Capítulo 11: Cambio de vida
Diana se quedó congelada en el lugar; no se había movido desde que Lósif le entregó las monedas y subió. Ya habían pasado 5 minutos.
Ella todavía estaba congelada, mirando con los ojos bien abiertos el gran puñado de monedas que había dentro de la bolsa.
Despertando rápidamente del estado de shock, tomó la bolsa y dejó todo el contenido sobre la vieja mesa de madera. Vio todas las monedas de cobre. Las contó una a una y otra vez, otra y otra vez contó y supo que eran 400 monedas, lo que equivale a 4 monedas de plata. Con esto pueden vivir sin preocupaciones por mucho tiempo, quizás hasta finales de este año y la mitad del próximo o quizás hasta dos años; si seguimos igual y ahorramos, esto sería más que suficiente para mantenernos.
Ella aún no lo podía creer; Lósif, el niño que había llegado a ese orfanato, nacido en un pueblo pobre y rural, le dio 4 monedas de plata como si fuera nada y se fue a dormir. Ella estaba asustada.
Había una posibilidad de que fuera a robar, pero conociendo el buen corazón del muchacho, dudó y negó con la cabeza. Este es un buen dinero, Lósif no es un ladrón como ella; estaba trabajando duro estas semanas, incluso con la noticia de que había un nigromante loco en alguna parte. Ella va a comprar las cosas necesarias y otras cosas que faltaban. Mañana a primera hora, sin siquiera subir las escaleras, decidió acomodarse al lado de la cocina y verificó que todas las puertas y ventanas estén cerradas con la máxima seguridad, lo que ahora sí tenía, así que se fue a dormir y antes de caer en un feliz sueño, recordó las últimas palabras que le dijo Lósif.
Con una risita tímida por fin se durmió.
Al día siguiente, los pájaros cantaban y la gente hablaba anunciando un nuevo día. Ya son más de las 7:00 am y Lósif despertó al lado de Ana. Lósif estaba un poco asustado al saber que casi terminaba la pasta de dientes y las cosas de la mañana. Higiene básica: algo que descubrió fue que para limpiarse después de hacer sus necesidades usaban pedazos de cuero, carajo, eso sonaba doloroso, pero también pedazos de tela.
Lósif recordó que bañarse era muy difícil por la pobreza de esta parte del reino; en su mayoría solo se limpiaban el cuerpo con un paño húmedo, dejando su cuerpo y cabello algo limpios con un balde de agua que es más que suficiente para las demás zonas íntimas.
Lósif recordó que al acercarse a Blanca de manera dominante, un olor un tanto peculiar entró en su nariz, quizá por eso. Con una risa de Lósif al recordar el disparate, decide buscar un lago o alguna fuente de agua para tenerla disponible, pero sin antes despertar a Ana que seguía dormida.
Lósif: Ana, buenos días. Despierta, es hora de curarte, te lo prometí hace mucho tiempo y lo cumpliré.
Ana tenía sueño cuando Lósif la despertó, pero el sueño se le escapó cuando escuchó música para sus oídos. Lósif estaba a punto de curarla; por fin esa joroba en su espalda desaparecería.
Ana—¡Vamos, Lósif!
La niña corrió hacia el niño. Estaba feliz y muy ansiosa.
Lósif no esperó más; quería ir a las afueras del reino donde cortaba leña, pero al ver a Ana muy feliz, decidió que es mejor curarse de una vez por todas en este momento, aunque Blanca seguía despierta y observaba con los ojos entrecerrados. Lósif ya la había visto.
Lósif pone una mano sobre la joroba de la niña y en una de sus caras se concentra el maná.
Lósif—¡vitalización negra!
La espalda de la niña comenzó a brillar de un color verde muy intenso y después de unos momentos el gran bulto en la espalda de la niña comenzó a desaparecer de alguna manera, dejando solo una espalda normal y delicada. Las imperfecciones en su rostro, entre otras cosas, desaparecieron; el rostro de la niña estaba hermoso y renovado.
Ana—¡Muchas gracias! ¡Lósif, estoy tan feliz! ¡Te amo Lósif!—gritó.
La chica emocionada se precipitó a los brazos del chico más alto y lo besó tímidamente en los labios. Lósif se sintió algo desconcertado por este beso; solo respondió un poco inconsistentemente. Sus labios se movían algo torpemente.
Ana se apartó avergonzada y se giró para ver el rostro del niño con una sonrisa de oreja a oreja, dándose la vuelta y tocándole la espalda, lo cual era normal.
Lósif sabía que Ana era muy feliz, él también, pero más feliz si encontraba un río donde bañarse cuando quisiera.
Lósif, después de pensarlo y ver que Ana se había calmado un poco de la emoción de tener la espalda normal, decidió ponerse de pie.
Lósif—Ana, voy a explorar para encontrar un lago; no me siento cómodo sin darme un buen baño.
Ana—Lósif, iré contigo, no tengo nada que hacer.
Lósif—Ana, no es recomendable que me sigas, van a hacer muchas preguntas, sabes qué, mejor nos vamos.
Blanca, que llevaba mucho tiempo despierta y observaba todo el intercambio de palabras entre Lósif y Ana, decidió que quizá es mejor permanecer en silencio, pero sus pensamientos fueron interrumpidos.
Lósif—Blanca, sé que estás despierta y escuchando todo, no deberías fingir que estás dormida.
Blanca estaba algo avergonzada y rubores no disimulados se reflejaban en las mejillas blancas de ambas niñas.
Ana, hermana, ¿por qué no vamos todos juntos a buscar un lago?
Lósif—Ana, recuerda que el orfanato se quedará solo, y Blanca tiene dos niños pequeños.
Blanca—Perdón, señor Lósif, gracias, hermana Ana, por la invitación, pero como usted dice, es verdad, voy a tener que rechazarla.
Lósif pensó que la niña estaba enojada porque creía que él no quería que ella fuera. Lósif encontró un momento para decírselo.
Lósif—Blanca, me gustas mucho y no me molestas, solo me refería a que estás enferma y tienes que cuidar a tus hijitos.
Blanca, al escuchar a Lósif intentar explicarle lo que no le desagrada, tenía una pequeña sonrisa en los labios. Se giró para mirar directamente a Lósif a los ojos y le dijo con voz débil.
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Editado: 03.12.2024