—No puedes acceder a esto —susurró Bethzabel en voz baja. Alzó un poco la cabeza para asegurarse de que su hija continuaba viendo la película que presentaban en la tele—. Estamos en peligro.
Ernesto tomó el sobre en sus manos de nuevo. Ese sobre contenía una información que cambiaría sus vidas por siempre. Su esposa tenía mucha razón al estar preocupado.
—Amor, todo estará bien. Te prometo que no dejare que nada malo les pase a nuestros hijos. Ellos estarán bien.
Bethzabel tapó su rostro con sus manos y negó mientras ahogaba un sollozo. Sus ganas de llorar incrementaban, pero no podía hacerlo delante de su hija. Ella preguntaría si sucedía algo y todavía era muy joven para saberlo.
—Nuestros hijos no pueden saber lo que está pasando. Yo haré todo lo que pueda para evitar que Lissie sepa la verdad.
Su esposo la abrazo y la conforto. Miró sobre su hombro a su pequeña hija bruja. Ella se encontraba peleando con el protagonista de la película que estaba viendo. La veía quejarse de sus decisiones.
Su corazón martilleo con fuerza. Mentirles a sus hijos era lo más que detestaba. Esa era la única solución que tenían.
Y su hija, sobre todos, no podía saber la verdad. Beth debía evitar que las imágenes llegaran a su cabeza.
El estruendo de la noche lluviosa lo hizo caer a la realidad.
Era el comienzo de una vida de augurios.
Una semana después
Lissie se asomó a la cafetería sigilosamente. Había logrado escapar de todas las personas que se encontraban en el velorio. Encontró una mesa cercana al mostrador y se sentó allí. Cruzó los brazos y suspiro mientras miraba a su alrededor. Estaba sola y eso la hacía sentirse mucho mejor. En esos momentos lo único que deseaba es que su mente se quedara en silencio.
Que el único ruido fuera el eco de sus propios pensamientos y quizás el ruido del café haciéndose. Eso la animó mucho más.
Nunca había deseado con todas sus fuerzas el dejar de escuchar los pensamientos de los demás. Ese día más que nunca deseaba que todos se callaran. Que guardaran un poco de respeto hacia sus padres.
Y sobre todo que respetaran el hecho de que ella escuchaba todo y sabia cuando hablaban a propósito.
La muerte de sus padres los había tomado a todos desprevenidos. Sobre todo a ella, que se supone hubiera advertido lo que se avecinaba. Jamás se imaginó que la historia de sus padres tomaría ese giro tan inesperado. Sentía mucha culpabilidad. No dejaba de lamentarse el no haber estado pendiente un poco más sobre ese viaje en carretera.
Ese día ella se mantuvo entretenida dibujando edificios que todavía no estaban construidos, pero que pronto lo harían. Ignoró por completo el cosquilleo que su cerebro tuvo.
Simplemente pensó que no era nada importante. Que equivocada estuvo.
Se limpió las lágrimas y recostó su cabeza en la mesa cerrando sus ojos.
A pesar de que bien su madre, al igual que ella, pudo evitar esa tragedia. No la culpaba por tampoco haber estado pendiente.
Aunque sus padres no la notaran, ella se había percatado de los murmullos constantes. Las miradas furtivas, la preocupación que emanaba el ambiente. Se había dado cuenta de que algo no estaba bien. Y fue esa preocupación la que pudo haber hecho que su madre no supiera lo que se avecinaba.
Ya no valía la pena justificar las razones. Nada de eso le regresaría a sus padres.
Suspiro y miró su mesa vacía. «Quizás y debo pedir algo de comer» pensó mientras respiraba hondo.
—¿Te gustaría que pidiera un café? —escuchó que le preguntaban.
Ella se giró levemente y se encontró con un chico de cabello rubio oscuro y ojos muy verdes. Nunca lo había visto en su vida y no quería indagar en su mente para saber quién era—. Claramente no sé por lo que estas pasando. Aunque sé que lo mejor es recordar a nuestros familiares con alegrías. Y evitar pensar demasiado en las teorías de sus muertes.
Ella asintió ante su comentario y volvió a concentrar su vista en el mantel de la mesa. Intentaba no pensar en todas las teorías que llegaban fugazmente, pero era imposible para ella.
«Siendo lo que soy no se puede evitar» se dijo a sí misma en sus pensamientos.
—Un café sería perfecto —respondió al chico.
Alzó levemente la vista para verlo caminar hasta el mostrador. Lissie se quedó observándolo mientras él miraba la sesión de postre por encima. Se sorprendió al ver que además del café también traía una dona glaseada.
»Gracias por esto —dijo sincera mientras señalaba el café y la dona.
—Eres la hermana de mi mejor amigo. Él se encuentra preocupado porque no te ha visto en la habitación donde están los ataúdes.
«Así que tú debes ser el famoso Mathias» pensó mientras lo observaba de reojo y tomaba de su café.
Olvidó por completo avisarle a su hermano que saldría. Sí que era una cabezota.
—¿Cómo te llamas? —preguntó.