El lienzo de las sombras, caos, color y oscuridad

Capítulo lll "DONDE NACE LA LUZ ROTA ".

El aire era ceniza.

El cuerpo de Fermín, quieto frente al lienzo maldito, ya no parecía suyo. Su espalda encorvada, sus brazos colgando como pinceles rotos, sus ojos vacíos como huecos cavados por el tiempo. Brian estaba detrás, erguido, satisfecho. La sala vibraba con una frecuencia muda. No se oía un sonido, pero todo gritaba.

> —Al fin, Fermín. Tu arte está completo. Te deshiciste de la mentira —susurró Brian, acariciando la superficie de la pintura—. Bienvenido a la verdad.

Pero dentro de Fermín, algo resistía.

Una Brasa.

Pequeña.

Desesperada.

Real.

Era un recuerdo. Algo que Brian no había destruido. La voz de su madre, tarareando mientras cocinaba. Una tonada. Simple. Humana. Calor entre tanto frío.

Y ese sonido, esa melodía escondida en la memoria, fue suficiente para romper el eco de la oscuridad.

Fermin parpadeó.

Una.

Dos veces.

Sus dedos se crisparon. La sombra que lo cubría no lo notó. Pero él sí.

> Estoy aquí, pensó. No terminé.

Y de repente, la oscuridad sintió miedo.

Brian se giró, lento. Algo cambió en el aire.

> —¿Qué hiciste?

Fermín levantó la cabeza. Lenta. Dolorosamente. Pero con fuerza.

> —Recordé algo tuyo... que no te pertenece.

> —No podés volver —gruñó Brian—. Te entregaste. Firmaste con tu alma.

> —Firmé con miedo. No con fe.

Fermín dio un paso adelante. A su alrededor, la sala comenzó a resquebrajarse. No como si se derrumbara… sino como si fuera una pintura vieja cayéndose de su marco.

El mundo falso, construido por Brian, era solo eso: una pintura.

Fermín cerró los ojos.

Dentro de su mente no había oscuridad ahora, sino un taller.

El suyo.

El real.

Lleno de manchas. De lienzos a medio terminar. De errores. De emociones humanas.

Y al centro, su primer cuadro. Uno donde todo era luz rota, imperfecta, sucia, mezclada con sombras. Donde el dolor no era villano, sino parte del trazo.

Abrió los ojos otra vez.

> —Esta no es tu obra, Brian. Este no es mi final.

Brian chilló. Su máscara crujió, por primera vez. Una grieta se abrió en su frente.

Fermín se lanzó hacia el lienzo maldito.

No con el pincel.

Con las manos. Lo rasgó. Lo abrió en canal como una herida. Del lienzo salió un grito, una nube negra, una explosión de formas sin sentido. Y dentro de esa nube… Brian temblaba.

> —¡NO TOQUES ESO! ¡NO TE ATREVAS!

Fermín gritó. No de miedo. De furia. De renacimiento.

> —¡Soy el pintor! ¡Y vos no sos más que mi sombra!

Y entonces lo hizo.

Pintó con su sangre.

Una sola palabra, escrita con el dedo, sobre la tela desgarrada:

"Verdad"

Toda la sala tembló.

Brian gritó. Su túnica ardió. Sus cuernos se derritieron como cera. Su máscara estalló.

Y bajo ella…

No había rostro.

Solo un hueco. Una copia. Un eco.

> —Yo... solo quería inspirarte… —dijo la sombra, deshaciéndose—. Pero fuiste demasiado fuerte… Fermín…

> —No, Brian. Fuiste necesario. Pero ya no más.

Y Brian desapareció.

Sin ruido.

Sin drama.

Solo como desaparecen las pesadillas al amanecer: con miedo de volver.

El lienzo cayó.

Esta vez, sí tocó el suelo.

Fermín respiró.

El aire volvía a tener olor. A polvo, a pintura, a humanidad.

Se miró las manos. Negras. Rojas. Vivas.

Sonrió.

> —Pintaré otra vez.

Y salió de la sala. Dejando atrás el cuadro vacío.

Pero no lo quemo.

No lo destruyó.

Lo dejo allí.

Como advertencia.

Como recuerdo.

Porque sabía que Brian… podía volver, Las sombras siempre vuelven.

Pero esta vez, él sabría pintar con ellas.

"O eso pensé...."




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