El legado Pendragon Ii: El renacer

Capítulo 16

Los ecos de la gran reunión aún resonaban entre las columnas de piedra cuando los representantes comenzaron a abandonar la sala de estrategia. Las conversaciones fluían en voz baja, algunos comentaban la distribución de tropas, otros se presentaban entre ellos, consolidando una alianza que días atrás habría parecido imposible. La luz del atardecer teñía el mármol de tonos dorados, y una calma contenida se extendía como un velo tras las decisiones firmes tomadas.

Solo dos figuras permanecían aún en la sala: el rey Elliot, de pie frente al amplio ventanal, con las manos entrelazadas tras la espalda, y Eric, rígido como una estatua a pocos pasos detrás, sin moverse ni decir una palabra. El monarca observaba el reino a sus pies, las casas de techos rojizos, el ajetreo del campamento improvisado más allá de los muros, y las primeras luces encendiéndose como luciérnagas que anunciaban la noche.

Tras varios segundos de silencio, Elliot giró apenas la cabeza, su mirada gris todavía perdida en el horizonte.

—¿Ocurre algo, Eric? —preguntó con tono sereno, aunque no distraído.

Eric dio un paso al frente, firme, pero su voz revelaba un rastro de tensión que había intentado ocultar.

—Majestad… con el debido respeto, no me parece adecuada la participación de Kyle en esta reunión —dijo, escogiendo cuidadosamente sus palabras—. Y mucho menos que hablara como si tuviera autoridad sobre nuestras fuerzas, estando presente el general Mackay. Él es quien dirige el ejército de Pendragon, no Kyle.

El rey se volvió por completo, y sus ojos se fijaron en el rostro del joven caballero con un leve gesto de desconcierto, casi de decepción.

—¿A qué viene esto, Eric? —preguntó con franqueza—. Tengo entendido que tú y Kyle sois amigos desde hace años.

Eric desvió la mirada por un momento, como si le costara continuar, pero al final respondió con firmeza:

—Lo fui, Majestad. Pero fue exiliado por poner en peligro a Siena más de una vez. Todos lo saben. Y ahora ha regresado como si nada hubiese ocurrido. ¿Qué imagen da eso al resto de los soldados? No creo que sea la mejor persona para estar al mando, mucho menos en una guerra como esta.

Durante unos segundos, el rey Elliot no dijo nada. Lo observó en silencio, como si sus ojos pudieran escarbar bajo las palabras, buscando la raíz de su disgusto. Finalmente, alzó una mano con gesto calmo, pero autoritario.

—Basta.

La palabra cayó como una losa en el aire entre ambos. Eric apretó los labios, tensando la mandíbula, pero se mantuvo en silencio.

—Kyle nació en estas tierras —continuó el rey, su tono firme pero sin elevar la voz—. Lo conozco desde niño. Conozco a su padre, su madre, y a él. He visto con mis propios ojos las decisiones que ha tomado, los sacrificios que ha hecho, y también los errores cometidos. Sí, sé lo del exilio. Y sé también que esa decisión la tomó un consejo que ya no existe. Porque la mayoría de sus miembros eran traidores que conspiraban con Tir Marw mientras yo… no estaba.

Eric bajó la mirada por un instante, reprimiendo una réplica que ardía en su garganta.

—Entiendo tus reservas —prosiguió Elliot—. Pero no eres tú quien decide quién es digno de dirigir a nuestros hombres. Esa responsabilidad es mía, y solo mía. No me subestimes, Eric. Sé quién es Kyle. Y más aún: sé en quién puedo confiar.

Las palabras golpearon con la fuerza justa, no cruel, pero sí irrefutables. Eric cerró los puños a los costados del cuerpo, esforzándose por mantener la compostura. Su rostro, aunque impasible, tembló apenas en la comisura del labio.

—Sí, Majestad —respondió finalmente, con voz controlada.

Elliot no añadió nada más. Volvió la vista al ventanal, como si el reino al que debía proteger le hablara en susurros inaudibles.

Eric, sin decir otra palabra, se retiró de la sala con pasos contenidos. Pero en su pecho hervía algo más que el desacuerdo: era orgullo herido, frustración… y una sombra de celos que aún no quería reconocer.

Por las calles empedradas de la ciudad, Kyle y Siena caminaban con una tranquilidad que rara vez podían permitirse en aquellos tiempos. El sol del mediodía se colaba entre los tejados y los toldos de los comercios, bañando de luz cálida las fachadas de piedra y los ventanales adornados con flores. Las voces de los comerciantes comenzaban a elevarse con más fuerza, y el aroma a pan recién horneado y especias llenaba el aire.

Siena reía con la cabeza ligeramente echada hacia atrás, su cabello recogido en una trenza que caía sobre su hombro. Kyle caminaba a su lado, con las manos en los bolsillos y una sonrisa relajada en los labios. Sus pasos eran pausados, sin prisa alguna, como si se negaran a dejar que ese momento se desvaneciera demasiado pronto.

—¿Recuerdas cuando nos escondimos detrás del pozo para no ir a la lección de historia? —dijo Siena, con los ojos brillando de nostalgia.

—Claro que lo recuerdo —rió Kyle—. Fue idea tuya, y al final terminé yo castigado con doble entrenamiento durante una semana.

—¡Eso no es verdad! —protestó ella entre carcajadas—. Fue idea tuya, tú dijiste: “La historia no se va a mover del libro, pero nosotros sí podemos movernos del castillo”.

Kyle soltó una carcajada más sonora esta vez, sacudiendo ligeramente la cabeza al recordar.



#8729 en Fantasía
#9872 en Otros
#1391 en Aventura

En el texto hay: amor, magia, reina

Editado: 01.09.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.