Еl límite extremo

PARTE 27

Durante unas semanas, la vida tomó un ritmo frenético. En el trabajo todo era un caos, y yo revoloteaba, intentando hacerlo todo al mismo tiempo. Pero así era más fácil, para no pensar ni analizar lo que había ocurrido. No era capaz de asimilarlo, de creerlo del todo, de aceptar mis propios sentimientos. Lo más difícil era con Yaroslav. Confiaba en su sinceridad, pero dudaba que fuera a durar. Y tenía miedo de mí misma, de que, en cuanto comprendiera que no podía estar sin él, él se cansara. Ese miedo, como un gatito juguetón, se escondía tras las esquinas, saltaba desde debajo del sofá, me atacaba por sorpresa y me mordía con insistencia, sin dejarme en paz. Cerraba los ojos y el desconcierto me susurraba que todo en este mundo es pasajero; la desesperanza me decía que los milagros no existen, las dudas gritaban que todo era un error…

Volvía tarde a casa, caminaba despacio, sumida en pensamientos vagos, aunque la mayoría regresaban, tercos, a Yaro. Durante un rato me balanceaba en suaves olas de ensoñaciones y sentimientos, pero después las dudas volvían como un tsunami sobre una costa tranquila. Se habían librado agotadoras negociaciones internas y, al fin, les concedí a los sentimientos el derecho a existir, empujando las preocupaciones al rincón más oscuro con la exigencia de que no se asomaran, porque nada roba más la vida que la costumbre de preocuparse. Ese maldito futuro tal vez nunca llegue, y yo ya he repasado todos sus peores escenarios.

Me encontré con Yaro como un barco que choca contra una roca. Estaba sentado en las escaleras, con una copa en la mano, haciendo girar el contenido de vez en cuando y bebiendo pequeños sorbos. Su mirada vagaba lejos y, por la expresión de su rostro, no precisamente en lugares felices. No quería verlo tan triste. Suspiré.

—Yaroslav, ¿podemos hablar? —me acerqué.

Él me miró.

—Si después de decir “tenemos que hablar” vas a soltarme un “todo fue muy bonito pero mejor quedamos como amigos”, entonces no, no podemos.

—¡No! Sabía que tengo un cierto talento para deprimir a la gente, pero no tanto —me ofendí—. ¿De dónde sacas eso?

—De que llevas varios días más sombría que un día nublado, respondes con desgana y parece que te incomoda mi presencia.

—Vaya, me duelen tus conclusiones. Lo siento… simplemente ha sido demasiado para mí, muchas cosas a la vez y yo dando vueltas como una loca en una rueda.

—Una ardilla —me corrigió.

—No. Una ardilla al menos tiene pelaje, yo como una loca sin abrigo —solté un viejo chiste, él sonrió, y pareció que la tensión bajaba un poco.

—¿Quieres un abrigo?

—No. Quiero que me escuches con calma, porque algo salió mal y seguramente yo hice algo mal.

Yaroslav pareció revivir. En sus ojos, además de esa tristeza de perro apaleado y tensión vibrante, apareció un interés cauteloso.

—Está bien. Porque de momento, nada está bien —exhaló.

Incliné un poco la cabeza, aceptando su afirmación.

—Antes que nada, perdón por alejarme. No tiene que ver contigo. Es solo que no estaba preparada para la avalancha de emociones que me arrasó. No imaginaba que fuera capaz de amar, y eso me ha tambaleado. Hasta miedo me da admitirlo ante mí misma. Estoy emocionada y aterrorizada a la vez.

—¿Por qué? —lanzó él.

—Porque fue un shock. No digo que sea malo. Es maravilloso. Es tan vertiginoso e increíble que yo misma estoy en estado de shock. No te asustes, pero te amo y quiero estar contigo.

—Siento que ahora viene un “pero”… —me taladró con la mirada.

—No hay “pero”. Todo pasó tan rápido que no tuve tiempo ni de procesarlo. Solo necesitaba entenderme.

—¿Y qué entendiste?

—Que quiero estar contigo, amarte, disfrutar cada instante de mi vida a tu lado.

—¿Entonces por qué siento que aún va a venir alguna desgracia?

—No lo sé. ¿Será porque eres pesimista?

—Muy gracioso. ¿Pero entonces?

—Entonces te amo. Pero necesito irme unos días.

—Eso sí que ya no me gusta —frunció el ceño como una nube negra.

—Yaroslav, no me voy a ir de tu vida, solo necesito irme dos días.

—¿Adónde?

—A casa de mis padres.

—¿Puedo ir contigo? —preguntó tras pensarlo.

—Yaro, espérame dos días. Volveré y resolveremos todo.

—¿Cómo? Puedo volver a Kiev, si eso es lo que quieres —ofreció con cautela.

—¡No! —negué con la cabeza.

Él bajó la vista.

—Este lugar es bonito y te gusta… —empecé a decir.

—¿Y? —ni me dejó terminar.

—Y hace tiempo que quería descansar. Así que tomaré vacaciones, resolveré lo del trabajo… Y si me lo pides, me mudaré contigo.

Su silencio me inquietó. Tal vez me precipité con tantos planes. Tal vez él no quería eso, o no así, o…

—Te lo pido —dijo nervioso, humedeciéndose los labios—. Pero tengo miedo de que te arrepientas y te aburras aquí.

—¿Acaso piensas dejarme pronto? —le pregunté medio en broma.

—No tengo la menor intención de dejarte —gruñó, molesto por la pregunta.

—Entonces todo está bien. Porque yo también planeo vivir contigo mucho tiempo. Y feliz.

—Primero me lanzas el anzuelo de que te mudarás conmigo, estoy atónito pero feliz… y ahora me dices que te vas por dos días. Eso no me gusta.

—¡Ah! Deja esas actitudes de amo esclavista. Apenas acepté mudarme contigo y ya me estás asustando —le solté entre risas.

Pero él lo tomó en serio.

—No te trato como un amo ni quiero asustarte —susurró con enojo—. No me gusta este tipo de bromas.

Rodé los ojos.

—Perdón. Fue un mal chiste —me retracté sinceramente.

Había sido yo la que lo alteró hasta rozar la arritmia emocional, y ahora cosechaba el fruto de su inseguridad.

—Ni siquiera bromees así —refunfuñó—. No me gustan esas bromas. Yo te amo. Y esta situación ambigua me está volviendo loco. Y tú me llamas esclavista. Eso no es cierto. Nunca te di motivos para pensarlo. Pero si lo dices, es porque lo piensas.

Fin del juego. Ya no tenía palabras. Me acerqué, tomé su rostro entre las manos. Sus labios encendían algo en mí, despertaban los pensamientos más pecaminosos. Su respiración se mezcló con la mía, por fin en silencio. Capturé su labio inferior, una ola dulce de placer recorrió mi cuerpo, preludio de algo más. Gemí bajito y, en un instante, estaba sentada sobre sus rodillas, fuertemente pegada a su cuerpo caliente. Sus manos recorrían mi cuerpo, avivando aún más mis deseos. Bebía sus gemidos con mis labios, y él me arrastraba más hondo en el torbellino de la tentación. Me acurrucaba como una gata en sus caricias, exigiendo más. Su ropa sobraba, su piel era urgente. Tiré de su camisa con impaciencia. Él rió suavemente, me alzó en brazos y me llevó dentro.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.