El lenguaje de los mudos

El gato de pelaje oscuro

Mi padre me contó la historia de que. Hubo un gato que vivió varias veces. Un gato de pelo oscuro, quien no se encariñó con nadie. Murió un millón de veces y renació otro millón de veces. El gato tuvo millares de dueños, pero no quiso a ninguno en todas sus vidas. Era ajeno al sentir y querer a otro ser que no fuera él mismo.

El gato le perdió el sentido a vivir; el morir o existir le daban completamente igual. En una de sus tantas vidas, el gato estuvo en un invierno interminable. Se estaba congelando cuando una mujer lo llevó adentro de una cabaña y lo puso al lado de la fogata.

El gato, quien por primera vez sintió calor, pero no el proveniente de la fogata; sintió un calor suave, el calor de ser amado sin condiciones. Puede que el gato hubiese tenido muchos dueños anteriores, pero esta vez el gato decidió abrirse a esa joven mujer.

Conforme pasaron los días, el gato dejó de salir de la cabaña, dejó de cazar, incluso desgastó sus uñas, pues ya no las necesitaba. Aquella joven mujer le daba todo lo que quería, y en las noches frías, nunca lo dejó solo.

Unos meses después, el gato notó que la joven chica no se paraba de cama. El gato la rondaba y rondaba hasta que un día el gato notó que la mujer no le acariciaba. El gato duro con ella hasta que otra persona se llevó el cuerpo. El gato poco después murió, emocionado.

Al morir, quiso buscar a aquella mujer, pero el gato renació de nuevo. Al volver a vivir, el gato esta vez se sintió mal, se sintió vacío, ansiaba morir. Realmente quería volver con esa joven mujer.

Y así, el gato volvió a un ciclo. Cada vida que tuvo, volvía a aquella cabaña, a maullar en el techo. Pasaron siglos y el gato seguía asistiendo a ese lugar, a pesar de que se había derrumbado en cada una de esas vidas.

El gato se deshacía de sus garras, pues ya no quería defenderse o cazar. Solo quería volver a los brazos de esa mujer. El gato se centró tanto en eso que en cada vida que pasó, dejó de lado a todo lo demás que pasaba en el mundo.

No conoció a más personas, no pudo superar la pérdida de la mujer. Condenado a volver a ese lugar, el gato de pelaje oscuro, incluso hoy en día, llora cada noche en la misma cabaña. Ya no le daba igual el vivir o el morir.

El gato se negó al vivir todo sentido de vivir o instintos; los dejó atrás por ese sentimiento de querer volver a ser amado. Nosotros, los humanos, no somos diferentes a ese gato de pelaje oscuro. Dejamos de lado todo nuestro mundo por unapp sensación, por una persona que puede que ya no esté.

Nos duele y tenemos un duelo. Debemos aprender a dejar ir, soltar el pasado y caminar hacia el futuro. Pues de no hacerlo, seremos aquel gato que en todas sus vidas solo pudo lamentarse la pérdida y dejó escapar millares de vidas.

Si tan solo el pequeño gato supiera que, para la mujer, el poco tiempo que tuvieron fue suficiente, y que fueron los mejores años de su vida para ella. Él fue algo que la sacó de la monotonía, un ser con el que conectó, y bastante con el que no le importó morir, pues lo hizo feliz. Junto a él, algo que él no entendió, ella no hubiera querido ver a su preciado amigo así. Y en ese lugar, han pasado ya mil años, y el gato sigue viniendo, sin garras.

Mi abuelo lo vio, mi padre también, y yo lo hago. Seguro mis hijos lo verán, y pasarán esta historia de generación en generación.

Oh, pequeño gato, si supieras dejar ir, tal vez la encontrarías, o encontrarías otra razón para vivir. Pero supongo que pronto no lo harás, mi pobre pequeño gato de pelaje oscuro




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