Durante los siguientes días, Viviana y Rulfo continuaron aprendiendo más sobre magia con ayuda de los hechiceros. Comenzaron clases de brebajes y pociones con Neruana, pero había sido un poco difícil. El adolescente estaba evidentemente enfadado en su rol como profesor y era demasiado impaciente.
Además, las cosas se habían puesto un tanto pesadas en el castillo. Al museo había llegado un nuevo director, de nombre Tomás Torquel. Era un tipo insufrible. Se aprendió el reglamento del museo de memoria, y desde que llegó, todo se había convertido en prohibiciones, regaños y amonestaciones, tanto a empleados como a visitantes.
Una tarde especialmente calurosa, Viviana llevaba puesto un vestido sin tirantes, sostenido del pecho con tela de resorte. Se disponía a entrar a la sala de reliquias sacras cuando Tomás le impidió el paso.
―¿A dónde crees que vas vestida así, chiquilla?
―Sólo iba a entrar a la sala de…
―En esta sala hay reliquias sagradas, pruebas de la existencia de Dios. ―Tomás le tomó por una de sus trenzas y la alejó.
―¡Oiga!, ¡me hace daño! ―se quejó Viviana.
―¿Y tú quieres entrar ahí casi desnuda? ¿Es que nadie te ha enseñado sobre decencia?
―¿Quiere enseñarle sobre decencia a una niña de cuatro años? ―Kenneth se acercó a él. Apretó la mano de Tomás obligándolo a soltar a Viviana.
―¡Se puede tener cuatro años y tener pudor! ―reclamó el director.
―¿Quién tiene más malicia en su corazón, señor director? ―Kenneth empujó a Viviana hacia atrás para cubrirla―, ¿una niña que usa un vestido ligero?, ¿o el idiota que ve desnudez en ello?
―Mire Kenneth, ―el director refunfuñó―, ya suficiente hago con soportar a sus sobrinos aquí en el castillo, y con…
―Ya se lo dije, señor director ―interrumpió Kenneth―, dígame en qué parte del reglamento se me prohíbe estar aquí con mis sobrinos, y no los vuelvo a traer.
―Como director, yo puedo cambiar las reglas. ―Tomás acercó su cara a la de Kenneth
―Eso no lo dudo, pero necesitará el visto bueno del alcalde, del gobierno estatal, del INAH…
―¡Puedo conseguirlas! ―Tomás acercó aún más su cara. Kenneth hizo un gesto de asco, metió su mano en el bolsillo de su pantalón y sacó un paquete de mentas.
―¿Una menta? ―dijo ofreciéndole el paquete.
Viviana tapó su boca con sus manos, tratando de ahogar una risita. Tomás le dio un manotazo haciendo caer las mentas y se retiró, furibundo.
―¡Qué tipo más insoportable! ―exclamó Viviana.
―Sí, siempre ha sido un insufrible. Pero es divertido hacerle enfadar.
―¿Ya lo conocías?
―También es hechicero ―dijo Kenneth―, pero se debate entre usar su magia y negarse a sí mismo que es un brujo.
―¿Cómo es eso?
―Hace unos mil doscientos años ―dijo Kenneth―, él era un sacerdote inflexible y muy amargado. Uno de sus feligreses nos sorprendió organizando el aquelarre para la elección de nuevos hechiceros. Le fue con el chisme a Tomás y en su afán de ir a detenernos, tropezó y entró en el fuego.
―¿Qué hizo cuando se vio convertido en un niño?
―Se puso como loco. ―Kenneth rio―. Su fanatismo religioso nunca le permitió aceptar ser un brujo. Se volvió aún más inflexible. Pasó épocas difíciles, pues nadie iba a tomar en serio a quien parecía un niño pequeño. Nos robó un libro de magia y aprendió algunos hechizos. Usó una poción que lo ayudó a verse como adulto de nuevo y poder volver a la iglesia y desde entonces intenta cazarnos.
―¿No se unió a la inquisición? ―preguntó Viviana.
―¡Claro que lo hizo! De hecho, por allá del siglo catorce fue nombrado inquisidor de Cataluña, y creo que fue para él la mejor época de su vida.
―¿Y en pleno siglo veintiuno los sigue persiguiendo?
―Pobre diablo. ―Kenneth meneó la cabeza―. Agastya se la pasa desmemoriándolo a cada rato. Pero su enajenación es tal, que a pesar de que no sabe a quién busca ni por qué, está necio en encontrarnos. Recuerda pequeñas partes de su vida, y con eso es suficiente para continuar su enfermiza búsqueda.
―Entonces no es coincidencia que esté aquí, vino a propósito para estar cerca de ustedes.
―Sus escasos conocimientos de magia le han ayudado a acercarse a nosotros ―respondió Kenneth―. Sólo es cuestión de soportarlo un poco para que no sospeche ni busque demasiado. En cuanto se convierte en una molestia mayor, Agastya se encarga de desmemoriarlo de nuevo, así que no te preocupes por él. ¿Cómo vamos con las clases de pociones y brebajes?
―Es un poco difícil. ―Viviana suspiró―. Neruana es… ¿cómo decirlo?
―¿Un gruñón?
―No quería decirlo de ese modo, pero sí ―rio Viviana―. Es bueno enseñando, pero de todo se enoja, de todo grita…
―Sí, está en esa etapa de adolescente en que nada le parece y lo que menos soporta es a los niños. ―Kenneth rio.
―Entre otras cosas ya nos enseñó a hacer pastillas evanescentes, elíxires del olvido temporal, la poción para respirar bajo el agua ―Viviana listaba contando con sus dedos―, y ya nos enseñó a construir una bolsa sin fondo para llevar con nosotros grandes cantidades de pociones y materiales.
―Eso les servirá mucho. En un par de semanas terminarán con lo básico en pociones. Después se seguirán con Soledad, ella les enseñará sobre encantamientos.
―¿Y nuestras varitas?
―Ya casi están listas ―dijo Kenneth alborotando su cabello―. Necesitan un baño de luna para madurar, así que después de la próxima luna llena quedarán terminadas.
―Bien. Pues ya que el director se fue, ahora sí voy a la sala de reliquias sacras ―Viviana comenzó a caminar hacia allá―. Neruana me dejó de tarea probar mi brebaje evanescente para robar los escritos de San Basilio.
―¿Y para qué quiere Neruana que robes el objeto más protegido de este museo?
―Supongo que para probar la eficacia de mi poción ―dijo Viviana encogiendo los hombros―, y por lo que me platicas, quizá para hacer rabiar al director.