tal vez aún necesiten ayuda con los recién llegados.

La cocinera asintió comprensiva, aunque con un dejo de pena por verla comer tan poco.

En ese instante, un golpe seco resonó en la puerta trasera de la cocina, la que conectaba con la zona de almacenamiento y carga. Alguien llamó con fuerza, tres veces.

Uno de los ayudantes del personal cruzó la estancia rápidamente, abriendo la gran hoja de madera con una bisagra que chirrió brevemente. Del otro lado, varios hombres descargaban sacos de harina, cajas de hortalizas y barriles de agua o vino. El ayudante comenzó a revisar con una tablilla en mano, y entre los cargadores, Siena distinguió a un joven delgado pero de brazos fuertes, dando órdenes con voz clara, pero no era a quien esperaba ver aquella mañana.

Frunció el ceño dirigiendo su mirada hacia la cocinera

—¿Eric ya no se encarga de recibir las mercancías del castillo? —preguntó en voz baja, sin comprender.

—¿No os habéis enterado aún, mi señora? —le dijo en tono confidencial y entusiasta—. ¡Lo han nombrado caballero hace unos días! Todo un reconocimiento. Desde que regresó ha ayudado a vuestro padre a averiguar quiénes eran los caballeros traidores a la corona para detenerlos. Lo hizo tan bien que el propio comandante Mackay recomendó su nombramiento. Y aquí lo tienes, ahora ronda el castillo con armadura y todo.

Siena abrió los ojos, genuinamente sorprendida. Una sonrisa se dibujó poco a poco en su rostro, orgullosa.

—¿Eric un caballero? —murmuró con asombro—. Todo lo que siempre quiso ser. Es impresionante

La cocinera le guiñó un ojo mientras removía una olla.

—Pues seguramente esté de patrulla ahora mismo. Si vais por los pasillos del ala oeste o hacia el patio de entrenamiento, seguro que lo encontráis. Nunca puede estarse quieto ese muchacho.

Siena no respondió, pero su expresión hablaba por sí sola. Dejó el trozo de pan sobre la mesa, limpió sus manos con un paño cercano y salió de la cocina con paso ligero, decidida a buscarlo. El castillo aún estaba despertando, pero algo en su corazón se había animado con esa pequeña noticia, y no quería perder la oportunidad de ver con sus propios ojos al nuevo caballero.

Caminaba con prisa por los amplios pasillos del castillo, su mirada se deslizaba de un rostro a otro, buscando con ansiedad una silueta conocida. La piedra fría bajo sus pies resonaba ligeramente con el eco de sus pasos, mientras la luz del amanecer se filtraba a través de los altos ventanales, tiñendo el pasillo de un suave tono dorado.

—¿Habéis visto a Eric? —preguntó a un par de guardias apostados cerca de una puerta lateral.

—Pasó por aquí hace unos minutos, princesa —respondió uno de ellos—. Iba en dirección al ala norte, quizá hacia los patios o el corredor del este.

Siena agradeció con una leve inclinación de cabeza y apresuró el paso. Su corazón latía más deprisa, no solo por la caminata, sino por la mezcla de emoción y nerviosismo que se acumulaba en su pecho. Cruzó varios pasillos hasta llegar a uno especialmente largo, flanqueado por tapices antiguos que relataban historias del reino.

Y entonces lo vio.

Al final del corredor, de pie bajo la luz tenue que entraba por las altas vidrieras, estaba Eric. Vestía una armadura ligera de tono oscuro, ceñida a su cuerpo con precisión. Su porte era más firme que nunca, más seguro. El cabello, más largo de lo que ella recordaba, caía con soltura sobre sus hombros, ligeramente despeinado por el viento de la mañana. Su rostro, siempre tan serio, se suavizó en cuanto la vio.

Siena no pudo contener la emoción. Una oleada de alivio y alegría le atravesó el pecho. Sin pensarlo dos veces, rompió a correr por el pasillo, con los ojos brillando, el corazón palpitante.

Eric reaccionó de inmediato. También corrió hacia ella, sin dudarlo, sus pasos resonando como truenos amortiguados por la piedra. Y cuando por fin se encontraron, se fundieron en un abrazo tan intenso que por un instante el tiempo pareció detenerse.

Él la rodeó con ambos brazos con fuerza, hundiendo el rostro contra su cuello, como si necesitara asegurarse de que realmente estaba allí.



#911 en Fantasía
#1318 en Otros
#81 en Aventura

En el texto hay: amor, magia, reina

Editado: 18.08.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.