El Linaje Oscuro

Sephiri, el hijo del conde

           Acaba la muerte, me siento renacer, abro los ojos y, al hacerlo, veo la misma oscuridad que en mis sueños. 

          No hay nada a mi alrededor, creo, todo está demasiado oscuro y el abrumador silencio que impera en torno a mi erizada piel no me ayuda a identificar el lugar en el que me encuentro. Lo que sí logro advertir es una sustancia fluida y viscosa recubriendo por completo mi cuerpo desnudo y en pie sobre algo metálico desde los dedos de los pies hasta el último filamento de mis cabellos humedecidos, tornando más agudas las frías rachas de inmisericorde viento que se deslizan a mi alrededor, tan gélidas que apenas capto que el suelo de metal está tan o más helado que yo.  

      Trato de recordar sin éxito cualquier cosa que me explique aunque sea mínimamente en dónde me hallo o al menos como he llegado hasta aquí, pero no sólo no encuentro ninguna información relevante en las bibliotecas de mi mente, sino que es aún peor, pues no recuerdo absolutamente nada. Si acabo de comparar mi mente con una biblioteca, yo soy el bibliotecario que al abrir las puertas al principio de la jornada se ha llevado las manos a la cabeza al ver que alguien le ha robado todos y cada uno de los libros de absolutamente todas las estanterías, dejándome sin siquiera la compañía de mis recuerdos. 

       La impotencia de no saber siquiera quien soy me hace intentar recordar con más fuerzas. Intento pensar en el cielo, en la comida, en la música, en la naturaleza, en una familia inventada, en cualquier nexo desde el que poder empezar... Pero cuanto más me esfuerzo, más me percato de que no me queda ni un sólo ápice de memoria del pasado. No recuerdo si me parecía bella la puesta de sol o si me producía nostalgia, no recuerdo si había algún alimento que me abriese el apetito, no recuerdo ninguna canción que en el pasado nublase mi mente y me dejase en trance, no recuerdo ninguna flor que me guste especialmente, no recuerdo nada al pensar en una posible familia ya sea fría o cariñosa, nada de nada. Aprieto los dientes tratando de contenerme sin éxito y mis ojos empiezan a lagrimear. 

      De repente se oye un ruido lejano, como el de una roca chocando contra el suelo.

     Entrecierro los ojos en un arrebato de estupidez, creo que cualquier persona con dos dedos de frente habría pensado que forzar la vista en total oscuridad sin un solo elemento luminoso cerca para otorgar un mínimo de claridad es absolutamente inútil. No obstante, sorprendentemente a mi me funciona y poco a poco comienza a abrirse ante mi la tan anhelada visión, primero de lo que hay más cercano a mis ojos: mis propia nariz, mis hombros, luego los pies, luego el suelo. Es lento y progresivo, pero mis ojos ahondan a cada instante más y más en la oscuridad como si escarbasen en ella, alargando mi campo de visión, algo así como una luz débil que se va haciendo más y más intensa. No recuerdo nada, lo sé, pero hasta yo sé que poder ver de esta forma en la más absoluta y definitiva penumbra no es normal, me da la impresión de que mis ojos están preparados para esto. Y si creéis que he acabado, permitid que os diga que aún va a más y a medida que el límite de mi visibilidad se va alejando hasta los límites rocosos del lugar, empiezo a percibir los colores; mis manos y piernas grises de uñas negras y mis cabellos púrpuras, largos y pringosos cayendo sobre mis hombros. De pronto reparo en que mi piel de color gris enfermizo presenta algunas heridas profundas que no sangran a lo largo y ancho de mi cuerpo desnudo, exhibiendo en su lugar una carne negra y putrefacta.

    Parpadeo con incredulidad y levanto la cabeza hacia el frente, al fin y al cabo mirándome a mi mismo jamás descubriré por qué no tengo memoria de nada, mi mente amenaza con divagar, pero yo me mantengo escéptico a cualquier razonamiento fantasioso para centrarme en analizar tanto como pueda. Lo que me rodea es una amplia cueva de roca bastante alta y ancha cuyas paredes están recubiertas por tubos vibrantes y transparentes tan anchos como una persona a través de los cuales fluye una sustancia negra y fluida, supongo que la misma que me cubre todo el cuerpo. Analizando el lugar, también veo que el sendero continúa indefinidamente hacia el frente, mientras que si giro la cabeza lo que veo a mis espaldas es una montaña caótica de muchos objetos que no logro a descubrir que son apilados sin ningún cuidado uno sobre otro sobre un gran charco negro.

    Curioso, me acerco a aquella masa inerte y, al hacerlo, comienzo a percibir un olor a podredumbre que se va densificando conforme me acerco. Mi sexto sentido vibra con fuerza, me alerta de forma casi imperativa para que me aleje de aquel foco de energía tétricamente negativa, no obstante lo ignoro y con paso firme me acerco. No tardo en sentir la sustancia negruzca, fría y viscosa impregnando la planta de mis pies.

    En el momento en el que mis pies se paran justo en frente del montón, siento como un escalofrío recorre todo mi ser y no precisamente por el frío. Aquellos objetos que no era capaz de percibir en la distancia y de los que emanaba tanta energía negativa como para erizarme los vellos son en realidad cuerpos a medio descomponer mutilados y cubiertos por esa sustancia negra que también me recubre a mi.



#29512 en Otros
#9489 en Relatos cortos
#20707 en Fantasía
#8534 en Personajes sobrenaturales

En el texto hay: drama, familias poderosas, dragones

Editado: 05.06.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.