La herencia de Miriam
La herencia era un libro, un libro antiguo, de color marrón viejo, con un forraje plateado, se veía muy misterioso. —Es un libro en blanco, he pensado que podríamos escribir algunos recuerdos de nuestro curso.
—Podríamos escribir nuestras tonterías.
—Estoy de acuerdo, pero solo detecta este lápiz—lo enseñó. Era de color verde espuma de mar con topos dorados. —He probado con otros lápices, pero todo lo que escribes se borra.
—¿Se borra? Pero eso es imposible.
—Yo también lo pensé—Miriam acercó el final del lápiz donde tenía un cristal verde, al cristal del libro con forma de diamante.
En ese instante, el libro se abrió automáticamente y sin poder hacer nada, absorbió a los 29 alumnos y a la profesora, llevándolos al interior del libro. Una sala infinitamente blanca. —¿Dónde estamos? —preguntó Adrià C.
—No sé si es bueno o malo, pero, hay un reloj ahí arriba—dijo Marta V.
—Pero este reloj va en el sentido contrario, parece una bomba—dijo Adrià P.
—No digas eso por favor—respondió Malena. El reloj era digital y quedaban pocos segundos para quedarse a cero.
—¿Que creéis que pasara cuando se ponga a cero? —preguntó Gemma.
—Positivamente, volver a clase, negativamente, cualquier cosa—respondió Montse.
6,5,4,3,2,1…0. El reloj desapareció y con él, los treinta también, y aparecieron en el pueblo. Una cúpula cubría todo el pueblo, era el conjuro del libro.
—Bienvenidos y bienvenidas a Elefthéria.