Entraron de nuevo en aquella habitación oscura. Con todo lo que pasaron en Emeliel, lo habían olvidado por completo. No tenían idea de cómo salir de ahí, y lo peor era que no sabían si esos espíritus, fueran lo que fueran, continuaban en ese lugar. De pronto se escuchó como si una piedra pesada se moviera.
―¿Viviana?, ¿Rulfo? ―Ambos suspiraron aliviados al escuchar la voz de Durs―. ¿Están aquí?
No respondieron, simplemente salieron corriendo de aquella habitación.
―¡Tenemos el último talismán! ―dijo Viviana alargando la esfera con tierra y árboles en su interior.
―¿Entraron al Dei sin las instrucciones de Imamú? ―preguntó Durs, asombrado.
―Tuvimos que hacerlo ―comentó Rulfo―. Busquemos a los demás, tenemos que platicarles lo que pasó.
Era media tarde y los hechiceros estaban en la explanada detrás del castillo. Agastya observaba con preocupación a Imamú, que caminaba de un lado a otro, frotando su barbilla.
―De nuevo ―dijo Imamú―. ¿Qué decía la nota que salió de la máquina de escribir?
―Sólo nos decía en qué libro buscar ―respondió Viviana.
―Y aquella voz… ¿la reconocieron? ―preguntó de nuevo. Rulfo y Viviana intercambiaron miradas.
―Era la voz de un hombre joven ―dijo Viviana.
―Debe ser Ikal ―reclamó Neruana―. Lo trajeron del inframundo para atacar a estos niños. Se debate entre atacar y proteger.
―Con más razón necesitamos el libro. ―Kenneth observaba los talismanes que flotaban frente a él―. Ya tenemos los cuatro talismanes, sólo tenemos que esperar a que sea media noche para abrir el portal.
―El libro estará oculto en algún dei custodiado por aliados nuestros ―dijo Imamú―. Pero en esta ocasión no son los niños los que deben ir, sino nosotros.
―¿Quiere decir que ya no entraremos a buscar nada? ―preguntó Viviana.
―No ―dijo Durs―. El dei en donde se oculta el libro fue bloqueado por magia muy poderosa. Pero estos cuatro talismanes son nuestra llave para entrar a ese lugar. No sé qué dei sea, pero lo más probable es que sea uno en donde tengamos aliados de gran poder que nos ayudan a custodiar el libro.
―No les voy a negar que es un alivio no tener que volver a enfrentar esos mundos ―dijo Rulfo―, pero estoy de acuerdo con Neruana, ¿no deberían primero liberar el alma del vicario?
―Es demasiado arriesgado ―dijo Kenneth―. Hay muchos inframundos y visitar cada uno para buscarlo nos puede costar la vida. En cambio, el libro de Thot nos tiene secretos que nos pueden ayudar a hurgar en esos inframundos sin necesidad de entrar en ellos.
―Pero…
―Nada de peros, Neruana ―dijo Imamú―. Será un día a lo mucho, y entonces lo liberaremos. Regresemos al castillo. Soledad, Neruana, por favor lleven los talismanes a la mazmorra. De hecho, lleven todo, el sello, la tabla… Necesitamos que todo esté protegido mientras llega la media noche. Lleven a los niños con ustedes.
De mala gana, Neruana caminó a grandes trancos hacia el castillo. Rulfo y Viviana le siguieron por una escalera de caracol hacia el sótano.
En la mazmorra, Neruana se sentó en el suelo, jugueteando con su varita, con un gesto hosco. Soledad llegó con un baúl poco después. De él sacó el sello de la verdad, lo puso sobre un viejo escritorio y comenzó a dar vueltas a los hexagramas.
―¡Deja eso! ―regañó Neruana―. Me pones de malas.
―Neruana ―dijo ella poniendo los ojos en blanco―, ¿no has aprendido que conmigo no puedes desquitar tus corajitos?
―No entiendo cómo es que a nadie le importe que Ikal pueda estar sufriendo en algún lugar horrible.
Soledad inhaló con fuerza. Dejó el sello y se fue a sentar a un lado de él.
―Yo he estudiado todos los secretos de la tabla esmeralda. ―le dijo―. Ahí está el hechizo que usaron para abrir el portal hacia el inframundo en el que fuiste apresado. Pero ahí…
―¿En serio? ―interrumpió Neruana, incorporándose.
―Pero tu cuerpo aún estaba con vida en ese entonces. Tu alma estaba muy cerca de la entrada. Hace décadas que Ikal murió. Los demás tienen razón, no podemos arriesgarnos a entrar…
―Si no sirve de nada, ¿para qué lo mencionaste? ―gruñó Neruana.
―Entiende, Neruana. Sé que a veces las ideas de los mayores nos parecen arrogantes. Pero recuerdo cuando era vieja y vivía como mortal… ¿Acaso no recuerdas cómo era cuando los jóvenes no querían escucharte?
―Sí, recuerdo mucho a dos de mis nietos. Siempre yéndose a pescar solos. Nunca entendieron el peligro que corrían hasta que cayeron sobre hielo frágil y casi murieron congelados.
―¿Y si nosotros sólo vamos a pisar hielo frágil? ―Neruana frunció los labios. Soledad le tomó su mano―. Vamos a confiar en ellos, deja que busquen recuperar el libro. Si cuando regresen no le dan prioridad a buscar a Ikal, yo te ayudaré a liberarlo, ¿te parece?
―Sí, está bien… Gracias. En cuanto…
―Ahora lo recuerdo todo ―fueron interrumpidos por Tomás, quien estaba en el umbral, con un gesto de odio―. Los suyos me corrompieron. Me convirtieron en brujo… ―Tomás resoplaba con enojo. En ese momento miró el sello de la verdad―. ¿Qué es esto? ¿Acaso están profanando objetos sagrados?
―No estoy de humor para idioteces, Tomás ―dijo Neruana―, mejor vete o desquito todo mi enojo contigo.
―¡Esto es una reliquia angelical! ―gruñó Tomás―. Yo conocí al hombre que trabajaba en ello. Por medio de estos hexagramas él buscaba…
―¿Los nombres de los ángeles? ―interrumpió Soledad poniéndose de pie―. Sí, eso te hizo creer para que dejaras de fastidiar. En realidad, buscaba entradas a otros mundos. Mundos a los que sólo podemos entrar los brujos.
―¿Qué? ¿Cómo te atreves a profanar el nombre de…?
―¿Cornelius Agripa? ―intervino Neruana―. No lo estamos profanando. Era el nombre que se daba a sí mismo en esa época entre los mortales, pero su nombre real era Shilbung. Era uno de los nuestros.
―¿Qué? ¡No! Yo lo conocí. Era un creyente, un hombre de Dios.